Son solo unos días pero se hacen de querer: el cambio de hora y los preparativos para homenajear lo muerto y lo sobrenatural nos sumergen en una atmósfera que cosquillea como la visión de unos fuegos fatuos y que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos con la magia boba del sincretismo, un mecanismo que históricamente ha sabido generar los mejores y más divertidos engendros mutantes, como son la mayoría de nuestras creencias más arraigadas o estas fiestas botellonícolas llenas de catrinas, héroes o villanos comiqueros del momento que se pasean cubata en mano rumbo a la plaza, pub o discoteca con fiesta temática de la noche a bailar reguetón o grandes éxitos del pop y el rock mientras el maquillaje degenera con el diabólico paso de las horas previas al amanecer. Al día siguiente los cementerios se vuelven menos cementerios con los ríos solemnes de visitantes que flores en mano cumplen con el descanso eterno de los suyos. Al día siguiente -ayer- llega cierta nostalgia no se sabe bien de qué, si de la diversión de la fiesta y sus preparativos o culpa de haber pensado más de la cuenta en la muerte, en la muerte cercana, se entiende, porque la muerte nos acompaña en mayor medida comiendo mientras vemos el telediario. El caso es que hay belleza en esta sensación agridulce y por eso vamos a tratar de retenerla con un conjuro contenido en la lectura de diez libros.

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