CRÍTICA DE ÓPERA

Les Arts clona 'Anna Bolena' para presentar 'Maria Stuarda'

FICHA TÉCNICA
Palau de Les Arts Reina Sofía, 10 diciembre 2023
Ópera MARIA STUARDA
Música, Gaetano Donizetti
Libreto, Giuseppe Bardari
Dirección musical, Maurizio Benini
Dirección escénica, Jetske Mijnssen
Escenografía, Ben Baur
Vestuario, Klaus Bruns
Iluminación, Cor van den Brink
Coreografía, Lillian Stillwell
Orquestra de la Comunitat Valenciana
Coro de la Generalitat Valenciana, director Francesc Perales
Maria Stuarda, Eleonora Buratto
Elisabetta, Silvia Tro Santafé
Conde de Leicester, Ismael Jordi
George Talbot, Manuel Fuentes
Lord Cecil, Carles Pachon
Anna Kennedy, Laura Orueta
12/12/2023 - 

VALÈNCIA. Tras el Anna Bolena de la temporada pasada, han llegado más reinas inglesas al Reina Sofía, llenas de drama e intriga para la fiesta de la melodía y de las voces que ofrece Donizetti, que es quien reinó verdaderamente ayer domingo en el coliseo del Turia. Pero, con esta Maria Stuardo, de tensión creciente, cierta sensación de “esta peli ya la he visto” estaba presente en el espectador. 

Porque una cosa es acertar con la idea de acometer un ciclo, y otra clonar casi todo lo del año pasado, a la búsqueda de una mal entendida unificación, -no buscada, por cierto por el autor-, con un mimetismo que no aporta dada, mucho más allá de una cierta despersonalización de la obra. La misma idea escénica, los mismos paramentos de las estancias con las mismas cornisas, las mismas puertas, hasta las mismas sillas… ¡y las mismas velas!

Y además, por si faltaba algo, -ya que orquesta y coro han de repetir para suerte del aficionado-, la misma soprano, la misma mezzo, el mismo tenor, el mismo director musical, y el mismo regista, y el mismo equipo de escenografía, vestuario, iluminación, y coreografía. Mucha comodidad y mucho ahorro, sobre todo en trabajo e imaginación, en esta producción de Les Arts con el San Carlo napolitano y la Ópera Nacional de Amsterdam.

A pesar de la cierta apatía generada por la clonación, en cualquier caso, con el segundo título de los tres anunciados del llamado ciclo Tudor, es decir de las óperas que Donizetti dedicó a las reinas inglesas, ha vuelto por suerte el bel canto a Les Arts con una obra de libreto del novato Giuseppe Bardari de verdadera calidad literaria y muchas licencias históricas, basado en la obra teatral de Schiller. Maria Stuarda narra el final de los días de la reina de Escocia, y sus desacuerdos, -de fatales consecuencias para ella-, con su prima Isabel I, reina de Inglaterra, quien ordena decapitarla, igual que hiciera su padre Enrique con su madre Anna Bolena. De casta le viene al galgo.

La censura fue atroz con esta ópera desde sus inicios, -como la que ejerce Les Arts con el gran Plácido Domingo-, siendo prohibido su estreno en Nápoles en 1834, de manera que levantado el castigo, pudo estrenarse en Milán un año después, hasta que la censura, -de nuevo-, obligó a retirarla a los pocos días de La Scala. Compositor brillante, de pureza expresiva y sentimental, con extrema ternura para sus líricas melodías, Gaetano Donizetti con Maria Stuarda consolida su evidente carácter trágico como creador del romanticismo de vigor, consiguiendo la expresión dramática a base de una escueta construcción armónica, y a través de la simplicidad de la melodía. ¿Cómo consigue Donizetti aflorar tantos sentimientos con una música tan sencilla? Dígamelo.

En cualquier caso, y a pesar de los pesares, el resultado artístico global de esta versión es muy satisfactorio, gracias a los grandes músicos que pisaron podio, foso y escenario. El imponente Coro de la Generalitat Valenciana tomó el pulso dramático del compositor de Bérgamo. Sonó como siempre, contundente y ajustado, aportando color, matiz y fuerza, cosa que no es de extrañar teniendo entre sus filas a estupendos cantantes como María José Cifre, o Boro Giner, quienes buena muestra dieron de ello en la entrañable celebración de los 90 años de vida del gran Eduardo Cifre por parte del Orfeón Universitario de su época.

Benini y la justa expresividad

Pero volvamos a la cosa. Si Maurizio Benini se encuentra a gusto y tranquilo con el coro de la casa, lo mismo le sucede con la orquesta. Sabe que son dos conjuntos profesionales de alto nivel que no se los encuentra en cualquier teatro. Además él es serio, conciso, y conocedor de su oficio, y el resultado de todo ello es la trasmisión del director italiano de una seguridad y tranquilidad general, consiguiendo entre todos la justa expresividad que la partitura de Donizetti encierra. Dueño de los silencios, dirigió a una rotunda Orquesta de la Comunitat Valenciana, para hacerla sonar precisa, suelta, brillante, y calibrada.

