Soy stoniano; esa es mi única ideología probada. Los Stones son mi partido; mis himnos son Paint it, black y Brown sugar y mi bandera es Satisfaction. Soy stoniano desde los catorce años, cuando compré su primer disco, una colección de grandes éxitos de los sesenta, editado por Decca, su primera discográfica.
Si he sido fan de algún grupo, ese han sido los Rolling Stones. Hubo un tiempo muy lejano, cuando la música se escuchaba en casetes, en que lo sabía todo de la banda de Mick Jagger. Compraba cualquier libro y revista que hablase de ellos. Allí donde veía una noticia de los Stones la recortaba, y con ella y con otras me compuse varios álbumes de fotos. Hasta me hice socio de su club de fans de Londres. Un día el cartero llegó con un paquete, y en su interior había un vinilo con la lengua estampada de Andy Warhol. Lo puse en mi tocadiscos, y eran ellos —Jagger, Keitn Richards, Ronnie Woods, Bill Wyman y el elegante Charlie Watts— hablándome a mí, un estudiante de 2º de BUP. No entendí prácticamente nada de lo que me dijeron, pero este detalle me emocionó. Eran los ochenta, claro, hablo de la Prehistoria.
En 1982 los Rolling ofrecieron el más importante de todos sus conciertos en España. Fue el 7 de julio, en el verano del desastroso Mundial de Naranjito. Era la segunda vez que tocaban aquí: la primera había sido en la Monumental de Barcelona, en 1976. Los había traído el promotor Gay Mercader.
Un concierto marcado por una tormenta
El concierto del Vicente Calderón, dentro de la gira de promoción del disco Tattoo you, fue mágico. Anticipó la llegada de otras grandes bandas de rock. Cuentan los que lo vivieron que hacía un calor insoportable ese día. Los técnicos de la banda refrescaban al público con el agua de unas mangueras. La entrada costó 2.000 pesetas. En el momento en que la banda se dispuso a salir al escenario se desencadenó una tormenta en Madrid. La tromba de agua no impidió que los músicos salieran al escenario tocando Under my thumb. Aquello fue el delirio. Jagger, con sus andares de pantera de Chelsea, salió enfundado en un chubasquero violeta, contoneándose con unos pantalones muy ajustados, de rayas rojas y blancas. Los globos de colores del escenario caían sobre los espectadores de las primeras filas. Los técnicos intentaban, a duras penas, sostener los paneles laterales del escenario. El concierto, según cuentan las crónicas, acabó con Jagger envuelto en una bandera española cantando Satisfaction.
Yo los vi, en el mismo escenario, en 1990. Estudiaba Periodismo en la Complutense. Esa vez también llenaron el Calderón. La entrada costaba 4.000 pesetas. Por algún cajón de la casa de mis padres andará perdida. De aquella gira sacaron el disco en directo, Still life. Lo mejor de la discografía de los Stones había quedado atrás. Desde los noventa, la banda ha vivido de las rentas en sus conciertos, echando mano de su mejor repertorio, que es el de los sesenta y setenta. Todavía hoy, cuando en la radio escucho Jumpin’ Jack Flash, Lady Jane, Angie, Miss you y Star me up, me sigo reconociendo un fan de la mejor banda de rock de todos los tiempos.
Lady Gaga y Elton John, en el nuevo álbum
El 18 de octubre lanzaron Hackney Diamonds, el vigésimo cuarto álbum de estudio, después de un silencio de dieciocho años. Falta Charlie Watts, el dandi de la banda, fallecido en agosto de 2021. Lo han sustituido por Steve Jordan. Tiene doce canciones y cuenta con las colaboraciones de Lady Gaga y Stevie Wonder, que cantan en Sweet sounds of heaven; Paul McCartney y Elton John. Los críticos lo han alabado. Sostienen que es el mejor trabajo desde Tattoo you. Sólo he escuchado el primer single, Angry, y me gusta; me gustan los riffs iniciales del tema, marca de la casa, puro sonido stoniano.
Los tres mosqueteros del rock and roll —Jagger, Richards y Woods— son nuestros ochenteros: están a punto de cumplir o han cumplido los ochenta años. Puede que sea cierto que hicieran un pacto con diablo. En algún burdel de Londres seguirán tocando Honkytonk women cuando sus fans nos estemos pudriendo en el último círculo del infierno de Dante. ¡Larga vida a sus Satánicas Majestades!