Fernando Ramírez Mantecón y un local con las paredes de un amarillo que duele, hasta que te acostumbras a él. Fernando Ramírez Mantecón y el disfrute, el que procura a una clientela que lo aprecia
VALÈNCIA.- En una calle relativamente tranquila de Ruzafa —Doctor Sumsi— se encuentra el Saxo Café. Su entrada es discreta: no es más que una pequeña puerta de madera ajada sobre la cual hay un sector circular de toldo —es decir, la mitad de un semicírculo, forma en desuso para este tipo de elementos de decoración y protección solar— de plástico blanco —algo amarillento, van muchos años de subir la persiana que está delante de la puerta ajada— y un neón, desproporcionado para la entrada, que sobresale y se ilumina como una estrella del Norte. En el luminoso se ve el logo del local, una delicia gráfica de los años 80.
Inmediatamente después de la puerta, es decir, dentro, está Fernando Ramírez Mantecón.
Nadie sabe cuántas horas de vuelo tiene Fernando descorchando vinos desde que se quedó el traspaso del Saxo en 1986. Antes de regentar este local anacrónico, trabajaba en una discoteca de la Gran Vía Germanías: el Flash, cuya propiedad ostentaba Juanjo Carbonell, hoy presidente de la Federación de Ocio, Turismo, Juego e Industrias Afines de la Comunidad Valenciana (FOTUR). El local actualmente es la discoteca Oven, anteriormente era Nylon. «Antes fue el Tropikos: iban los jugadores de Valencia. Mario Kempes y todos los grandes de la época».
A Fernando lo vio nacer Villar de Caña y crecer Minglanilla, un pueblo de la Manchuela, en Cuenca. La oralidad de su lugar de procedencia sigue vigente en su habla y en sus modos mesetarios, que son ironía y sinceridad. No es lo mismo el humor de viñedos y carreras salpicadas por girasoles que la risa que hay en las nuestras, que tienen adelfas rosas y blancas —cuya ingesta provoca la muerte— y acequias en los arcenes.
A los dieciocho años, Fernando se trasladó a València a estudiar Magisterio: «Soy maestro de escuela, pero no llegué a trabajar de lo mío. En el bar ya ejerzo. El local a mí me llegó a través de Joaquín Navarro Farinós. Joaquín cerraba para irse a la discoteca, y necesitaba a alguien de confianza en el mundo hostelero. Al final me lo quedé».
Durante los primeros años todo era diferente. El Saxo tenía una antigua licencia de disco-bar, un billar —sigue estando, aunque en el momento de esta entrevista es como un león dormido—, dardos, un comecocos y cola para jugar al Tetris. «Esto era un sin vivir, que tenía dos equipos de dardos que armaban mucho follón y una plancha más grande que esta, pero más cutrecilla. Daba hamburguesas por un tubo».
* Lea el artículo íntegramente en el número 87 (enero 2022) de la revista Plaza