VALÈNCIA.- Rumbosa es sensible y entregada. Hace unas semanas hizo una pequeña trastada. Se escapó y se resbaló en una acequia de los arrozales de la Albufera. Por suerte, todo acabó en unos arañazos. Nadie diría que ha superado dos cólicos y que en edad humana tiene 81 años. Rumbosa es una torda de raza española. En sus años mozos fue yegua de cría. Siempre fue paciente, pero sobrevivir a aquellos dos cólicos, cosa bien difícil en los caballos, parece que le dio a su rutinaria vida un nuevo sentido. Después de ser entrenada en intervención asistida, sus cualidades de percibir la energía de los pequeños humanos con los que interactúa solo han hecho que despuntar.
Jorge, de nueve años de edad, es uno de sus jinetes habituales. Una mente brillante, nos chiva su entrenadora, pero su parálisis cerebral, como en la mayoría de los casos, le produce espasticidad muscular y una rigidez en las piernas que tienden a cerrarse en tijera. Las clases de rehabilitación y los tratamientos se complementan con una clase a la semana de equinoterapia -o hipoterapia- en la que Jorge y Rumbosa trabajan el equilibrio, la postura, el tono muscular de las piernas en medio de un entorno privilegiado, entre la playa de El Perellonet y la Marjal de la Albufera. «Ha sido un fin de semana completo; ayer tuvimos fiesta porque fuimos de comunión y hoy, clase de hípica. Lo único que me preocupa es que tengo una molestia en el interior de la pierna y no sé si me va a molestar al subir al caballo». Nada que no se pueda resolver con un «masaje» que le dan las «profes» como señala, justo antes de iniciar el entrenamiento.
El Recatí es el club hípico en el que se dan cita, pero no son pocas las veces que acaban bordeando las orillas del Mediterráneo para envidia de los curiosos con los que se cruzan. Suele acompañarles Alicia, la hermana melliza de Jorge. Ella no tiene una diversidad funcional. En sus clases compartidas de hípica ambos dan fe de la mirada del historiador alemán Ulrich Raulff en su obra Adiós al caballo (Taurus, 2018) hacia «un animal que a diferencia del hombre por naturaleza, huye» y, sin embargo, lo que nos atrapa es su velocidad.
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Marilina Hernández es la dueña de Rumbosa. Hace unos años comenzó a interesarse por las cualidades de la hipoterapia. «Viendo la sensibilidad de Rumbosa comencé a colaborar con la Asociación para la atención de las personas con discapacidad intelectual de Villena y comarca. Me acercaba con Rumbosa a las inmediaciones del colegio Apadis. Unos tres kilómetros de recorrido a trote. Sabía que el potencial era enorme, pero todo aquello era un trabajo intuitivo y veía que me faltaba formación. Yo sabía del caballo lo que un jinete, así que me decidí a formarme en intervención asistida con caballos», cuenta. En aquella formación que impartía el Centro de Intervenciones Terapéuticas APTC, conoció a Érika, a Rocío y a Alicia, con las que hoy comparte le proyecto de Equidad Terapias. Dos años de estudio, primero como monitoras especialistas en intervención y, posteriormente, una formación específica adaptada a la especialidad terapéutica de cada experta.
Beneficios físicos y psicológicos
La entidad APTC apunta que «durante la monta a caballo, al paso, se ha observado que los movimientos del raquis y la pelvis se asimilan a los analizados durante la marcha humana. Así pues, uno de los principios básicos de la hipoterapia es la reproducción de la mecánica del patrón de locomoción normal del ser humano». Su director, Paco Navarro, explica a Plaza que los beneficios son tanto físicos como psicológicos, especialmente porque se cambia el contexto en el que se lleva a cabo la terapia haciéndola agradable, lo que facilita la interacción. «En casos de autismo, solo el hecho de dejar libre al caballo y ver cómo se acerca e interactúa con el paciente supone el desarrollo de un vínculo comunicativo destacable», explica.
Si bien, no hay estudios científicos concluyentes respecto de esta disciplina, son cada vez más las investigaciones que apuntan a sus beneficios y al hecho de que aúna ramas como medicina, psicología, pedagogía y deporte. Otro principio de la hipoterapia, como explica desde APTC el calor corporal del caballo. «La temperatura media de estos animales es de 38 ºC, lo cual, al ser mayor que la del ser humano, puede influir en la vasodilatación y, por tanto, en la regulación del tono muscular de miembros inferiores de la persona que monta».
A lo largo de estos años, Rumbosa ha hecho intervenciones con pacientes de diversos perfiles. Jowi es un niño de ocho años con espectro autista y sin lenguaje. El colegio Apadis de Villena consiguió becar su tratamiento. Veinte sesiones durante cinco meses en los que Jowi alcanzó lo que Marilina Hernández define como el MMI —Movimiento de Máxima Ilusión— pronunciando un poderoso «¡Arre!» encima de su yegua. En el caso de Pilar, de doce años, cuyo trastorno neuromuscular hace que sus miembros inferiores tiendan a atrofiarse, el ejercicio de monta le ayuda a fortalecer la musculatura y a corregir la postura.
