11 de febrero de 2020 Obras de Beethoven, Saint Saens y Brahms Sol Gabetta, violonchelo Bamberger Symphoniker Jakub Hrusa
VALÈNCIA. Es bastante aceptada la apreciación relativa a que las orquestas actuales poseen un virtuosismo mayor que en el pasado, pero que, sin embargo, han perdido parte de su personalidad por medio de un sonido que ha tendido a homogeneizarse y estandarizarse, lo que hace cada vez más complicado discernir ya no solo entre formaciones orquestales sino incluso entre escuelas nacionales. Quizás un reducto todavía, de alguna forma virgen, inexpugnado, sea el del sonido típicamente alemán que puede apreciarse en agrupaciones de ese ámbito geográfico y por extensión a otras zonas limítrofes de Centroeuropa. Un sonido que aunque parezca paradójico se evidencia, a primera vista, más en orquestas que siendo excelentes no son de primera fila, como la de Bamberger, protagonista en esta ocasión, ya que esta particularidad se vislumbra y resalta con cierta inmediatez al revelar algunas carencias: unos metales y maderas notables pero más discretos al igual que unos solistas que siendo excelentes no son de relumbrón. En excelsas agrupaciones de este ámbito (Berlín, Dresden o la Radiodifusión Bávara) este sonido no es tan evidente -aunque lo posean- ya que se caracterizan además de por su excelencia tanto grupal como de sus enormes primeros atriles, por la extraordinaria flexibilidad para abordar con todas las garantías idiomáticas cualquier repertorio que se les presente, (ruso, francés, italiano…) por lo que esta impronta “germana” cuesta más verla a simple vista.
Por lo que respecta a la velada, mencionar como hecho extramusical, o no, que un espectador, poco segundos antes de la anacrusa que iniciaba la obertura Egmont, en voz en grito no exclamó “viva Beethoven”, sino que lo hizo, airadamente, en alusión al sonido de algún teléfono que se hizo presente por su zona. De lo estrictamente musical, podemos decir que el primer efecto que nos produce esta formación bastante desconocida por estos lares, es ese sonido en las cuerdas denso, físico poderoso, que permanece en la memoria, una vez finalizado el concierto, como rasgo característico. Rasgo que ya se pudo apreciar desde los primeros compases de una obertura Egmont intensa, sin trampa ni cartón, sin juegos dinámicos efectistas aunque falta de cierto refinamiento clásico. Un Beethoven a la antigua usanza dentro, de los cánones del siglo XX. Esta contundencia de las cuerdas y precisa articulación hace que la particular acústica de la sala no afecte en gran medida al sonido de estas orquestas alemanas. Al contrario, las formaciones con una cuerda con menos presencia, sufren más por ahí, deshilachándose las líneas melódicas. Como hecho anecdótico personal, la lectura contó con dos directores musicales, pues además del checo titular de la formación alemana, un espectador situado a mi derecha, a dos butacas de distancia se empeñó en enseñar a su acompañante sus dotes de Kapellmeister “dirigiéndose” de memoria la obertura beethovenianana, desde el primer compás al último, con un gesto más enérgico, si cabe, que el propio Jakub Hrusa; un excelente director, titular de la orquesta alemana, de gesto firme y unas formas que me recordaron a directores del pasado (¿Erich Kleiber?). En cuanto a su gestualidad procura comunicar a los músicos señalando, cual es la línea melódica y que instrumento la lleva para que se “hagan oír” unos a otros.
Sol Gabetta es, merecidamente, una de las violonchelistas más importantes del momento. No posee un sonido amplio, aunque quizás se deba a una opción de estar permanentemente integrada en el sonido global, dentro del “engastado estuche orquestal” como se refiere Tranchefort a la escritura empleada por del gran compositor francés en cuanto a la relación conjunto-solista de esta pequeña obra maestra. Es una opción que particularmente me seduce, la de Gabetta, al contrario de esos virtuosos que buscan denodadamente sobreponerse a la formación orquestal, buscando permanente su espacio estelar. Gabetta permanece en un permanente diálogo con la orquesta lo que visualmente pone de manifiesto es su carismática gestualidad. Tanto el fraseo como el sonido que extrae a su Matteo Goffriller de 1730 es de una gran belleza y su expresividad no cae en relamidos amaneramientos. Gabetta sale más que airosa en las partes más virtuosísticas de los movimientos extremos (aunque la obra se toca de corrida, sin pausas), y del ensimismamiento del allegretto a modo de interludio Su actual lectura es superior a la grabación que llevó a cabo para RCA hace quince año con un sonido en la actualidad más denso y una superior prestación orquestal. Preciosa propina con un arreglo para los chelos de la orquesta y para la solista del siempre bellísimo Cant dels ocells de Pau Casals.
Acierta César Rus en sus excelentes notas al programa al resaltar por encima de todo la estructura de base que emplea Brahms de forma repetida en sus sinfonías, el carácter imprevisible de su música y una armonía, entiéndaseme, camerística de una escritura caleidoscópica que la hace tan compleja de interpretar con plenas garantías de éxito. La primera brahmsiana comenzó con cierta pesadez en su majestuoso inicio que engañosamente nos llevó a pensar que el director checo se decantaría por una lectura un tanto pesada y de alguna forma deconstruida. Se trató de un espejismo pues ya en la segunda parte de este inicial la interpretación fue ganando en intensidad que se confirmó en un sensacional cuarto movimiento a “tumba abierta” con una monumental coda planteada magistralmente en cuanto a la intensidad del discurso. Poco antes con un sensacional coral de los trombones, Hrusa nos enseñó todo aquello que Sibelius le debe al genio de Hamburgo. Previamente a este movimiento de cierre, Hrusa supo extraer todo lo que de romántico tiene el andante sostenuto y lo poético y encantador al ambiente de pastoral que encierra el poco allegretto. Éxito sin paliativos y más que merecido; circunstancia que hay que mencionar tratándose de formaciones que lejos de hacer el típico “bolo” más propio de las grandes formaciones, se ganan el prestigio concierto a concierto, con sudor y talento.