VALÈNCIA. Ser madre, ser hija. Aprender a ser madre, aprender a ser hija. La ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa, Cinco lobitos, habla de muchas cosas, pero quizás una de las más importantes se condense en eso, en el proceso experiencial que nos lleva de una cosa a otra.
Amaia (Laia Costa) acaba de tener un bebé. Su pareja se ausenta del hogar por trabajo y tiene que vivir en soledad la maternidad primeriza. La sombra de la depresión postparto asoma en cada esquina. Está agotada, superada por las circunstancias y sin un soporte al que aferrarse. Por eso, decidirá pasar una temporada con sus padres en Euskadi. Siempre se ha llevado bien con su padre, Koldo (Ramón Barea), pero hay una barrera invisible que la separa de su madre, Begoña (Susi Sánchez). Esa vuelta al nido familiar supondrá un revulsivo para Amaia, de manera que, de alguna manera, redescubrirá a sus progenitores. Su nueva faceta como madre y su recién adquirida madurez, le harán darse cuenta de las mecánicas tóxicas que la pareja ha ido acumulando a lo largo de los años sin que ella se diera cuenta, reevaluando el papel de cada uno de ellos durante su matrimonio y los prejuicios que ella misma había almacenado en su subconsciente.
En un primer momento, podríamos pensar que Cinco lobitos gira en torno a la maternidad y al complicado rol al que tiene que adaptarse una mujer joven tanto en el plano personal como profesional. Los primeros compases parecen dar una idea sobre esos aspectos, planteando toda una serie de preguntas incómodas que entroncan con las nuevas formas de abordar el tema por parte de la literatura y el cine escrito y dirigido por mujeres. Pero poco a poco, la película va ampliando su espectro significativo de una manera extraordinariamente sutil. Lo hace a través de un entorno familiar lastrado por el silencio, opaco y poco dado a expresar sus emociones que no deja de ser una herencia patriarcal del pasado que continúa pesando como una losa.
Así, la película aborda la brecha generacional. Entre madre e hija hay un mundo. Ambas se enfrentan a los problemas de manera opuesta, algo que corresponde con el tiempo que les ha tocado vivir. En ese sentido, la directora logra captar a la perfección la incomunicación entre ambas esferas de una forma muy delicada, apelando a la experiencia compartida universal a través de pequeños gestos cotidianos. Precisamente la naturalidad diaria es uno de los aspectos que destacan especialmente tanto en la narración como en su precisa puesta en escena. En realidad, Ruiz de Azúa plantea en su película el ciclo de la vida. El nacimiento, y la muerte. Cómo aprender a ser hija, sí, pero todavía más desolador, cómo aprender a gestionar la pérdida de nuestras madres.
Con Cinco lobitos, Alauda Ruiz de Azúa se añade a esa nueva generación de directoras que está revolucionando el cine en nuestro país. Mujeres que hablan desde lo particular para alcanzar sensaciones y sentimientos colectivos, que abordan temas que hasta el momento parecían vetados dentro de las ficciones y que ellas comparten desde una sinceridad a flor de piel, con una contención y una finura exquisitas.
Se estrena la película por la que Coralie Fargeat ganó el Premio a Mejor guion en el Festival de Cannes, un poderoso thriller de horror corporal protagonizado por una impresionante Demi Moore