VALÈNCIA. A pesar de que no hemos llegado a sentir el crudo frío del invierno, tenemos ya la templada primavera asomando en el calendario. Vienen con ella días explosivos, literalmente, tanto en València como en aquellas localidades que celebran las Fallas de San José. Y hasta en ciertas ocasiones extraordinarias, más allá de nuestras fronteras culturales, como es el caso de la mascletà que se dispara en Madrid, que tendría que servir como muestra de la relevancia e importancia de la pirotecnia tradicional valenciana.
La celebración, con fuegos rituales, de la entrada de la nueva estación, contiene como elemento básico y fundamental el uso de la pólvora. Una manifestación cultural que nos maravilla de una forma inexplicable, desde tiempos pasados, quizás por su fuerza y potencia, y que cautiva nuestra atención y nuestro oído. Desde su primitivo uso en el interior de los templos religiosos, la pirotecnia ha atraído a la sociedad hasta el punto de hacerla suya, tanto como asistentes a los grandes disparos profesionales como utilizándola personalmente y en ámbitos familiares. Todo un símbolo sonoro a disposición de la colectividad y la individualidad como expresión de alegría, regocijo y también de duelo.
Nosotros, que sentimos esa llamada innata hacia el disparo varias veces al día, somos capaces de alterar nuestros horarios laborales, de estudios y de responsabilidades para juntarnos en comunidad, en armonía, sobre el mediodía, para asistir a unos pocos minutos de creación efímera, una obra sonora, que se crea y se destruye en el mismo momento, pero que podemos guardar emotivamente en nuestra memoria, y que, por encima de todo, sirve de punto cardinal para nuestro tiempo festivo. A pesar de nuestro acostumbrado oído, es su repetición cíclica la que da sentido a su evolución y vigencia. Nunca un disparo pirotécnico, una de nuestras mascletàs, nos es igual, aunque siempre sea lo mismo. Aunque estemos pendientes de las novedades que se produzcan, no deseamos que se altere la esencia, el ritmo que deseamos volver a disfrutar. Queremos sorprendernos sin dejar de escuchar lo mismo una y otra vez.
Detrás de este arte efímero se encuentran, evidentemente, los artistas pirotécnicos. Artistas, pero también artesanos, que conforman uno de los sectores productivos más característicos y particulares tanto de nuestro territorio como en el conjunto de España. Su trabajo, aún manual, precisa de conocimientos no solo sobre las materias primas que precisan, sino también sobre las técnicas de elaboración, sobre las condiciones climatológicas, sobre los espacios donde realizan su trabajo, para anticiparse y generar disparos ex profeso acordes a las circunstancias. “La expectación del público es nuestro motor de motivación y se convierte en una autoexigencia, ya que no tenemos oportunidad de rectificar” afirma José Manuel Crespo, de Pirotecnia Valenciana (La Costera). Esta pirotecnia responde al modelo más habitual, el de empresa familiar, profesionales que construyen sus propios productos y que los disparan. Un conocimiento transversal que reposa sobre lo aprendido de generaciones anteriores, transmitido principalmente de forma oral. A la falta de personal que padecen en la actualidad, le sumamos desde la perspectiva patrimonial, el riesgo de rotura en la cadena de transmisión de todos los saberes entre las diferentes generaciones. Manolo, hijo de José Manuel, de 20 años, no quiere dejar de dedicarse a la pirotecnia, y con conocimiento de causa asegura que “contados somos los que tenemos menos de 40 años en este sector”.
No es gran novedad hoy en día afirmar que los trabajos artesanos padecen riesgos, y entre ellos, uno de los más importantes es su sostenibilidad y viabilidad económica. La visión que tenemos de estas labores es la de una producción reducida, bajo demanda en muchos casos, que complica la digna remuneración de aquellos que utilizan materiales concretos, producidos responsablemente y que portan conocimientos y técnicas en ocasiones ya en desuso. A pesar de estar vistos (erróneamente) como oficios envueltos en la nostalgia de un pasado mejor y/o romantizados, no es aplicable esta perspectiva al sector de la pirotecnia, ya que esta industria vinculada estrechamente con la cultura, con el patrimonio vivo, con la cultura popular, es uno de los motores económicos festivos más importantes, lo que garantiza, en parte, su salvaguarda como parte de nuestro acervo cultural y patrimonial.
El sector, ampliamente regulado dada su naturaleza, se enfrenta continuamente a la necesidad de justificar su esencia, su razón de ser. Cierto es que vivimos en un mundo ampliamente utilitarista, en el que cada actividad o acción que sobresale de una función y rentabilidad evidente para la sociedad se llega a considerar superflua y prescindible. Es una problemática que siempre sobrevuela a las artes, a la cultura, a la literatura y a la creación en sí misma. ¿Y para qué sirve esto o aquello? ¿Por qué gastar dinero en algo efímero? Preguntas que siempre redundan y ponen en cuestión que dediquemos trabajo, esfuerzo y economía a estas artes, a estas expresiones comunes, que para algunos pocos carecen de valor y sentido en el mundo de hoy. Pero nos resistimos, como humanistas, a permanecer bajo el yugo de las reglas del mayor beneficio (económico, principalmente). En estos términos, recordamos al gran ensayista Nuccio Ordine, cuando afirmaba en sus libros y en sus motivantes conferencias que tenemos absoluta necesidad, como sociedad, de aquello considerado como inútil al mismo tiempo que necesitamos de aquello esencial para vivir. Dicho de otra forma, también defendido bajo el lema “Queremos pan y queremos rosas”, y en palabras de Juan Diego Botto: “poder comer, poder vivir es fundamental, pero las rosas, todas esas disciplinas culturales que contribuyen a la felicidad, también”.
Al igual que las grandes obras de escritores, actores, músicos, etc., las expresiones del patrimonio cultural, como son los disparos pirotécnicos, nuestras mascletàs, contribuyen a dotar de sentido a nuestra existencia, nuestro paso por el mundo. Nos identifican y hablan de nuestra forma de entender la vida, nos representan ante nosotros mismos y ante los demás. Hablan de y para nosotros. Dotan de alegría y emoción los momentos en que somos partícipes o espectadores de las creaciones de los profesionales pirotécnicos.
Nuestro ritual sonoro nos seguirá reuniendo en torno a él, para celebrarnos vivos y arraigados a una tradición que nos hace vibrar juntos, gracias al trabajo dedicado y delicado de nuestros grandes artistas, nuestros pirotécnicos y pirotécnicas, que saben bien como hacer explotar nuestras más intensas emociones.
Pum Pum, ¿quién es?
El coet i el masclet.
Abre la muralla…