Y dirigió también, -y sobre todo,- al servicio de las voces, consiguiendo el perfecto equilibrio para acompañarlos sin menoscabo del buen impulso y rotundidad orquestal. Lástima del momento de la excesivamente aguerrida preghiera, en la que dio rienda suelta al extraordinario conjunto coral, -¡qué imponentes crescendos!-, olvidando el necesario equilibrio con la soprano, que quedó en segundo plano, inaudible por momentos, como en esos 8 compases de nota tenida para la sobriedad y fragilidad de Maria.

Los solistas demostraron grandes cualidades canoras a la altura del director y conjuntos de la casa, haciendo hincapié todos ellos en el preciosismo de la voz deseado por Donizetti, tal y como advirtió Pepe Prefaci, en su conferencia organizada por La Agricultura previa al estreno. Y es que, aparte del enfrentamiento entre reinas, ayer se vivió otro entre todas las voces belcantistas.

Duelo belcantista

Destacó sin duda alguna la protagonista femenina Eleonora Buratto en el papel de Maria Stuarda, entregada por completo desde el inicio, para culminar con las escenas finales que Donizetti le prepara de verdadero riesgo y absoluta belleza. La soprano italiana hizo un canto natural, libre, y pleno de musicalidad. Un soberbio control del fiato le permitió abordar las partes más delicadas, y expresar con valentía y verdadera contundencia los momentos de dolor y de mayor intensidad dramática.

Buratto dispone de un instrumento redondo para un canto sin fisuras, de timbre cristalino y  aflautado en todos los registros, -de los de terciopelo-, con un caudal canoro de fácil producción y de llegada eficaz. Derrochó fiereza y dulzura a la vez, haciendo una reina de Escocia orgullosa, doliente, combativa y resolutiva, para una evolución sicológica bien lograda. Su “Quando di luce rosea” fue dicho llena de autoridad con un tiempo lento alla grande, haciendo usos de sus legatos más placenteros hasta la delicada cadenza final.

Se enfrentó en ofensivo duelo con la mezzo soprano valenciana Silvia Tro Santafé, quien abordó su muy exigente papel de la celosa y engreída Elisabetta, -figlia impura di Bolena-, desplegando un canto sólido de buen volumen, sustentado en un control de la respiración de ensueño. Su voz, de gran extensión y versatilidad tiene buen color en el agudo, gran empaque, y squillo suficiente para abordar con éxito hasta la stretta más exigente. 

Tro demostró poseer un dominio canoro y escénico espléndidos, al igual que el jerezano Ismael Jordi, solvente e inteligente tenor, como el conde de Leicester. En un papel parecido a lo ahora se llama relator, fue un partenaire de ambas reinas de canto estiloso, franco, de buen volumen, y de color y agudos irregulares. Derrochó buen gusto canoro y musicalidad, destacando su canto ligado y sus frases dulces en la parte media. Sin arias, -porque Donizetti no quiso-, cantó un “Era d’amor l’immagine” de exquisita factura en su escena con Elisabetta del acto primero. 

Los ya conocidos en la casa Manuel Fuentes, Carles Pachon y Laura Orueta cumplieron sobradamente en sus respectivos papeles de Talbot, Cecil, y Anna. Disponen todos ellos de voces bien timbradas, en especial ambos bajos, y con extraordinario volumen. La colocación entubada por momentos, perturba la dicción del alicantino Fuentes, quien resolvió bien la escena, al igual que Carles Pachon, de canto más aspirado, y voz de buen brillo y squillo

La escena de Jetske Mijnssen fue el punto más bajo del nivel general.  Si bien consiguió reflejar el cruel y permanente enfrentamiento de ambas reinas, la idea se diluye con la formalización escénica exenta de ideas, casi todas en blanco y negro, y se desvirtúa con la participación de cuerpos de bailes que bailan molestando, además de las innecesarias referencias al mundo infantil. 

Los pocos decorados sirven para todo. Igual para un castillo que para un palacio. Igual para una celda que para una estancia real. Igual para un baile que para un patíbulo. Todo resulta demasiado estático, pobre, e igual. E inadecuado, -por estanco-, como sucede en el último acto, donde se evidencia una incomunicación no deseada entre la condenada, coro, y resto de protagonistas.

El Comité del Patrimonio Inmaterial de la Unesco ha proclamado recientemente la práctica del canto lírico italiano como Patrimonio de la Humanidad. No se sabe si fue esa la causa del momentáneo desmayo de una espectadora durante la función. Benini tuvo que suspender la obra durante unos segundos durante el excitante dúo de Tro y Jordi. Hasta eso lo gestionó bien el italiano. 

Pero sea como fuere, el caso es que ayer en el Reina Sofía se vivió una tarde de las grandes para disfrutar, -clonación aparte-, de las que hacen honor a ese canto lírico italiano, que nunca desvanecerá para suerte de la humanidad. Aunque no haya programa de mano.