CRÍTICA DE ÓPERA

El canto soñado por Rossini lo pone un magnífico Carlos Chausson en 'La Cenerentola' de Les Arts

12/12/2020 - 

VALÈNCIA. Tras componer 19 óperas, Rossini a la edad de 25 años dedica tres semanas a escribir la que sería la última de sus obras cómicas italianas: La Cenerentola. ¿Para qué más tiempo, si no le hacía falta? A su contemporáneo Stendhal, uno de los escritores más destacados sobre el compositor, no le parecía esta una obra maestra, sino más bien una pieza insulsa que le dejaba frío, y no le causaba placer alguno escucharla. Quizá en esa opinión pesó el hecho de ser conocedor de estar compuesta a la carrera, con algún corta y pega traído de su producción anterior, y con la necesaria ayuda de su colaborador Luca Angolini para crear los recitativos y algún otro momento.

Pero realmente eso era lo habitual. El Cisne de Pésaro compuso sus 39 óperas en 17 años. Era un trabajador de la creación musical al que recurrían los teatros de principios del XIX porque necesitaban producción. A las prisas por acabar una composición para no incumplir los contratos, justifican la necesidad de tener que recurrir a encajes sobre la marcha. En cualquier caso, al ya famosísimo Rossini se le contrataba precisamente porque en tiempo record era capaz de crear obras, si bien algo epidérmicas, de suficiente entidad y con estilo propio, adecuadas para las necesidades del público del momento.

Doscientos años después del estreno, es muy considerada La Cenerentola. No en vano es una de las óperas más representadas de Gioachino Rossini. Y de hecho, ayer el público de la sala principal del Reina Sofía, aunque lejos de llegar a los límites de sufrir precisamente el síndrome de Stendhal y acusar un éxtasis con elevado ritmo cardíaco, disfrutó mucho, y acabó cerrando el acto con mil aplausos para la partitura y los intérpretes de esta obra de soberbia música de brillante ingenio, plena de fluidez, viveza, y colorido alla Rossini.

La Cenerentola no es exactamente una ópera bufa al estilo de L’italiana in Algeri, sino más bien un melodrama en los albores del romanticismo, para el que Rossini modifica el cuento de Perrault a conveniencia, incrementando y aderezando con otros ingredientes en su ensalada fresca, como la cotidaneidad, el patetismo, la crueldad, y la sentimentalidad, para conseguir configurar una de sus obras clave. Es obra de intuitiva y cuidada instrumentación, de ornamento elaborado que se mezcla con el trabalenguas, y donde aparecen las más clásicas formas marca de la casa, como el tradicional dúo del bajo y barítono, o los antológicos concertantes, de gran exquisitez y gran precisión rítmica, formalizando los famosos crescendos sin fin para general disfrute. 

Carlo Rizzi fue ayer un buen director para la orquesta de la casa, a la que llevó con seguridad, efectividad y control, -que no es poco-, pero con aires excesivamente convencionales. Demasiada justeza para el pentagrama del brioso Rossini. Faltó cierta flexibilidad en la ejecución de las dinámicas y en los tiempos. La orquesta y los espectadores, bien le habrían agradecido un poco más de intención rossiniana, algo más de brillo, y la chispa que la partitura encierra, en especial en los extraordinarios números de conjunto.

El sueño de Angelina

Es sugerente y acertada, la idea escénica de Laurent Pelly, quién juega con el espectador, al remarcar las dos realidades, -la doméstica y la principesca-, con los dos lenguajes traídos, hasta que se percibe que todo lo que pasa sólo sucede en la mente de la Cenicienta, porque todo fue un sueño de una Angelina, interpretada por la mezzo soprano Anna Goryachova. Mostró la rusa, su voz hermosa y con cuerpo, aunque escasa de graves y de homogeneidad. Se despachó bien en el acrobático rondó final. En lo actoral hizo una Cenicienta fuera de lugar, por la comicidad y brusquedad en sus ademanes, contrarias a sus esenciales debilidad y humildad.

La pobre, inmediata, y desangelada producción de La Cenerentola que vimos ayer en Les Arts es de la casa, en colaboración con los teatros de Ginebra y Amsterdam. Es también torpe la propuesta escénica de Pelly, basada en un uso abusivo del recurso del constante paseo de los muebles y electrodomésticos sobreexpuestos en plataformas rodantes de única dirección, que constituyen permanentes obstáculos físicos para los cantantes.

