La precariedad en los medios de comunicación está llena de perversiones. Unas cuantas se evidencian liberándose como un gas tóxico en la cabeza de cualquier periodista con la lectura del último libro de Guillermo López García. Con textos de una quincena de analistas, la edición compilada porCentralismo de M-30: el Km.0 de la pobreza el profesor universitario y columnista de esta cabecera es una de las pesadillas más recomendables para las noches tropicales de cualquier estudiante valenciano de periodismo. La comunicació en la Comunitat Valenciana (2010-2018): crisi i canvi es un descenso a las tinieblas de una década que, a la vez que ha acumulado penitencias para quienes malversaron el dinero público, ha dispuesto el peor de los escenarios democráticos imaginables: el fin de los medios, pero con ellos.
Hay mucho dato en el libro y hay hasta culpables evidentes a los que no les ha ido mal. Sin embargo, el ecosistema mediático ha cambiado definitivamente en esta década. Dónde se produce el mensaje y qué espera el receptor son dos ingredientes en el paradigma determinantes. Y por lo que respecta a los grandes medios, un mal original –que los medios se crearan de M-30 hacia dentro– ha acabado por acelerarse. Es la llegada del turbocentralismo, donde unas redacciones cada vez más raquíticas, cabeceras casi unipersonales (las de las revistas) y televisiones con un número de técnicos y recursos contados (emisión en línea e informativa, no hablo de ficción) se crean en un anillo de pensamiento mínimo. Pobre, aunque solo sea por la cantidad de talento, ideas y vida que anulan mirándose en lo inmediato de sus calles.
Se sitúen donde se sitúen los estudios televisivos (a las afueras, por motivos prácticos, obviamente), lo que le pasa a España, lo que piensa España, lo que aporta, aprende y, en definitiva, es, se contrasta con la aprobación de M-30 hacia dentro. De esta manera, desde los cómicos, nuevas estrellas del rock, capaces de tener un programa al día en la Ser, a los periodistas deportivos de televisión, que combinan prensa, tele y radio porque hay 12 firmas en total pululando, todos, alternan y paladean un pensamiento global concentrado en exactamente cuatro distritos. Ya nos pasó con la Movida, es cierto, cuando quien quería decir algo y que le hicieran caso (de Almodóvar a los Golpes Bajos), acababa siendo obligado a vivir en un área mínima de terreno para que alguien le conociera. Y sí, sigue pasando con toda la industria musical, la editorial y, aunque la conozco menos, intuyo que una parte de las plásticas (sobre todo porque los museos de la M-30 hacia dentro multiplican por dos dígitos las ayudas públicas sufragadas con impuestos en Plasencia, Barakaldo o Betxí).
En la ingenua apertura democrática española, parecía que aquel mal menor llegaría a corregirse. Que El País fundacional o Radio 3 sabrían revertir progresivamente un mal innegable: bajar a la calle y poner la grabadora para atender a quien más fácil hiciera la rutina productiva. Quien me lo resuelva ya. Quien esté a mano, con tal de vivir y, si acaso, conciliar. Pero han pasado más de 40 años y las rutinas productivas no solo han empeorado, sino que van a peor. Las redacciones están menos dotadas humanamente y solo la revolución tecnológica ha maquillado este hecho. Parcialmente, porque ahora no hay desconexión del trabajo y el oxígeno del descanso no tiene valor. Mientras, sin descanso, el gris va poblando las mentes que eligen prioridad en una escaleta, redactan una noticia y proponen exclusivas (terreno vedado en España para las televisiones, todavía no sabemos por qué).
De vuelta al hecho trascendental, que es el de la rutina productiva, los medios parecen sostenerse en sus cabeceras con cuatro brazos y dos ideas resolutivas a la semana. Pero, claro, abarcando cuanto pueden: de M-30 hacia dentro. Les doy ejemplos: si Juan Luis Guerra toca por toda España, cuando la prensa, radios y teles ‘nacionales’ hacen caso de su existencia es cuando pasa por Madrid. Con él y con otros artistas, esto, a menudo, sucede el último día. València, 21 de junio; Barcelona, 24 de junio; Madrid, 27 de junio. ¿Qué día se informa medio minuto de esta oferta cultural? Por supuesto, el 27 de junio. ¿La audiencia vive de Torrejón y Parla hacia adentro o hay alguioen ahí fuera? No se sabe. Y, si cabe, entrevista, cuando pasa por Madrid. Ahora multipliquen este hecho puntual de la agenda de ocio por todo lo demás. ¿Existe la oferta cultural en el resto del territorio? ¿Existen las empresas, la investigación o los efectos del estado del bienestar más allá de San Sebastián de los Reyes? ¿Existe la más mínima perspectiva territorial a la hora de informar más allá de crímenes, catástrofes naturales y videos de YouTube con caídas?
No. La verdad es que no, porque si existiera, por seguir por el carril cultural, cada verano nos atiborraríamos de conexiones y entrevistas desde el Starlite de Marbella, el Jardins de Pedralbes de Barcelona, el Cap Roig de Girona o els Concerts de Vivers de València. Si algo le gusta a una televisión es el lugar común, el icono reconocible, y cada verano por esos festivales pasan muchos mitos recientes y pasados. Pero no importa, la selección de entrevistas, conexiones en directo y previas de agenda se hacen desde las Noches del Botánico de Madrid. ¿Por qué? Porque es allí. Porque hay más recursos humanos –aunque pocos– y se solventa. Ya, bueno, pero tienen delegaciones. Hay que ver cómo están dotadas esas delegaciones, con redactores que cubren Comunitat Valenciana y Murcia a la vez. Y, claro, si hay que hacer conexión desde la playa para traducir al audiovisual la información del tiempo que cualquiera lleva ya en su smatphone.
