La novela del salmantino nos sitúa en un escenario en el cual las ingeniería genética ha creado el nuevo eslabón en la cadena de seres pensantes del planeta Tierra, una especie en busca de su propia identidad
VALÈNCIA. Prima es un tigre humanoide verde turquesa con cuernos, de metro ochenta y cinco de altura y noventa kilos de peso. De su rostro -una versión humanoide de un felino del Pleistoceno- surgen largos bigotes. Sus orejas se orientan hacia los sonidos como las de un gato. Prima es una de las muchas mascotas mágicas -criaturas-sueño, según cierto iluminado- que ahora pueblan el mundo junto al resto de seres vivos. Todas ellas son hijas de Zatoichi Industries, la empresa en cuyos laboratorios se gestaron en origen por obra y gracia del gran creador de clones Zatoichi. Clones, así los llama la humanidad. Gatoides, androperros, sirenas, megatritones... Seres con formas de ensueño, monstruos de todos los colores y formas con una sonrisa perpetua marca de la casa, animales estrafalarios, personajes mitológicos o protagonistas de franquicias. Dibujos animados vivientes para disfrute de niños y adultos. Esclavos de las necesidades ajenas.
Los clones son mucho mejor que las máquinas que en el pasado imaginamos como nuestros acompañantes del futuro. En lugar de la frialdad del aluminio, la calidez del pelaje de un peluche; en lugar de un gesto robótico hierático o adusto, servilismo kawaii fabricado en serie. La ingeniería genética es capaz de hacer respirar cualquier fantasía: desde dormir abrazado al célebre puercoespín azul de Sega, hasta compartir piso con la Pantera Rosa. Clones hay para todos los bolsillos: desde ejemplares básicos muy comunes, hasta creaciones únicas como Prima, capricho personalísimo de la superestrella pop Michael, quien quiso incluir en su extravagante familia de Wonderland un clon tras cuya génesis se rompiese el molde. La sociedad de los homo sapiens ha creado a sus nuevos compañeros y compañeras, y eso nos hace felices. Hemos poblado un poco más la Tierra, pero no a nuestra imagen y semejanza: somos los propios dioses, que diría Asimov. Pero jugar a ser dios es una ciencia inexacta.
Pese a sus similitudes con otras historias como Nunca me abandones, de Ishiguro, o las rebeliones robóticas de Matrix y sus predecesores literarios clásicos, los hechos ficticios narrados por Espigado brillan con una luz muy particular, una luz en ocasiones pastel y en ocasiones eléctrica y de neón. Sus seres son aquellos inquietantes juguetes vivientes del ingeniero genético JF Sebastian de Blade Runner si hubiesen sido creados en el Japón del siglo XXI por diseñadores amantes de las cadenas de cafeterías, de las tiendas de yogures para llevar, del k-pop y de los videojuegos. Criaturas con aire a super deformed y espíritu de perro para llevar en brazos o muñeca hinchable. Protagonistas de una ficción muy lúcida que responde a preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez, solo que en este caso con seres de carne y hueso en lugar de con sintéticos e inteligencias artificiales. ¿Cómo sería nuestro día a día con ellos? ¿Qué relaciones afectivas estableceríamos? ¿Seríamos capaces de quererlos como a un hijo? ¿Y de tener sexo con ellos? ¿Cómo se organizarían si se independizasen? ¿Serían más habilidosos que nosotros? ¿Correríamos peligro a su lado? ¿Desarrollarían sus propias creencias religiosas?
La última es la más fácil de contestar: desde luego. Qué duda cabe. La sexualidad siempre va un paso por delante a la hora de romper prejuicios, aunque de cara a la galería la actitud sea otra. La clonosexualidad, como la llama Espigado, es un factor clave en el libro, como también lo es la clonofobia. A nivel sexual, podríamos considerar a la mayoría de clones transgénero, además de pertenecientes a otra especie. Es de suponer que con estas condiciones, las parejas humano-clon generarían reacciones a ambos extremos del espectro: desde la fascinación a la animadversión más absoluta. Respecto a si podríamos amarlos como a hijos, es otro de los ejes de la historia; una cuestión que se desarrolla, además, en términos que nos resultarán muy familiares, como casi todas los conflictos que afectan a los personajes, que no son otra cosa que los conflictos que nos afectan a nosotros mismos, solo que trasladados a otro contexto. A grandes rasgos la novela de Espigado es una fábula, un cuento que enmascara la verdad con un traje de fantasía para hacernos reflexionar.
La vida de los clones es una advertencia sobre el peligro de la indiferencia ante los envites supremacistas -¿nos suena?-, un repaso a las grandes catástrofes humanitarias de ayer y de hoy, a los crímenes contra la humanidad cometidos en el sudeste asiático en tiempos de Pol Pot y a los que suceden en las migraciones centroamericanas en pos del sueño americano o tras las devoluciones en caliente cuando fallan los asaltos a las alambradas. Una advertencia de las tragedias inenarrables que sufren quienes acaban confinados en un campo de refugiados, desprotegidos y olvidados por el mundo. Una historia certera alumbrada desde la ficción especulativa para explicar lo que ha pasado, lo que pasa y lo que podría pasar.