Estreno de la comedia del maestro italiano 'Nadal en casa els Cupiello'
VALÈNCIA. Decía Eduardo de Filippo (Nápoles, 1900 - Roma, 1984) que mientras haya una brizna de hierba sobre la tierra, habrá otra fingida sobre el escenario. Para el autor, actor, poeta y director italiano las tablas y la realidad eran un todo indivisible. Su forma de aprehender la vida y convertirla en arte era desde una mirada sagaz y tierna a la cotidianeidad. Con tanto apego y honestidad, que su obra adquirió un cariz internacional.
De ahí que cuando en 1995, arrancase la Companyia Teatre Micalet, sus fundadores, Joan Peris, Ximo Solano y Pilar Almeria, decidieran hacerlo con una obra del dramaturgo con el que más se identificaba el proyecto de la sala. “El nuestro es un teatro de barrio, popular y en valenciano, en una apuesta por autores universales”, sintetiza su director artístico Joan Peris.
Desde aquel primer montaje de Nàpols Milionària, el centro de producción y exhibición teatral ha puesto en marcha más de 30 obras, adaptando al valenciano textos que son faros.
Tras una temporada pasada en la que estrenaron sendas piezas para dos actores, Hamlet canalla y El verí del teatre, la compañía vuelve del 13 de diciembre al 14 de enero por sus concurridos fueros, con un reparto de nueve actores. Y como si se tratara de una confirmación de sus principios, vuelven a de Filippo.
La pieza que ahora montan es Nadal en casa els Cupiello, una divertida farsa secante con el sainete, donde los malentendidos familiares y los tópicos de las fiestas blancas se engarzan con la sabiduría de un orfebre teatral.
El mítico fundador del Piccolo Teatro de Milán, Giorgio Strehler, definió a de Filippo como "italianísimo, napolitanísimo y al mismo tiempo internacional".
Así lo siente Joan Peris, que entre los miembros de este clan ajetreado ha reconocido a personajes que bien podrían ser sus seres queridos. Aquí, su “agüelo”, allá, su tía Pilar. Y es que las veladas familiares son la materia prima perfecta para sondear las emociones compartidas. En este núcleo común, todos los espectadores se identifican, todas las vivencias resuenan.
“Eduardo me sigue atrapando por su fabulosa carpintería teatral, por su amor inconmensurable a la vida retratada en la cotidianidad palpable de sus personajes: gente de la calle, del vecindario, de casa. Todos ellos forman un microcosmo donde afloran las emociones con toda su magnificencia, haciéndolos cercanos al mismo tiempo que universales”, alaba el director.
Los cimientos de su obra fueron la Commedia dell'Arte, Carlo Goldoni, Anton Chéjov y su coetáneo, Luigi Pirandello, con el que firmó al alimón El traje nuevo, culmen de su admiración mutua.
Para cuando el neorrealismo se asentó en Italia, de Filippo ya estaba curtido en amalgamar realidad social con humor entrañable. De hecho, colaboró con Roberto Rosellini -tanto en la fábula La máquina matamalvados, de 1948, como en el film de episodios El diablo siempre pierde, de 1951-, y a punto estuvo de trabajar con Pasolini, ya que iba a protagonizar el guión que el controvertido autor preparaba antes de su asesinato, Porno-Teo-Kolossal.
Las comedias de este cómico de estirpe reflejaron las turbulencias históricas de su época, del advenimiento del fascismo a la posguerra italiana, de la crisis generacional de los años sesenta a la convulsión política de los setenta.
Ha habido críticos que han tildado a de Filippo de localista. “También se acusó de lo mismo a Ibsen, pero la grandeza de ambos es que han convertido lo local en universal -defiende Peris-. A Eduardo también le achacaron populismo, como si fuera algo feo conectar con la gente. El teatro no tiene porqué ser súper intelectual y estar reservado para ciertas personas, sino que ha de conectar con todo el público. De hecho, en la compañía no nos cerramos a nada: queremos un teatro universal, grande y bueno”.
De Filippo es profeta en su tierra. Pero del mismo modo que en Nápoles los espectadores se saben de memoria sus textos, la idiosincrasia de sus criaturas ha calado desde Inglaterra hasta Japón.
“Hay algo muy bonito en su teatro y es que en su investigación para retratar lo que le rodea eleva lo cotidiano a lo grande. Con él, la vida es en mayúsculas”, se admira Peris.
En esta ocasión, el público podrá saborear este teatro a lo grande insertado en el interior de la trama. El Teatre Micalet se caracteriza por ser un espacio polivalente. Antes de iniciar la aventura en la sala de la calle Maestro Palau, Peris acumulaba experiencia como actor en el Teatre Lliure, donde había participado en, entre otros montajes, Un del últims vespres de Carnaval, de Goldoni, y Timón d´Atenes, de Shakespeare, así que estaba acostumbrado a evitar el escenario a la italiana. De resultas, desde su concepción, el Micalet ha tenido en su ADN la experimentación con el espacio escénico.
Para esta ocasión, el director explica que la sensación que vive el espectador es la de estar dentro de la función, porque el escenario está en medio de la sala.
En la farsa coral, uno de los mayores retos es no sobreactuar. Y el elenco, integrado por Pilar Almeria, Paula Braguinsky, Josep Manel Casany, Héctor Fuster, Dani Machancoses, Ciro Maró, Isabel Requena, Ximo Solano y Bruno Tamarit, lo ha llevado por bandera.
“Hay una línea de comedia muy delicada. Si te pasas por un lado, te quedas corto, y si lo haces por el otro, estás sobrepasado. Así que la clave está en trabajar honesta y austeramente, en bregar con las palabras, y al mismo tiempo, hacer un click con el que subir la emoción y las sensaciones llegado el momento culminante de la comedia”, describe Peris, quien afirma estar muy satisfecho con el trabajo de todos los actores, que han estado “muy finos” en esta propuesta de teatro riguroso, donde la diversión se conjuga con la profundidad.