VALÈNCIA. Con el tiempo, las Fallas han venido concitando diversas artes a su alrededor y sin embargo todavía nos preguntamos si los monumentos, el centro de la fiesta, son arte realmente. Ciertamente, me cuesta pronunciarme sobre un mundo que observo desde fuera con curiosidad y con el espíritu crítico de quien no participa directamente, pero que desde niño las ha vivido con mayor o menor intensidad, pues familiares muy directos y amigos son protagonistas. Sí que me he fijado por deformación profesional, en las ocasiones en que el arte se ha acercado a la fiesta. En cuanto al arte de los monumentos no seré quien diga por dónde han de discurrir estéticamente, pero me parece interesante la existencia de una variedad mayor con respecto a otras épocas dominadas por una estética más uniforme. Leí en su día que las fallas no tienen vocación ni posibilidad de abstracción y por tanto la dificultad de otorgarles la cualidad de obras de arte, pero pienso que es esta una visión acotada del asunto. He visto fallas abstractas (abstracción geométrica eso sí), pero creo que también es posible llevar a cabo una abstracción más expresionista con los medios materiales de los que disponen los artistas. A las fallas se les puede llevar a donde el artista quiera. No encuentro la razón para pensar lo contrario. Quizás haya que abrir territorios y en este caso no no debe existir miedo a invitar a participar a artistas nacionales o incluso internacionales en la idea y diseño de los monumentos. Pienso que es un camino de futuro que deberían plantearse las fallas o al menos parte de estas.
Quizás más allá del monumento fallero en sí, la cartelería y los llibrets generados por el mundo fallero a lo largo de más de un siglo son documentos impagables y de coleccionismo local, que reflejan como pocos una multitud de aspectos: el diseño gráfico, las modas y estilos decorativos imperantes en el momento, e incluso en el caso de los llibrets, una foto fija de la sociedad valenciana de aquel año, expresiones, humor, literatura más o menos de corte popular. De la tipografía, los colores, el tema o la composición es fácil detectar si nos encontramos en el modernismo de los años de la exposición regional o ya en el art decó de los años 20 y 30. Conforme ha pasado el tiempo los períodos posteriores también han dejado su impronta en este sentido: no es igual un cartel diseñado en los años 60 o en los postmodernistas 80.
El primer cartel oficial anunciador de las fallas se llevó a cabo en 1929 se debe nada menos que a la mano de José Segrelles con la desbordante fantasía que le es propia y sirviéndose de una técnica por la que ya era conocido. Aquel año el artista hacía escala en València, antes de embarcarse hacia Estados Unidos dibujaría primer cartel anunciador de las Fallas de València. Con la visibilidad que daban los carteles oficiales la intención institucional era engrandecer las fiestas josefinas en perjuicio de otras fiestas paganas como Carnaval.
No obstante, habría que concluir que la vistosidad de la fiesta fallera ha sido recogida en pocas ocasiones por los artistas contemporáneos. Más allá de las deliciosas tablillas de Pinazo con las “mascletaes de trams de tro” y el bullicio de la gente que corre a su alrededor, no mucho más. Es posible que pintar el “arte fallero” fuera algo redundante para los artistas (pintar al propio arte), y por tanto un asunto que seducía poco.
Lo que sí fue objeto de numerosos cuadros de aquella edad dorada del arte valenciano que es el siglo XIX y principios del XX, es la mujer y el hombre ataviados con la indumentaria valenciana que en definitiva es la que se luce durante estas fiestas. Desde el último tercio del siglo XIX y hasta los años 50 del siglo XX son numerosas las obras de esta temática costumbrista que cuelgan en las paredes de muchas casas. La lista de artistas es muy amplia en calidad y cantidad: Bernardo Ferrándiz, José Mongrell, Nicolau Cotanda, Jacinto Capuz, Vicente March, Teodoro Andreu, Puig Roda, José Navarro, Leopoldo García Ramón, Ignacio Pinazo o el mismo Joaquín Sorolla entre otros muchos. Ya en los años 30 hasta época de posguerra se unen Alfredo Claros, José Manaut, Tusset o Dubón, artistas estos últimos un tanto olvidados, que debemos reivindicar con urgencia. De aquellas obras llama la atención la maestría y detallismo a la hora de reflejar las sedas y los detalles del vestuario, así como contexto del cuadro: la vivienda o el exterior de la alquería, con su azulejería, los aperos, utensilios o mobiliario, por lo que hay que incluir que para estos artistas eran casi tan importante los retratados, aunque ciertamente no se trata de retratos, como colocarlos en un contexto de tipismo auténticamente valenciano.
Ya entrado el siglo XX, no quiero que se me olvide la extraordinaria serie dedicada a las falleras, obra del magistral y cotizado artista nacido en Barcelona en 1871 y muerto en 1959, Hermenegildo Anglada-Camarasa. Una visión ensoñadora, modernista, casi irreal y fantástica del mundo de las falleras.
Dicho esto, hay que ser sinceros y conforme avanza el siglo XX la calidad de las obras de los artistas se resiente considerablemente y los acercamientos posteriores a esta temática, salvo pocas excepciones, han quedado lejos de igualar en maestría a los artistas de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX. El decorativismo de cuestionable gusto inundó hogares de la burguesía de la ciudad con obras cargadas de una falsa y cursi idealización del mundo de las falleras y la huerta que han falseado la visión de la mujer valenciana.
En cuanto a artistas relevantes que se metieran a eso de diseñar fallas, muchos recuerdan cuando llegó Dalí, y sobrevino la polémica. Una de las primeras polémicas falleras. No pocas críticas dentro de ese mundo despertó la falla diseñada por el ya por entonces celebérrimo Salvador Dalí en 1954 para la comisión de El Foc y en la actual plaza del Ayuntamiento. Se le tuvo como intruso y no se comprendió lo que hacía allí. Quizás fuera este uno de los primeros monumentos de corte experimental o innovador, que hoy en día tienen una categoría propia. El lema fue La corrida de toros surrealista. La construyó el escultor Octavio Vicent quien reconoció serios problemas para llevar a las tres dimensiones un diseño coronado por un gran busto mitad la cara de Dalí y mitad la cara de Picasso, y una mujer que podía ser la mismísima Gala. En el No-Do dedicado a las Fallas de ese año se hizo referencia, como no podía ser de otra forma, al singular monumento que tuvo trascendencia internacional.