Sonny Crockett y Ricardo Stubb llegaron a la pequeña pantalla para erradicar la corrupción en Miami. Lo hicieron a puñetazo limpio, subidos a un cochazo y vestidos como pinceles, protagonizando una serie que en realidad era un inagotable videoclip
VALÈNCIA.- Dos atractivos policías, vestidos como si fuesen dueños de un estudio de interiorismo, conducen un coche de lujo por las calles de Miami. Uno de los agentes sostiene un arma. Es de noche. Las luces de la ciudad se reflejan sobre la carrocería negra y brillante. También vemos girar una de las ruedas traseras del auto, todo ello mientras suena In the Air Tonight de Phil Collins. El coche se detiene junto a una cabina telefónica. Uno de los policías hace una llamada. Habla con su exesposa, que está dándole la cena al hijo de ambos, y le pregunta si lo que hubo entre ellos dos fue verdadero. «Claro que lo fue», dice la mujer. Él pone cara de circunstancias, cuelga y sube al auto, que reanuda la marcha. Nadie habla, la música de fondo lo hace por ellos. Cuando el coche se detenga, comenzará el desenlace de su misión: atrapar a un narco colombiano culpable de la muerte del hermano del policía que empuñaba el arma. No lograrán detenerlo pero, para compensar, la secuencia sentará las bases de una nueva manera de hacer televisión.
Casi tres décadas después de su estreno el 16 de septiembre de 1984, Corrupción en Miami ha envejecido para pasar a ser una caricatura de sí misma. Le ha ocurrido lo que a muchos otros elementos que quisieron definir culturalmente aquellos años. La serie funciona muy bien como ensayo acerca de una época en la que el telón de acero parecía indestructible, Reagan era el presidente de Estados Unidos y Margaret Thatcher gobernaba Inglaterra con mano dura para que la clase trabajadora no se le subiera a la chepa. El ejecutivo de televisión Brandon Tartikoff le pide a sus productores una versión de Canción triste de Hill Street diseñada para el público que ve la MTV. Anthony Yerkovich le ofrece un proyecto que lleva años puliendo. Ahora, Miami será el escenario y los protagonistas, dos polis especializados en luchar contra narcos (nada de prostitución o pornografía, please). Sus perfiles psicológicos serán más bien pobres y los diálogos llegarán a dar risa, al igual que algunas situaciones de las tramas. Pero el uso del color será espectacular, la música tendrá más importancia que los diálogos y la imagen será el factor determinante. En cuestión de semanas, la serie se convertirá en un fenómeno.
La cadena no quería ni oír hablar de Don Johnson para el papel protagonista; lo tenían por gafe, porque cada vez que aparecía en un piloto el proyecto se iba a pique. Pero como Nick Nolte y Jeff Bridges declinaron aceptar el papel de Sonny Crockett, no tuvieron más opción que dárselo a él. Philip Michael Thomas pasó a ser su colega, el teniente Ricardo Stubbs. El actor se hacía llamar a sí mismo EGOT, porque aseguraba que iba a ganar un Emmy, un Globo de Oro, un Oscar y un Tony —aún está esperando a que le den alguno—. Sirva ese dato prepotente para ilustrar el espíritu de una serie en la que todo era exagerado. Crockett vivía en una barca y tenía de mascota un caimán, Elvis, y conducía un Ferrari, aunque en realidad era un Corvette, así que Ferrari amenazó con demandar a la cadena si no se deshacían del coche. Aceptaron la propuesta, la casa cedió dos modelos Ferrari Testarossa y el Corvette fue destruido en uno de los capítulos. ¿Un poli conduciendo un Ferrari? Parecía un chiste en una serie sobre corrupción. Por aquel entonces la emigración latina a Miami ya era un fenómeno sociopolítico. El precio del poder, de Brian de Palma, había fabulado sobre el lado feo de esa realidad. Ahora la serie daba su propia visión del asunto desde el bando de los polis buenos que a la hora de usar la violencia eran casi más peligrosos que los criminales. El mensaje era claro: a muerte con la escoria. Muy de la época. Al principio, a las autoridades de Miami no les hizo ninguna gracia la imagen negativa que la serie proyectaba sobre la ciudad. Pero cuando vieron que fomentaba el turismo (sobre todo procedente de Europa), cambiaron de actitud. Así y todo, la productora también exhibía un talante neoliberal muy de la época. Cuando algún sindicato amenazaba con huelga (los salarios eran rácanos), la cadena amenazaba con rodar en otra parte. Durante un tiempo el mote de la serie fue Corrupción en San Diego.
Corrupción en Miami era una serie espectacular. El arte tenía poco espacio en una propuesta así, lo cual no evitó que en ella trabajaran John Millius o Abel Ferrara. Se le daba prioridad a las emociones en detrimento de las ideas y la adrenalina era su motor. Los tonos pastel definieron su estética. Michael Mann, que ejerció como showrunner, no quería ni un solo plano en el que apareciera una fachada con tonos tierra, así que el rodaje fue fundamental para que muchos de los viejos edificios art déco de Miami fueran pintados o restaurados, dando lugar al llamado efecto Vice. Crockett iba a trabajar con una camiseta rosa y una americana de Armani. La barba de tres días era consecuencia de sus misiones de incógnito, que le llevaban a estar de marcha con camellos. El impacto en la moda masculina fue enorme. La serie popularizó a los diseñadores italianos en Estados Unidos y varias marcas sacaron sus líneas de ropa y calzado inspiradas en los protagonistas de la serie. Hasta los grandes almacenes Macy’s abrieron un departamento dedicado a tendencias de moda relacionadas con ella. Ray-Ban, que un año antes estaba al borde de la ruina, fue otra de las empresas beneficiadas por el éxito de la serie —cuando Crockett empezó a usarlas, las ventas superaron el millón y medio de unidades— y también porque que Tom Cruise había lucido unas Wayfarer en Risky Business.
Y puesto que esta era una serie pensada para el público juvenil que se pegaba atracones de vídeos, la música tuvo un protagonismo nunca visto. La impactante sintonía de Jan Hammer —que en los setenta había formado parte del grupo holandés Focus— fue el emblema de una serie en la que las canciones no paraban de sonar. Entonces llegaron los cameos de estrellas de rock —Phil Collins tuvo el suyo—. El álbum con canciones que sonaban en la serie (Chaka Khan, Tina Turner, Glenn Frey...) estuvo doce semanas en el número uno de las listas de venta. Fue el primer disco de un programa de televisión en alcanzar ese puesto desde 1958. La serie duró cinco temporadas y comenzó su declive en 1987, cuando Dallas le robó su horario estelar que, a la larga, acabó costándole la audiencia. Entonces, los Ewing se cargaron a los polis pintones de Miami. El libre mercado es lo que tiene.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 88 (febrero 2022) de la revista Plaza