Déjenme que les ponga otro caso acontecido esta semana, una muestra de un paletismo atroz. Pura vergüenza ajena. En prensa, radio y televisión, esta semana, como si tal cosa, hemos vivido una previa sobre la decisión de una empresa privada: que el Real Madrid tuviera un equipo femenino compitiendo en la Liga Iberdrola. Si existiera desde los medios de la M-30 el más mínimo decoro, el primer pensamiento es inevitable: el club llega el último a esta fiesta. Décadas después que otros equipos. Sin embargo, la endogamia y el clima unívoco de pensamiento es otro. Y resultó que sí, que tras unos días de previas sin interés, el Real Madrid decidió que tendría equipo de fútbol femenino. Y no, no esperen que en prensa, radio y televisión dijeran: al fin, el club con más presupuesto de España, pese a llegar último, es consciente de su vacío social y deportivo al respecto. El club decidió que sí y, atentos: portada de Marca, “el fútbol femenino entra en otra dimensión”; informativo de la televisión pública española, martes 25 de junio, 21 horas, “lo que le faltaba al fútbol femenino español para entrar en otra dimensión es que el Real Madrid tuviera un equipo de fútbol. ¡Y lo va a tener”. Mismas expresiones. Portada y apertura de informativo deportivo. Sabe a nota de prensa. A nadie se le ocurre evidenciar que llegan los últimos. Son los suyos, pero es de lo que nos alimentamos todos. ¿Quejas?
Déjenme hacer un apunte más antes de entrar en el capítulo de conclusiones: las televisiones, repartidas por desgracia democrática en duopolio, tienen una concesión pública del espacio. Es decir, tienen un compromiso de servicio público, deben atender a unos pliegos y, lejos de lo que se han encargado de ir estableciendo, tienen una responsabilidad a la que no atienden (véase Cuatro sin informativos). Responsabilidad que, por ejemplo, no tienen los diarios digitales que, según el caso, atienden ese bien que es el derecho a la información. Por oficio, que no es tanto, pero parece ser que se paga carísimo. Y no solo esto, seguimos sin Consejo Audiovisual. Somos el único país de la Unión Europea sin un Consejo Audiovisual que nos proteja de la perversión dispuesta 24 horas y 7 días a la semana por las televisiones que se piensan desde la M-30. Bueno, pues, ¿han oído hablar del tema alguna vez en esas televisiones?. Voy a decirlo otra vez, por si cala: somos el único país de la UE sin un consejo público que nos proteja de la perversión acumulada y multiplicada de los medios. Vamos camino de compartir mérito con Irán y Corea del Norte.
Y ahora las conclusiones: claro, resulta que esta semana certificamos con datos que el déficit público valenciano es el que más sube. Un déficit que, además de una gestión que como poco queda en cuestión, depende del flujo económico de interés y atracción de un territorio tan poblado como el valenciano. Miremos el poder adquisitivo a través de una pista: desde esta semana sabemos que los valencianos seremos los segundos de toda España que menos gastaremos en vacaciones. Vaya. Quizá, no sé, tenga algo que ver con que la Generalitat también es casi la que peor paga a los autónomos de España. ¡Quién sabe! Y no solo eso, resulta que el último informe del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) demuestra que los valencianos creamos talento por debajo de la media (posición 10 de 17) y lo que es todavía más tétrico: somos la segunda región de España que menos talento es capaz de retener, dado que Canarias ocupa el deshonroso último lugar.
Ese es el escenario económico descrito esta semana. Cada una de sus variables se liga con facilidad con la visión central de los medios. El aislamiento y no reconocimiento de cualquier logro, mérito o aprendizaje en cualquier otro lugar ajeno a la M-30. Y en el caso del territorio valenciano, su ecosistema de medios no rema precisamente a favor. Porque estamos a años luz (los apocalípticos saben que nunca llegaremos a rozar sus cotas) del ecosistema mediático vasco o el catalán, capaces de fortalecer internamente la cohesión social y la cooperación interna pese a que Madrid funcione a su bola. Pero aquí no. Aquí el tono es telúrico y los medios privados van a la suya, en una decadencia lenta y suave, más agónica para la sociedad que para las propias mercantiles. Por lo público, la desfeta del sector audiovisual no tiene nombre. Mira que se han escrito crónicas negras sobre Canal 9, pero en unos 15 o 20 años los relatos en torno a los primeros años de À Punt van a inspirar no pocos thrillers. Lo importante es que el Gobierno, el nuestro, es indiferente a este hecho. Quizá es indiferente a casi todo tras las elecciones. El centralismo mediático de la M-30 nos afecta, pero la evidencia de no ser capaces de generar una alternativa nos ahoga. Y todos somos más responsables de lo que evidenciamos. Entre otros, los periodistas, pero también los empresarios que, supongo, aceptan que sus empresas tendrán que deslocalizarse a este paso en unos años, cuando la pobreza mediática haya arrasado la idea de una sociedad del bienestar. Quizá allí les hagan caso. Que se establezcan de M-30 hacia dentro si pueden.