La derecha valenciana no tiene quien le escriba ni, previsiblemente, quien le vote. El PP ha quedado hecho unos zorros después de la detención del escurridizo Eduardo. Harían bien sus dirigentes en hacer tabla rasa de la organización y empezar de cero. Si no, seguirán los pasos de la desaparecida UCD
VALÈNCIA. Mi amigo Borja María, vástago de la sedicente burguesía valenciana, no se ha atrevido a salir de casa después de lo de Eduardo. Está desolado como todos los que pertenecemos a alguna de las derechas. Pensé que el disgusto se le pasaría pronto pero me equivoqué. Era más profundo de lo que imaginaba. Se confirmó el mal fario cuando no lo vi tomándose el vermú en la terraza del Aquarium con la señora y los niños. Allí acude, con la puntualidad de un reloj suizo, a la una de la tarde de cada sábado. Un día después faltó a misa de doce en la basílica de san Vicente Ferrer, en Cirilo Amorós. En mis periodos de religiosidad, que son muy pocos, algo atribuible a la escasa credibilidad de los que mandan en la Iglesia, acudo a este templo de gran belleza. A veces he visto a Rafael Ferrando, expresidente de la patronal valenciana, quien ejercía, como tantos empresarios, de palmero del ahora caído Eduardo.
Entiendo la desazón de Borja María, mi amigo, que hago mía porque las gentes de derechas no tenemos ahora adónde agarrarnos. ¿A Isabel Bonig? ¡Quia!
Uno tras otro, como si se tratase de la novela/película Diez negritos, han ido cayendo los gerifaltes del PP valenciano que enterraron el cadáver político del añorado y mustio Joan Lerma. La lista es larga y conocida y, no por ello, nos deja de apesadumbrar. Entre presos, procesados, imputados e investigados nos acordamos de Eduardo, el último mártir de la causa nacional, Francisco Camps, José Luis Olivas, Ricardo Costa, Vicente Rambla, Serafín Castellano, Rafael Blasco, Juan Cotino, Milagrosa Martínez, Carlos Fabra, Consuelo Ciscar, José Joaquín Ripoll, Luis Díaz Alperi, Sonia Castedo, Pedro Hernández Mateo, Máximo Caturla y el guasón de Alfonso Rus, entre otros muchos, a quienes pido perdón por no citar.
La única esperanza que nos queda —la esperanza de los suicidas que han decidido esperar cinco minutos antes de pegarse un tiro— es Alberto Fabra, el único de los cuatro expresidentes conservadores que aún no ha sido procesado por ningún delito. Será porque es honrado, además de tener muy buena planta, como dice mi madre.
Los que somos de derechas (o aparentamos serlo por razones estratégicas) aún no nos hemos acostumbrado a estar en la oposición y, tal como pintan las cosas, hemos de acostumbrarnos porque esto va para largo. El nuevo PP es una filfa; es como un coche con el motor viejo al que le han cambiado la carrocería. El viejo PP, el que va de Eduardo a Camps, sigue haciéndose presente, aun sin quererlo, en la crónica diaria de los tribunales. El intento de la señora Bonig por marcar distancias con sus antiguos compañeros de partido —que al parecer nunca militaron en él— tiene la misma credibilidad que el señorito Pablo Iglesias hablándoles de austeridad a unos obreros de Ford después de conocerse su chalet de nuevo rico.
Bonig, que vino de la Vall d’Uixó con la aureola de ser la Thatcher de la Plana, haría bien en volverse a su pueblo porque sus posibilidades de gobernar esta tierra son vagamente escasas, mínimas, desternillantes. Su liberalismo de manual no cala en lo más profundo de nuestro ser. La Thatcher auténtica (Margaret) se enfrentó al terrorismo de IRA y a sus compañeros taimados, siempre prestos a moverle la silla, como así hicieron, y la Bonig ha de hacerlo con la corrupción que ha podrido por completo el PP valenciano. Hercúlea tarea.
Los que somos de derechas desde los tiempos del rey Wamba, los que tampoco nos fiamos un pelo del niño ambicioso Albert, necesitamos urgentemente un partido conservador fiable. El PP no lo es. Podrían refundarlo como hizo Aznar con la Alianza Popular de Fraga Iribarne en 1990 pero creo que esto ya no serviría, dada la acumulación de podredumbre en la organización. Demasiada mierda. La detención de Eduardo ha sido la puntilla que le faltaba a la derecha indígena. Nos han dejado un erial. Cierta destrucción es necesaria, como escribió el poeta. Hay que acabar con el PP actual y construir un nuevo partido sin las cargas del pasado. Esto llevará años, quizá décadas. Me cuentan que el líder de la derecha que accederá a la presidencia de la Generalitat cursa 4º de ESO, de modo que toca ser pacientes. No conviene por tanto precipitarse porque toda prisa es mala consejera.
En este contexto tan desalentador entiendo las razones de Borja María para estar muy tristón. Las comparto porque lo conozco desde que éramos niños y jugábamos él, Sergio y yo al baloncesto en los dominicos de València. Borja se teme lo peor; le da miedo que la caída del PP allane el camino para que los amigos comprometidos con el independentismo catalán, los paladines del falso buen rollo, esos que gobiernan en la Generalitat y el Ayuntamiento de la capital, prosigan con su proyecto lingüístico y de ingeniería social para lo que denominan País Valenciano. Ahora ya tienen la televisión que tanto anhelaban para apuntalarlo.