VALENCIA. “Hay en Valencia un periódico saladísimo escrito en chés que se titula La Traca […] Pues bien, al señor [José] Botella le escuece La Traca y, ¿cómo dirán ustedes que se ha rascado el picor? Pues imponiendo al colega una multa de 2.000 reales, sin decir por qué ni para qué”. La fama de la publicación valenciana subía como la espuma y, al mismo ritmo, subían sus problemas. Así se hacía eco el diario madrileño El Globo, en octubre de 1885, de las polémicas generadas desde la redacción del Semanari pa la chent de tro ya desde su primer número, publicado el 15 de noviembre de 1884. La revista, como su propio nombre indica, sacudió una sociedad necesitada de resistencia, un estruendo que dio paso al tenebroso silencio. Hasta ahora. El pueblo valenciano se hace mayor y, para celebrar su llegada a la edad adulta, recupera una publicación histórica y enterrada por la dictadura.
La Universitat de València abrió ayer las puertas, y los números, de la exposición Revista La Traca. La transgresión como norma, que se puede ver hasta el próximo 15 de enero en la Sala Estudi General del Centre Cultural La Nau. Comisariada por los profesores Antonio Laguna y Francesc-Andreu Martínez, la muestra es la primera dedicada a la revista, en la que se puede ver material inédito sobre la que fue la publicación de mayor tirada de España, con en torno a medio millón de ejemplares despachados en su época dorada. Para reunirlos todos, una colección que está siendo digitalizada por el centro universitario, se ha ‘tirado’ de la Biblioteca Valenciana, distintos archivos militares o la colección de Rafael Solaz, un laborioso trabajo para restaurar “una memoria que nunca deberíamos haber perdido”, explicó Laguna durante la presentación.
"Es nuestro Charlie Hebdo"
Acompañados por el vicerrector de Cultura e Igualdad de la Universitat de València, Antonio Ariño, la sensación era la de estar dando un paso, no solo en el contexto expositivo y cultural, sino como sociedad. “Es nuestro Charlie Hebdo”, aseveró el profesor Francesc Martínez. Si el inicio de su andadura fue problemático, el final fue trágico. Hablar de La Traca es también hablar de su propietario, el editor Vicente Miguel Carceller, cuyo compromiso con la República le llevó a ser asesinado por un pelotón de fusilamiento en el paredón de Paterna, en 1940. “No fue delito de sangre, sino de pluma. Se fusiló la risa valenciana”, aseveraron los comisarios, quienes aprovecharon la ocasión para implorar al gobierno valenciano un homenaje como se merece.
Destruidos en su mayor parte por el régimen franquista, La Nau recoge una buena colección de portadas y números completos, aquellos que han podido salvarse de un silencio impuesto a base de tiro. Considerado injustamente como un género menor, la prensa festiva y popular se convirtió en la voz de los que no tenían. Lo que parece un cliché es bien cierto, pues el juego les llevó al límite, incluyendo representaciones anticlericales y de alto contenido erótico. Todo eso desde finales del siglo XIX y hasta el fin de la II República. El semanario se convirtió en “la versión satírica de El Pueblo”, diario fundado por Vicente Blasco Ibáñez, la representación coloquial de un movimiento que se tradujo a la ciudadanía de a pie con el uso de un valenciano que se mezclaba con el castellano, un esfuerzo consciente por dirigirse de tú a tú al lector. Ese fue su éxito, traduciéndose en tiradas que lo han convertido en una de las publicaciones más fuertes de la historia del país.
La revista La Traca. Semanari pa la chent de tro reflejó una cultura alternativa a la corriente mayoritaria de los medios de comunicación, siendo inmisericordes con la corrupción. No en vano, la revista fue una de las poquísimas publicaciones en caricaturizar la figura de Franco. La propaganda antifascista se convirtió en el eje central del semanario una vez estalló la Guerra Civil cuando, derivado de su éxito en Valencia, ya se editaba en castellano y distribuía por todo el país. Hitler y Mussolini eran representados como enemigos de la cultura y el progreso, siendo el 17 de marzo de 1937 cuando, por primera vez y de manos del colaborador José María Carnicero, aparece la figura de Franco, dibujado como homosexual –“el general invertido”-. Vestido de mujer, suspirando por los bellos marroquíes o mirando de forma golosa a unos platanos (la fruta), las viñetas no dejaban de producirse. Hasta el final.
Fue ese coqueteo con los límites lo que cimentó su leyenda, a base de reprimendas, eso sí. La Traca fue denunciada insistentemente a lo largo de su existencia, no solo por cuestiones de carácter político, también por su contenido sexual. De hecho, solo en 1913 tuvo tres denuncias interpuestas por el fiscal por sus dibujos “pecaminosos”, que conllevaban una sanción económica de entre 25 y 125 pesetas, además del secuestro de la tirada, incluidos los clichés. Con una tirada de unos 12.000 ejemplares, lo que se traducía en ingresos de 500 pesetas, las multas económicas no eran problema para la revista, que se hizo para el pueblo usando su lenguaje y con un precio más que asequible: una ‘aguileta’ (5 céntimos).
Contra la “frailocracia”
Carceller explotó el erotismo en La Traca y muchas de sus otras publicaciones pues el editor levantó un verdadero imperio con más de una decena de revistas y una compañía que integraba 50 familias entre impresores, redactores, grabadores, dibujantes, personal administrativo y demás. El Piropo, Bésame o Fi-Fi ahondaba en la fórmula, hasta donde podía, claro, pues nunca llegó a hacerlo de forma explícita. En todo caso, su máximo representante fue El chorizo japonés, una revista catalogada como “eminentemente festiva, altamente calentita y colosalmente chismosa” que pretendía publicar “las intimidades íntimas de los artistas”. Con tiradas de 50.000 ejemplares, las denuncias hicieron que dejara de existir tras cuatro números.
Si su vertiente erótica le valió un buen puñado de enemigos, no fueron tantos como con la anticlerical. Con Iglesia habían topado. La lucha por acabar contra la “frailocracia”, término utilizado por su colaborador Luis de Tapia, no conocía de sutilezas y era, aunque verbalmente, todo lo violenta que sus lápices permitían. Las caricaturas de frailes y monjas eran constantes, algunas de ellas de carácter erótico. Dos en uno. También usaron como arma en su batalla los casos de pederastia, llegando a presentar en marzo de 1934 de forma casi explícita el abuso de un sacerdote a un niño.
Si bien el editor Vicente Miguel Carceller es identificado como el alma de La Traca, su nacimiento fue de la mano de Manuel Lluch Soler y Luis Cebrián Mezquita, quienes inspirados por Constantí Llombart crearon la cabecera hasta que Carceller tomara las riendas en 1909. El semanario fue heredero de una prensa satírica que nació a principios del siglo XIX, un periodismo que vivió su primera edad de oro entre 1868 y 1874. A pesar del tremendo éxito de la publicación, el silencio franquista tuvo su efecto, enterrando su historia. “¿Va de Fallas?”, preguntaron al vicerrector de Cultura e Igualdad cuando anunció que preparaban una exposición sobre La Traca. Ahora Valencia se hace mayor y recupera su pasado, una colección única para reconciliarse y revisitar la socarronería que ha esculpido el carácter local.