Gastronomía de barrios

Comer en el barrio de Patraix

Patraix es un barrio barrio, con todo lo bueno que ello conlleva.  En el distrito con mayor movimiento vecinal de la ciudad uno puede comer desde unas bravas deliciosamente guarruzas por cuatro euros hasta uno de los pescados gallegos más exquisitos y raros del mundo. Esto es Patraix, amigos   

| 22/02/2019 | 6 min, 19 seg

Patraix fue municipio independiente hasta 1870. A mediados del siglo XIX, la población tenía "61 casas, cárcel pequeña, 2 antiguos palacios casi arruinados; escuela de niños a la que concurren 30 [...]; iglesia parroquial dedicada a San Nicolás de Bari.." y un clima "templado y saludable" tal y como describe el político español y ministro de Hacienda en 1855, Pascual Madoz.

Todavía queda algo de aquella pequeña localidad con pocos niños y pocos presos. La plaza, la iglesia y algunas alquerías son testigos de que allí, antes de convertirse en ciudad se vivía de otra manera. Ahora los niños se han multiplicado y en el calabozo de la comandancia de la Guardia Civil de Patraix han ampliado el espacio, que se lo pregunten a más de un político que ha hecho noche allí. La asociación de vecinos de Patraix es una de las más activas de las ciudad. En su plaza siempre hay jolgorio, cabalgatas, hogueras, conciertos, mercadillos y celebraciones. Patraix está viva (y tiene una amplia oferta gastronómica). 

En la plaza quedan pocos sitios que despierten gran interés. La población asiática se ha hecho con el mando de muchos de los bares de la zona, pero la terraza del bar Patraix sigue siendo todavía un buen punto de reunión para tomarle el pulso al barrio. Bocadillos y tapas que no van a ganar nunca ningún premio, pero con un trato inmejorable, una vista privilegiada para vigilar a los niños que corretean en los columpios y mucho sol. Para una ronda de birras, más que suficiente.

Si estamos a principios de mes o no hay problema de solvencia económica, hay dos restaurantes imprescindibles. Uno es Eladio, un restaurante gallego con casi 40 años a sus espaldas. Lo abrieron Eladio y Violette en 1980, hoy su hijo Michel Rodríguez está al mando de la sala de los vinos y Manolo Calo, otro gallego, sigue en la cocina después de 25 años. Su propuesta es todo un festival: cigalas, centolla, ostras, percebes, merluza, bacalao y rodaballo traído de su tierra, chuletón de Lugo y su célebre lacón con grelos que se puede degustar en los meses de enero y febrero. Eladio es un clásico, un restaurante de los de antes, en el mejor sentido de la palabra.  Solo unas semanas al año tiene lamprea, un pez prehistórico con pinta de alien que se cocina en su propia sangre y se pesca en las desembocaduras de los ríos Ulla y Miño y por el que los gastrónomos babean.  Si quieren probarlo, corran, estos días Manolo la está preparando. 

En Patraix también tenemos el que para muchos es el mejor restaurante coreano de la ciudad

El otro gran restaurante de Patraix se llama Milán y ya hemos hablado de él en más de una ocasión. La casa de comidas de la familia Illescas es otro de esos locales que llevan casi cuarenta años en pie, cuando aquello todavía eran las afueras de Valencia y Milán un bar para los camioneros que descargaban la mercancía en el Mercado de Abastos. El buen hacer de Santiago padre hizo que aquel bareto se convirtiera poco a poco en lo que es hoy, uno de los mejores restaurantes de corte clásico de la ciudad. Sus cuatro hijos siguen al frente del negocio, eligiendo la mejor materia prima para elaborar los platos de cuchara que cada día cocinan, esa suculenta pierna de cordero o sus magníficos pescados. 

La media de edad (también el tiquet medio) desciende notablemente en dos de los locales que más han hecho por revitalizar el barrio gastronómicamente hablando. Primero fue El Astrónomo, el proyecto de la familia Mendoza, que puso al barrio en el mapa, sobre todo para los que no éramos de por allí. Ambiente desenfadado, horario ininterrumpido desde las ocho de las mañana hasta bien entrada la madrugada y un menú diario más que competente. Unos años después llegó su hermano pequeño, El Observatorio, dándonos otra alegría a los que disfrutamos con trabajo bien hecho.  La droguería de Paco pasó a manos de Sergio Mendoza, uno de los hijos del clan que abrió el local tras años de reflexión. De la confección de la carta se encargó con acierto el cocinero peruano afincado en Valencia durante algunos años Richi Goachet. Su legado sigue hoy presente en forma de ceviche. A la carta inicial de aquella cocina ecléctica y viajera se le han sumado propuestas muy interesantes como los brunch o los jueves veganos.  El Observatorio es una joyita que merece la pena explotar. 

En Patraix también tenemos el que para muchos es el mejor restaurante coreano de la ciudad. Se llama Yumki , nos lo descubrió aquí Marta Moreira, y aunque no podemos afirmar aquello de que es un coreano donde solo comen coreanos, es muy auténtico.  El local es feo, la comida, casera y los platos tienen personalidad propia. Comparten ingredientes y preparaciones con sus compadres chinos y japoneses pero tienen su propia idiosincrasia.  Apunten estos nombres.   Ojingeo-bokkeum (calamares con verduras y salsa picante), el Bibim Bap (arroz blanco con verduras y huevo frito con salsa picante), unos fideos transparentes de boniato con verduras y carne (Japchae) o las empanadillas (Mandu). Es un buen sitio para aquellos que le gusta explorar y salirse del circuito. 

Si hablamos de baretos cutres no podemos dejar de acordarnos de la Taberna Amparín y sus excelsas patatas bravas, que fueron plato de la semana y récord de visitas en su día.  “Seguimos la receta de mi madre, Amparo, que se pasó 40 años preparándolas”, desvelaba entonces Raúl Checa a Almudena OrtuñoSin trampa ni cartón. Las patatas se pelan y se fríen al momento, se revuelcan en salsa de tomate caliente y mayonesa con un poco de ajo, se sirven bien pringosas y disfrutonas en un platillo que rebosa", explicaba nuestra compañera. Hay cola en la puerta para llevárselas a casa.

Hay muchas más opciones. Para ir con niños a merendar, La casa de pasárselo pipa. Sí, el nombre es horrible pero su tarta de calabaza  es de 10 y el espacio para que jueguen y te dejen un rato tranquila, una maravilla. Las pizzas del Vesuvio o las aceitunas y salazones de la Fábrica de Aceitunas Molero son también paradas obligatorias. Y para las copas, hay que ir al Negresco, un garito con mucho flow con aspecto de salón inglés y una extensa carta de whiskys y ginebras donde terminar el recorrido por el barrio a ritmo de jazz.   

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