Aunque en realidad se trataba de un drama de lo más habitual, Dallas alcanzó la categoría de fenómeno cultural. Con ella, la maldad y la alevosía pasaron a ser elementos reales y reconocibles, gracias, en parte, a un tal John Ross Ewing
VALÈNCIA.- Dallas fue una serie pionera y determinante en muchos más aspectos de lo que a priori cabría atribuirle. Por ejemplo, cuando el personaje de Bobby Ewing, muerto en accidente de coche, reaparece en la ducha frente a su mujer, los guionistas sentaron un precedente. Consecuencias: el equipo de Médico de familia aprovechó al máximo este deus ex machina televisivo: cuando no sepas cómo continuar, márcate un Calderón de la Barca y di que todo fue un sueño.
Se ha llegado a afirmar incluso que Dallas tuvo algo que ver en la caída del Telón de Acero. El dictador Nicolae Ceausescu permitió que la serie se emitiera en Rumanía, convencido de que esta era un alegato anticapitalista. Gracias a eso, el público pudo admirar un mundo materialista al cual no tenía acceso y la jugada se volvió en contra del dictador, que acabaría fusilado tras perder el favor del pueblo. Tras su muerte y con la apertura democrática, en dicho país se volvieron a emitir todos los capítulos, ahora sin censura alguna. Dallas hizo de la ambición y la avaricia características clave para que el público, en lugar de seguir las andanzas de los héroes, cayera rendido ante villanos como J.R. Ewing, que encarnado por Larry Hagman, era la malvada estrella del serial.
En muchos aspectos, Dallas es J.R. Fue el personaje que hizo que la producción de CBS dejara de ser un título del montón para convertirse en fenómeno global. Taimado, cínico y sin escrúpulos, J. R. era un individuo capaz de cualquier cosa con tal de salirse con la suya. Daba mala vida a su mujer, Sue Ellen (Linda Gray), competía sucio contra su hermano Bobby (Patrick Duffy) y su cuñada Pam (Victoria Principal), que para colmo, era hermana de su archienemigo Cliff Barnes (Ken Kercheval), al que chinchaba y humillaba constantemente. Dallas era una adaptación moderna de un arquetipo dramático clásico. Hijos que pelean por obtener el favor del padre y, con ello, el control de su legado. Hombres y mujeres que se aferran a sus pasiones. Envidias, celos, traiciones.
La bondad no era un bien al alza en Southfork, la residencia de los Ewing. Ambiciosos y orgullosamente norteamericanos, eran magnates del petróleo que en lugar de vivir en una mansión lo hacían en un rancho, y vestían vaqueros y sombrero Stetson en lugar de ponerse esmoquin para la cena. Uno de los ejecutivos de CBS tuvo la idea de bautizar el proyecto que el guionista David Jacobs estaba ofreciéndoles: Dallas sonaba mucho mejor que Oil (Petróleo) o Houston. Y en cuanto a los conceptos de maldad y bondad, Hagman llegó a decir que su personaje «no era un mal tipo; simplemente era como la gente que se dedica al negocio del petróleo».
Dallas se estrenó en 1978 y duraría en antena hasta 1991, para volver en forma de reboot en 2012. La ficción televisiva más duradera de la historia fue primero una miniserie de cinco capítulos que pasó sin pena ni gloria. La segunda temporada, ya con 24 entregas, tampoco causó grandes estragos en los índices de audiencia. Hasta que al final de la tercera temporada, el cañón de una pistola asomó por la puerta del despacho de J.R. y le descerrajó un tiro. Para entonces, la serie ya era tan popular (cien millones de espectadores en 1980) que hasta la reina de Inglaterra, cuando le presentaron a Hagman, le preguntó si podía decirle quién había disparado a su personaje.
La serie era tan popular que hasta la reina de Inglaterra le preguntó a Hagman si podía decirle quién había disparado a su personaje
Lo cierto es que nadie lo sabía. Se rodaron varios finales diferentes y varios miembros del reparto apretaron el gatillo. La verdad se supo en el capítulo ¿Quién disparó a J.R.? Para entonces, la era Reagan daba comienzo en Estados Unidos, por eso no es casual que Dallas, y luego Dinastía y Falcon Crest, con tramas argumentales en las que primaban el poder y el dinero a cualquier precio, fueran éxitos rotundos durante su gobierno. Hagman achacó también parte del éxito a la recesión económica, que mantenía a la gente en casa, pegada al televisor. Fue así como el espectador pudo asistir a los entresijos de vidas inalcanzables, criticarlas e incluso juzgarlas, algo imposible en la vida real. Hagman, que ya había tenido una cierta notoriedad televisiva en los sesenta con Mi bella genio (I Dream of Jeannie), fue albañil antes de ser actor. Tuvo que construir una piscina para un magnate del petróleo y lo que vivió durante aquellos meses le sirvió para componer el personaje de J.R. El atentado contra J.R. no fue solo consecuencia de su maldad sino de la política del actor. Hagman pidió mucho más dinero a la cadena, y como no estaba claro si sus circunstancias serían aceptadas, aquel disparo dejó abiertas otras posibilidades en caso de que se marchara.
Pero no olvidemos que J.R. no hubiese sido nadie sin sus contrincantes. Allí estaba la sufrida Sue Ellen, personaje que acabó agotando a Linda Gray, quien, harta de interpretar, año tras a año, a una mujer borracha, dejó la serie. En una ficción y una sociedad en la que beberse un whisky a modo de piscolabis era lo más normal, a Sue Ellen le cayó el sambenito que eludía a la mayoría de los varones que hacían lo mismo que ella. Porque lo cierto es que, fuera del plató, los que se hinchaban a beber eran Hagman y Duffy, que se soplaban unas cuantas botellas de champán diarias. Al principio, era el personaje de Bobby, guapo, deportista y playboy, el que tenía que destacar, pero su pérfido hermano se lo comió con patatas. Duffy también se cansó de su personaje, abandonó la serie, pero enseguida se dio cuenta de su error y volvió a ella, poniendo en marcha la famosa escena del sueño. Su esposa Pamela era otro de los ases de Dallas. La interpretaba Victoria Principal, que ya había despuntado en películas como Terremoto (Mark Robson, 1974) y que gracias a la serie se convertiría en estrella y sex symbol. Tampoco olvidemos al personaje de Lucy Ewing, la hija pequeña de la familia, la Lolita que seducía al capataz Ray Krebbs, siempre atrapada en las disputas de sus hermanos varones.
Personaje interpretado por Charlene Tilton, el físico de Lucy fue comparado en alguna ocasión con el de Alaska, lo cual quiere decir que, en 1982, que es cuando la cantante se hizo famosa gracias a Bailando, Dallas era ya también una serie muy popular en España. Lo cierto es que en su gira de 1982 Alaska y los Pegamoides abrían sus conciertos con la sintonía compuesta por Jerrold Immel. Dallas se había estrenado tres años antes en el UHF de TVE, y se emitía a eso de las siete de la tarde, ante la indiferencia generalizada del público. Fue dando tumbos por la parrilla hasta que el eco del éxito mundial de la serie la catapultó a un horario estelar. España no escapó a la jotaerremanía, pero en Rumanía, la dallasmanía llegó a ser tan notoria que, con la llegada de la democracia, un empresario montó una réplica de Southfork a la que llamó Southforkscu. Y por si fuera poco, también inauguró el hotel Dallas.
* Este artículo salió publicado en el número 87 (enero 2022) de la revista Plaza