Cuando se habla de trastornos mentales, las experiencias, como indica Hernández, también han sido muy positivas. «La nobleza de este animal, su paciencia y su persistencia captan el interés. Así para una persona con trastorno límite de personalidad, psicosis o esquizofrenia, nos permiten establecer un ambiente íntimo en el que el animal nos sirve de hilo conductor en la terapia», explica. Su aliada es Alicia Alapont, fisioterapeuta que se ha especializado en equinoterapia. «Trabajamos el control motor del core —el área que engloba toda la región abdominal y parte baja de la espalda— en niños y niñas que apenas tienen autonomía. Los avances son importantes. A nivel emocional también. A veces, los pacientes vienen nerviosos, y solo el hecho de tocar la piel del animal, la temperatura del caballo, hace efecto. Cuando conseguimos que el jinete se acompase con el animal, que el equino le haga caso, le sienta, es increíble», sonríe. «Los animales lo notan —continúa—. A veces un caballo no nos hace tanto caso, y llega el paciente y cambia por completo su actitud, tratándolo con delicadeza», añade.
En el año 2002, la Generalitat valenciana incorporó la equinoterapia al tratamiento de los jóvenes con discapacidades severas, como herramienta terapéutica y de integración. Hoy no es así, y las terapias son caras y recaen en las familias o en apoyo de subvenciones de entidades. En el caso de los padres de Jorge, Alicia Soriano y Santiago Calvache, la inversión merece la pena porque afirman que notan los beneficios.
Santiago explica que en este tipo de tratamiento se utiliza lo que se conoce como Método Petö que plantea al paciente ser agente activo en la terapia y le incita a desarrollar estrategias para adaptarse a las dificultades que van apareciendo. «Se producen reflejos ante los movimientos inesperados, la pérdida de equilibrio que obligan a corregir su postura, y eso para niños como Jorge, muy protegidos por sus circunstancias, ese factor imprevisible, es muy beneficioso», señala. Alicia Alapont añade que el marjal en el que trabajan es también un elemento clave. El entorno invita a la participación de las familias que, según indica, «van involucrándose en la actividad. Generamos un ambiente lúdico en el que indirectamente vamos trabajando objetivos. El espacio abierto, el paisaje, lo hace más fácil».
Uno de los centros de referencia en España que usa la hipoterapia es el Hospital Nacional de Paraplejia de Toledo, dependiente del Servicio de Salud de Castilla-La Mancha. Durante años han contado con un programa integral de rehabilitación complementaria con clases de 45 minutos a la semana. Las sesiones se suspendieron durante la pandemia y la vuelta aún está pendiente de fecha, pero afirman que regresarán. Cristina Vicente, responsable del departamento de rehabilitación complementaria, explica que «la terapia está ante todo autorizada por los médicos y la demanda de pacientes es muy alta». Entre los beneficios está la mejora del equilibrio, fundamentalmente en pacientes con lesiones dorsales, la reducción de rigidez, mejoras en el tránsito intestinal y circulación sanguínea, entre otros, además del progreso psicológico por ser una terapia que se lleva a cabo fuera del ámbito hospitalario.
Si al Hospital de Toledo, referente nacional en esta práctica, lo frenó en seco la covid-19, cabe preguntarse cómo han sido todos estos meses para los huéspedes equinos del Recatí. En este centro que poco tiene que ver con el concepto de club hípico y mucho con un espacio creativo, en el que suenan los cajones flamencos mientras trotan Juan y Valentín, los campeones en doma vaquera y clásica. Caballos de raza española que compiten en belleza con 7, el delgado árabe, pura raza. A los más pequeños les fascinan los potrillos holandeses KW y su mamá que, a pesar de su instinto protector, deja acercarse y ver cómo comparten caricias.
Rumbosa y Mora Luna
Además de Rumbosa, Mora Luna, una frisona mezcla con español, es otra de las yeguas formadas en intervención asistida. Es más joven y rebelde, pero tiene ganado el corazón de los grupos que vienen a practicar equinoterapia. Recientemente, vinieron a conocerlas el equipo de Arpad Attila, conductor en neurorrehabilitación que encabeza Ammec, Asociación Mica-Mino Educación Conductiva. Arpad explica que la entidad busca experiencias que mejoren el control postural, especialmente en casos de parálisis cerebral: «Hemos realizado tres clases hasta el momento y la experiencia ha sido positiva, pero todavía no tenemos conclusiones a nivel de función motora. Considero que no todo se puede enfocar desde el caballo, sino que hay que realizar trabajos muy concretos, pero eso sí, encontramos muchas ganas y felicidad en los niños por volver. Eso también es muy importante porque esa conexión animal-niños, especialmente en casos de sedestación o bipedestación, es importante. En realidad, la motivación es clave, y estos animales la proporcionan».
Tanto las familias como las propias entidades que imparten estas terapias comentan que las ayudas son insuficientes. No existen por el momento programas públicos y el mantenimiento del animal es caro, lo que dificulta también la consolidación de equipos.Rumbosa es muy humilde, pero sus cuidados básicos ascienden a unos 300-400 euros al mes, dependiendo de las mayores o menores demandas de revisiones veterinarias. Eso se traslada también a las clases y a la dificultad de sostener los programas sin apoyo. Cristina Vicente, desde Toledo indica que la pandemia, además de las restricciones de movilidad, trajo la subida de tarifas de los autobuses y también la dificultad de subsistencia de muchos de los centros en los que se impartían las sesiones.
Desde El Recatí, Alicia Alapont señala que «el deseo es poder contar con un equipo permanente siendo como somos, profesionales de distintos ámbitos que podemos dar una cobertura integral». Marilina Hernández, por su parte, añade que «un empujón institucional inicial les permitiría mover la maquinaria que se autoalimentaría muy pronto porque los beneficios de estos programas para los pacientes están más que contrastados». Ojalá sea así. Jorge, de momento, y con ayuda de sus padres, no piensa desistir. El paseo con Rumbosa junto a la playa de El Perellonet es impagable.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 88 (febrero 2022) de la revista Plaza
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