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Dubrovnik, la Perla del Adriático

La conocida como la Perla del Adriático es una joya escondida entre murallas medievales, bañada por un mar de color zafiro y rodeada por montañas

| 18/10/2020 | 7 min, 0 seg

VALÈNCIA.-Lo confieso, Juego de Tronos me puso en el mapa a Dubrovnik, así que en mi viaje por Croacia la última parada debía ser la conocida como la Perla del Adriático o la Atenas Eslava. Necesitaba descubrir qué tenía de especial para ser la localización donde está el gran Trono de Hierro y que cada año atrae a millones de turistas. No se trataba de recrear todos los escenarios como una fanática sino de conocerla más allá de la popular serie. 

Nada más acercarme hasta las inmediaciones de la ciudad entendí por qué Dubrovnik se convirtió en la capital de los Siete Reinos. Incluso me vi viajando al medievo a medida que pasaba el puente y cruzaba la recia Puerta Pile, con su bastión defensivo semicircular, dejando atrás el bullicio de los taxis y autobuses. Yo libré mi propia batalla, la de esquivar a los turistas. ¿Mi estrategia? Ir a contracorriente. 

Por ello, mientras el resto de personas hacía cola para recorrer la muralla, yo decidí visitar la ciudad. Antes, llené mi cantimplora en la Fuente de Onofrio —las provisiones son importantes— y me enfilé por la calle Stradun (también conocida como Placa), que divide el casco antiguo en dos. Según me contaron, originalmente fue un canal (desecado en el siglo XIII) y tras el terremoto de 1667, Dubrovnik comenzó a reconstruirse alrededor de ella. De ahí que sea la más animada y haya edificaciones barrocas. No fue la única reconstrucción, pues Dubrovnik fue bombardeada en los noventa con más de dos mil proyectiles que causaron muertes y numerosos desperfectos —el 68% de los edificios del centro histórico resultaron afectados—. Hoy, por suerte, la ciudad luce tanto como ese suelo de mármol brillante que estaba pisando.  

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Mi idea era visitar el palacio del Rector pero, al ver esas callejuelas que se enfilan hacia lo alto, decidí perderme por ellas, descubriendo rincones mágicos, con la ropa tendida en patios donde las puertas de las casas siempre están cerradas. Claro, solo las pueden abrir cuando los turistas y viajeros nos vamos... Mis piernas empezaron a notar el cansancio de tantos escalones así que volví a esa calle principal para ver el Palacio Sponza, en el que hay una exposición permanente de fotografías sobre el bombardeo. Realmente se te ponen los pelos de punta al ver la Stradun completamente destruida. 

Entre ficción y realidad

Muy cerca está la catedral de la Asunción que, según la leyenda, fue construida gracias a una donación de Ricardo Corazón de León en agradecimiento por haber salvado su vida tras haber naufragado frente a las costas de la Isla de Lokrum. En su interior, lo más interesante es ‘el tesoro de la catedral’, guardado en una de las capillas, que alberga los restos de San Blas, patrón de Dubrovnik, una de las pocas reliquias que sobrevivieron al terremoto de 1667.

Entonces sí, visité el Palacio del Rector, aunque antes me hice un hueco en la bancada para reponer fuerzas. No fue por los turistas sino por los gatos que están ahí tomando el sol. El palacio se llama así porque su función más importante fue la de acoger al rector de Dubrovnik durante el mes que duraba su cargo. En este tiempo, el rector no podía abandonar el edificio a menos que fuera por razones estrictamente laborales. Tal era su importancia que en la puerta del palacio se puede leer «obliti privatorum publica curate» (olvida lo privado y encárgate de lo público). Hoy en día alberga el Museo de la Historia de Dubrovnik (la entrada son trece euros).

Seguí mi instinto y me fui perdiendo por callejuelas que, sin darme cuenta, me llevaban hasta uno de los sitios más fotografiados en los últimos años: el Camino de la Vergüenza, que recorrió Cersei Lannister. Aquí se ven las diferencias entre la realidad y la ficción porque la escalera no es tan exageradamente larga como se muestra en la serie, y al final de esta no hay una imponente iglesia sino la calle en sí. Da igual, la cola para hacer la foto era kilométrica y decidí hacerla en otro momento. 

Después de tomarme algo rápido y aprovechando que la gente estaba disfrutando de la comida, decidí visitar la muralla. Subí unos cuantos escalones y vi la ciudad con otros ojos. A un lado, dentro de las murallas, la espectacular calle Placa, con su brillante suelo y sus edificios barrocos, y fuera de ellas, el bullicio de la ciudad nueva y el fuerte Lovrjenac. 

Recorriendo las murallas

No sé de quién fue la idea pero los dos kilómetros de muralla se recorren en el sentido contrario a las agujas de un reloj. Por lo visto, eso facilita caminar con fluidez, sobre todo en sus tramos más estrechos, sin necesidad de evitar a quienes vinieran de frente. He de decir que, al visitarlas a pleno sol, me encontré a muy pocas personas sobre el muro. Si puedes elegir, empieza la visita por la tarde para poder ver la puesta de sol porque dicen que es preciosa desde allí. 

La primera parte transcurre cerca del mar y se puede ver el fuerte Lovrjenac, uno de los escenarios de Juego de Tronos. De hecho, desde ahí divisé el embarcadero, que todavía no había dado con su localización. A mitad de recorrido se llega a la zona del puerto antiguo, con las empedradas callejuelas a vista de pájaro, el manto de tejados rojos y los palacios a mis pies. Sin lugar a dudas, los veintisiete euros que cuesta la entrada son más que justificados porque cada rincón te deja una sensación nueva —lo confieso, tengo mil fotos desde las murallas—. 

El sol apretaba y me encontré con el bar Buza que, como un pequeño diablo, te dice: «Cold drinks with the most beautiful view!» Hice de tripas corazón y me aferré a mi cantimplora —menos mal que la había vuelto a rellenar— porque los precios son prohibitivos para alguien como yo... El punto culminante del paseo es el fuerte de San Juan, enorme fortaleza del siglo XVI, anclada sobre otra fortaleza más antigua. Es uno de los varios fuertes que jalonan la fortificación: en el otro extremo de la ciudad, está el fuerte de San Lorenzo.

Después de recorrer esos dos kilómetros, bajé las escaleras y volví a cruzar la puerta Pile. Lo hice casi al atardecer así que, en el pasado, el puente levadizo se izaría, se cerraría la puerta y las llaves se entregarían al rector, hasta su apertura a la mañana siguiente. Ahora siempre están abiertas. Me enfilé corriendo hacia el otro fuerte —la entrada de las murallas sirve también para el fuerte Lovrjenac— para contemplar las vistas desde el otro lado. Allí mismo decidí que madrugaré para fotografiar el amanecer.  

Cumplí mi promesa y regresé a ese punto por la mañana. El cielo rojizo parece el final de una batalla. Es un momento mágico. Al igual que recorrer las calles de Dubrovnik sin los turistas, que en nada volverían a llenar de vida esas calles. La paz era infinita y la ciudad parecía otra, con los ciudadanos paseando, yendo a misa y, como yo, disfrutando de ese momento que en pocas horas se rompería. 

 Antes de marcharme del casco antiguo, decidí bajar hasta el embarcadero (la Bahía de Aguas Negras en la serie) para emular la foto en la que Baylish le ofrece su ayuda a Sansa Stark. En esa calma e imaginando un pasado repleto de batallas y estrategias entiendo por qué Dubrovnik se convirtió en la capital de los Siete Reinos. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 72 (octubre 2020) de la revista Plaza

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