Rossini llena de amplitud, rapidez y agilidad el papel de Don Ramiro para el bel canto, y la práctica de la coloratura, o sea el ornamento del colorear, intensificar, y animar. El tenor Lawrence Brownlee demostró cierta capacitación y buen gusto canoro, pero posee una voz plana, algo velada, sin squillo, incluso sin brillo, que deslucieron tan dulces momentos. 

Dandini fue el brillante y joven barítono Carles Pachon, de espectacular presencia y resolución escénica, y de voz poderosa, homogénea, y de más que bello timbre, que puso al servicio de una partitura llena de dificultades. Su instrumento es vigoroso, y versátil, y supo mostrar su habilidad también con el canto silabato y demás agilidades. 

Las hermanas feas Clorinda y Tisbe fueron interpretadas por las alumnas del Centro de Perfeccionamiento que llevó el nombre del gran Plácido Domingo, Larisa Stefan y Evgeniya Khomutova respectivamente. Se presentaron mal caracterizadas por su belleza, y se mostraron tan acertadas en lo escénico como pobres en lo canoro, pues son sopranos de escaso cuerpo, de poco volumen, y faltas de recursos para las notas graves. Alidoro fue Riccardo Fassi, bajo de cierta profundidad y armónicos, pero con voz pobre, sin recorrido ni volumen.

El canto de Chausson

Se mueve en escena de manera soberbia el coro que dirige Francesc Perales, conjunto que dejó claro desde su entrada, no solo que se puede cantar con mascarilla, sino que puede hacerse con maestría. Su empaste, color, homogeneidad, musicalidad, y seguridad son la envidia de cualquier teatro de Europa, y puso el nivel interpretativo a la altura de los grandes. Y allí estaba Chausson.

En su debut en Les Arts, -¡ya era hora!- el ya maduro bajo Carlos Chausson trajo todo su bagaje de número uno del canto y la escena internacionales, y lo puso sobre el escenario valenciano, para la suerte de todos los presentes. Su papel, Don Magnifico, concebido como el típico bajo de la ópera bufa napolitana, -en este caso para un grotesco, parlanchín, y desalmado padrastro en labores de trepador social-, es muy exigente. El maestro de Pésaro le otorgó notable protagonismo y partitura de singular belleza, dificultad, ritmos endiablados, y gran fuerza conductiva por momentos, como en los famosos cómicos silabeos y crescendos, por lo que se requiere un bajo de alto nivel. 

Y Chausson, abordando el papel con extraordinaria naturalidad y enorme pericia, dejó claro en el coliseo del Jardín del Turia que es un maestro en la escena, y que es un cantante soberbio con pleno dominio interpretativo del pentagrama. Su voz, llena de armónicos, corre por toda la sala a la velocidad y con la contundencia de un rayo, proyectándose con pasmosa facilidad, incuso en los momentos silábicos. Es el rey de los resonadores. Su timbre es bello y carnoso, amplia su extensión, y sorprendente el permanente brillo de su voz, en todos los registros. 

Carlos Chausson es un especialista de excepcional inteligencia, y acometió su bufo papel con la seriedad requerida, aportando la justa medida de comicidad en lo escénico para el encuentro perfecto con la magnificencia de su voz limpia y portentosa. Basta recordar el momento con el coro en su aria del dictado: toda una sublime lección de canto e interpretación.

El insigne bajo español parece tener el secreto del canto en sus manos. Y también parece no afectarle el paso del tiempo. Todavía posee la frescura, vitalidad, y potencia de un joven cantante, cualidades que le permitieron ayer hacer el canto que soñó Rossini: con frases de excepcional homogeneidad y conseguido legato, pero también picaresco, enérgico, rítmico, y con marcada pronunciación; como lo hicieron en su día los grandes italianos Montarsolo, Dara y Raimondi; siempre italianos grandes, y un español enorme. 

FICHA TÉCNICA

Palau de Les Arts Reina Sofía, 10 diciembre 2020

Ópera. LA CENERENTOLA

Música, Gioachino Rossini

Libreto, Jacopo Ferretti

Dirección musical, Carlo Rizzi

Dirección de escena, Laurent Pelly

Orquestra de la Comunitat Valenciana

Cor de la Generalitat Valenciana

Angelina, Anna Goryachova. Don Ramiro, Lawrence Brownlee

Don Magnifico, Carlos Chausson. Dandini, Carles Pachón

Clorinda, Larisa Stefan. Tisbe, Evgeniya Khomutova. Alidoro, Riccardo Fassi 

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