La Dramática Producciones sube a la Sala Russafa su propuesta sobre todas las caras de la violencia en las aulas
VALÈNCIA. Durante la preparación de su propuesta Don’t Be Cruel, tanto los integrantes de La Dramática Producciones como la dramaturga Marian Villaescusa repararon en que todos ellos habían sido víctimas, o al menos testigos, de acoso escolar. La obra, no obstante, no se concibió como terapia para el elenco ni catarsis para los espectadores. Plantea preguntas, que no respuestas, y expone ficciones que retratan tanto a la víctima como al victimario.
Del 6 al 8 de mayo, de manera directa o solapada, las incógnitas se irán sucediendo en la Sala Russafa. ¿Qué genera ese comportamiento abusivo? ¿Es una conducta innata al ser humano o un producto del funcionamiento de nuestra sociedad? ¿Es cobarde el que consiste o un superviviente?
“El objetivo es mostrar un reflejo de la violencia en las aulas desde el escenario y que el público, con su reflexión, cierre la función”, concreta Pablo Ricart, codirector de la pieza junto a José Terol.
Como en sus montajes anteriores, Flores azules, dedicado a la memoria histórica, y Si duele, no es amor, donde se denunciaba la violencia de género, la compañía vuelve a incidir en el teatro social, pero esta vez evita cargar las tintas en el drama e incorpora humor. A la reflexión por la sonrisa, aunque en ocasiones se quede congelada.
La canción de Elvis Presley que sirve de título a la obra se encuentra entre la banda sonora que suena en la función. Hay temas de los ochenta y de los noventa y una estética marcada del periodo, “que hará recordar a los espectador boomers y milenials los tiempos carpeteros de las revistas Superpop, Bravo y Vale”, avanza Terol, que conforma el elenco junto a Inma Ruiz e Iván Cervera.
La compañía intenta incorporar a sus espectáculos un componente pedagógico y didáctico, por lo que Don’t Be Cruel no solamente está planteada para el público nacido en las últimas décadas del siglo pasado, sino también para escolares, principalmente para Secundaria y Bachillerato. Por un lado, se replican las notificaciones de las redes que emplean en el día a día, como TikTok, y por otro, se abordan principios filosóficos y autores que forman parte de sus currículos de aprendizaje.
La escenografía se ha planteado como un folio en blanco donde interactúan tres colores. El codirector asume el rojo, que representa un acoso más físico, que toca hondo al público, Inma viste de naranja y asume personajes más extrovertidos en una exposición superficial del acoso escolar, e Iván, ataviado con un mono morado, combina la introversión y la elegancia al encajar el pasado.
Los protagonistas no tienen sexo ni identidad de género. Cada uno de ellos va a contar lo que le sucedió en el pasado. Don’t Be Cruel consta de dos actos, uno que reúne experiencias de personas acosadas y otro que detalla vivencias de verdugos.
El acoso escolar es un fenómeno que en el pasado estaba tan extendido como normalizado, etiquetado como “cosas de niños”, justificado en la envidia o el castigo y solucionado mirando hacia otro lado o con el “si te pegan, se la devuelves”.
En la actualidad, hay una mayor conciencia de la intimidación psicológica y física, con sensibilización del alumnado y el profesorado en los centros educativos, pero la incorporación de las redes sociales y las nuevas tecnologías a la ecuación ha sumado complejidad.
“El anonimato de la persona que perpetra el ciberacoso ha facilitado que este tipo de prácticas se propaguen más. También es una forma de acoso bastante peligrosa porque es complicada de controlar, ya mediante redes o móvil, se mandan datos o imágenes de la víctima sin que lo sepa, que dejan huella digital”, advierte Ricart.
Sus creadores han buscado dar visibilidad a los distintos tipos de acoso, no solo planteando en escena situaciones y testimonios, sino también de manera informativa, “para que los docentes, alumnos y familias que vengan a ver la obra tomen conciencia de que no solamente hay un tipo de bullying”, avanza Ricart.
Terol explica que en último término, su propuesta persigue que el espectador joven que acuda a la Sala Russafa y se sienta identificado como víctima, testigo o agresor “sepa que puede pedir ayuda”.
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