VALENCIA. Estos días se estrena en España A veinte pasos de la fama, el documental musical que ganó el Oscar el año pasado y que se centra en las carreras de las coristas del rock. Al igual que los actores secundarios en el cine, estas cantantes han sido constantemente ninguneadas por la industria pese a su importancia en la configuración de ciertos sonidos (el Motown, por ejemplo) y su participación en discos y conciertos de las principales estrellas de la música popular.
Sin ir más lejos, en este documental intervienen músicos como Mick Jagger, Bruce Springsteen, Sting o Stevie Wonder. La película trata de hacerles justicia a estas cantantes, ya que muchas de ellas ni siquiera aparecían en los créditos de las grabaciones, al tiempo que traza un recorrido por el rock desde el punto de vista de quienes normalmente han constado en segundo plano.
Hasta aquí, todo bien. No obstante, cuando nos metemos en detalle, llegan los problemas. Porque lo que se vende como un reivindicación necesaria acaba convertido en una loa complaciente a las supuestas bondades de una industria, la musical, dedicada sin descanso a tapar aquellos aspectos que resultan menos ejemplares. Para empezar, ya resulta sospechosa una película sobre la historia del rock norteamericano en la que no se pronuncie la palabra "racismo", ya que las tensiones raciales constituyen un elemento fundamental en el origen y desarrollo de la cultura rock.
La película nos dice que, al principio, las coristas eran blancas y de repente, por arte de magia, surgió una formación de cantantes negras, llamada The Blossoms, que lo cambiaron todo. Evidentemente, no se dice ni cuándo ocurrió esto ni por qué ni, sobre todo, en qué contexto cultural y político sucedió. Parece que la música rock vivió en una especie de burbuja ajena en un período, los años 60, de masivas protestas, de reivindicaciones pacifistas y de conflictos sociales. De hecho, en un momento del film, ya se encarga de decir una cantante que ella iba a lo suyo, a la música, y que no se enteraba mucho de lo que sucedía por ahí.
Toda la película es una sucesión de cantantes y grupos que van apareciendo sin orden ni concierto, como si la historia de la música fuese un ciclo biológico por el que a unos artistas les siguen otros que se limitan a cantar mejor y a mover más el culo al compás de la música frenética. Cuando se elabora ese discurso, lo normal es que no se entienda nada. Es imposible explicar la historia de la música rock eludiendo el enfoque político porque, precisamente, la cultura rock nació como movimiento de contestación y rebeldía frente al escenario cultural y social surgido tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
La industria no tuvo más remedio que aceptar la nueva cultura cuando aparecieron cantantes blancos como Elvis Presley, que cantaban como los negros y que celebraban la sexualidad con cierto desparpajo. Los movimientos de caderas de Elvis en los años 50 (que fueron censurados por la televisión estadounidense) pasaron a ser la metáfora de una cultura que reflejaba las sensibilidades de los jóvenes de la época.
Desde entonces, la cultura rock ha ido expresando, a lo largo de sus distintos movimientos (como el folk-rock o el punk) el descontento político. Por su parte, el poder político también ha respondido utilizando la música como expresión desmovilizadora (ahí están casos como la "movida madrileña" o la creación del canal MTV en Estados Unidos). Si ya constituye una aberración intelectual tratar de deslindar la cultura de la política, proceder así en el caso de una cultura tan explícita no es más que una burda manipulación.
La manipulación consiste en utilizar el cine para reescribir la historia de la cultura y su relación con la política. Estos últimos días, ha vuelto a la palestra uno de los casos más llamativos de los últimos años, el de la película Searching for Sugar Man, el documental que obtuvo el Oscar de Hollywood en 2012. En ella, el director Malik Bendjelloul (fallecido hace poco más de una semana) nos ofrecía el retrato de Sixto Rodriguez, un oscuro cantante de Detroit que no había conseguido el éxito en los años 70 y que habría desaparecido después sin dejar ningún rastro
Lo gracioso del asunto es que la música de Rodriguez, según la película, habría sido la espoleta para acabar con el apartheid en Sudáfrica, gracias a la introducción en el país de una grabación a cargo de una turista, grabación que, posteriormente, habría circulado de manera masiva y clandestina. La película, con todas sus trampas (porque no es cierto que Rodriguez se hubiese esfumado por completo del mundillo musical) recibió todos los parabienes de la industria por un motivo muy sencillo: atribuía la derrota del apartheid a la circulación de mercancías propia del capitalismo. Poco importaba la lucha claramente izquierdista de Nelson Mandela o de Athol Fugard cuando ahí estaba el neoliberalismo para imponer la lógica que pregonan sus descerebrados defensores: si se deja libertad a los mercados, se acaban las injusticias y caen las dictaduras.
A veinte pasos de la fama se inscribe en esta tradición del documental musical que, auspiciado por la industria y bajo su apariencia inocente, oculta un discurso tremendamente retrógrado. Se distrae al espectador con la música como el flautista de Hamelín (la banda sonora, como en el caso de Rodriguez, es magnífica) para colarle a continuación la ideología neoliberal. En este film, los conflictos raciales se disimulan nuevamente con lógicas de mercado: si las coristas no triunfaron no es porque fueran mujeres negras en un sistema machista y racista (hipótesis que la película ni se plantea) sino por una simple mala suerte.
La mala suerte se resume en que muchas de estas cantantes tuvieron en el pasado como productor al malo de turno, Phil Spector, actualmente en la cárcel por matar a una actriz en 2003, y que es el único personaje de quien se ofrece un retrato negativo. Claro, te cruzas con ese tío tan malvado y te arruina la vida, pese a que la industria, muy inmaculada ella, siempre te concede una oportunidad para triunfar.
Esta lógica de la justicia neoliberal está imponiéndose en todos los ámbitos del terreno cultural, incluso en aquellos territorios, como el documental musical, más favorables de partida a una reflexión contracultural. Así, este infumable documental ha circulado por sitios tan prestigiosos como Sundance o In-Edit, además de llevarse el año pasado el mismo Oscar que había ganado en la edición anterior Searching for Sugar Man.
Pero ése es el auténtico peligro de estos discursos, su capacidad de penetración y su invisibilidad mientras los gobiernos delegan la gestión de la educación y la cultura a entidades privadas, cuando debería ser una prioridad pública absoluta. Así, se está cediendo la programación de festivales, encuentros y espacios culturales a empresas que piensan que la cultura la componen las corridas de toros y los pasos de Semana Santa.
Nuestros políticos deberían aprender la lección de los norteamericanos: lo productivo no es cerrar televisiones, eliminar las subvenciones del cine o despedir a gestores eficientes sino invertir en el sector audiovisual. Es una obviedad: no se puede elaborar una historia oficial cuando se ha liquidado toda la industria cultural.
Ficha técnica:
A veinte pasos de la fama (Twenty Feet from Stardom)
EE.UU., 2013, 91'
Director: Morgan Neville
Intérpretes: Darlene Love, Merry Clayton, Lisa Fischer, Judith Hill, Mabel John, Claudia Lennear, Táta Vega, Mick Jagger, Bette Midler, Sting, Stevie Wonder, Bruce Springsteen, Lou Adler, Patti Austin, Chris Botti, Sheryl Crow
Sinopsis: La historia del rock ha dejado tradicionalmente de lado a las coristas, aquellas cantantes que ayudaban a conformar un nuevo sonido. Siempre aparecen detrás de los cantantes principales, y éstos no les dan protagonismo: ni siquiera quieren debatir con ellas por miedo a parecer machistas e intelectualmente superiores
Película ganadora del Oscar en 2013 como mejor documental