ESPECIAL FESTIVALES (I)

El gran enjambre festivalero prolonga su zumbido

Desafiando amenazantes burbujas, el entramado de grandes citas musicales de nuestro entorno sigue mostrando salud, entre el afianzamiento de las grandes y el reclamo de espacio de las emergentes 

2/06/2016 - 

VALENCIA. No hay ningún responsable que se atreva a predecir que su festival registrará menos afluencia que el año pasado. Es cierto que hablamos del negociado del triunfalismo, en el que las cifras de asistencia se engordan a capricho y el número de visitantes se multiplica desde hace años por cada día de conciertos, como si cualquiera de nosotros tuviera el don de la personalidad múltiple. Pero los guarismos están ahí. Los de cualquier ejercicio pasado y los que se prevén para este verano. Con lo que sería fácil -llegado el caso- afearles cualquier previsión poco realista a toro pasado. Ellos, por si acaso, siguen sacando pecho. 

De momento, el escaso trecho recorrido muestra los dos extremos de la balanza: mientras el SOS de Murcia registró una afluencia sensiblemente inferior a su edición del año pasado (por mucho que oficialmente difundiera la misma cifra que en 2015, quienes conocen el recinto al dedillo aseguran una merma clara, y lógica si tenemos en cuenta el poder de convocatoria de Amaral o Manic Street Preachers ahora frente al de Lori Meyers, The National y Morrissey antes), el Primavera Sound de Barcelona, a celebrar esta semana, hace tiempo que agotó sus abonos y sus entradas de día para el viernes y el sábado. Consecuencia lógica de contar con Radiohead, Brian Wilson, LCD Soundsystem o PJ Harvey presidiendo un cartel de campanillas. Son, de momento, la cara y la cruz, aunque muy relativas. Porque la tortilla puede girar a favor o en contra en muy poco tiempo. 

Ambos concretan, junto al inoxidable Viñarock de Villarrobledo, las dos primeras grandes citas del entramado festivalero estatal. Ese conglomerado del que ninguna gran capital de provincia quiere quedar excluida. Murcia (SOS), Bilbao (BBK Live), Santander (Santander Music), Granada (Granada Sound) o hasta Madrid, que lleva años lamiéndose las heridas por no ver correspondido su potencial capitalino con un gran festival (y ahora cuenta con Mad Cool, GetMAD!, DCode o Tomavistas) son solo algunas muestras de un panorama que, no obstante, también tiene sus sombras: el Territorios de Sevilla fue recientemente suspendido, dos días antes de su celebración, por ser económicamente inviable, pese a contar con una oferta intercambiable por la del 90% de festivales que pululan por la piel de toro. Así que quizá la bonanza vaya por barrios, y tenga mucho que ver con el hábito y con la oferta complementaria en cada enclave geográfico.

Justificaciones con números en la mano

Reduciendo el foco a nuestro entorno más cercano, el de la Comunidad Valenciana, no hay nadie que aviste en el horizonte un verano de vacas flacas. “El Arenal igualará o superará las cifras del año pasado, y Les Arts hace varias semanas que superó la cifra”, nos comenta Tomás Abril, responsable de comunicación del Arenal Sound de Burriana y del Festival de Les Arts de Valencia. Es decir, más de 40.000 espectadores diarios en la población castellonense y cerca de 10.000 en el complejo valenciano diseñado por Calatrava. En el caso del primero, además, sorteando como han podido (de nuevo) las proverbiales tensiones con el ayuntamiento. Que durante unos años eran de adecuación del recinto a su aforo, y en los últimos meses fueron directamente por un cambio de emplazamiento propuesto -debido a la contaminación acústica que esgrimen algunos vecinos, avalada por sentencia judicial- , y que ha derivado en el traslado desde su habitual recinto en la playa del Arenal a dos posibles nuevas ubicaciones: o los Jardines de la Malvarrosa o la zona playera donde se ubicaba Mercaplaya. Allí estarán sus dos escenarios principales. En una de las dos zonas. La decisión deja al festival sin uno de sus evidentes reclamos, el de estar metidos en plena playa del Arenal con un acceso directo al mar. Aunque su famosa piscina atestada de gente, cerca de la orilla, seguirá siendo su imagen, ya que el Beach Club es lo único que se mantiene donde siempre. Habrá que ver hasta qué punto puede asegurarse su continuidad en Burriana. Los números, de momento, son su mejor aval. 

El impacto económico, que en el caso de Burriana cifran en torno a los 28 millones de euros y tiene visos de superarse este año, es el principal argumento a favor que manejan siempre los responsables de un festival para justificar el beneficio para la localidad que les acoge. Es otra variable, mucho más vaporosa que la de la cifra de asistentes (esta última es fácilmente cuantificable), y que cualquier cita musical esgrime. Al margen de la enorme proyección mediática que reporta al nombre de la localidad. En el caso de Les Arts, su implicación con Valencia ha querido ser reforzada -este año con mayor ahínco- con un circuito urbano previo de actividades en diversos barrios de la ciudad: una iniciativa que, junto a la presencia de Senior i El Cor Brutal, Siberian Wolves, Tardor o Copo en su cartel, puede servir para acallar las críticas que arreciaban en redes sociales hace semanas respecto a su exigua aportación local, suspicacia derivada también en gran medida de su condición de franquicia de Arenal Sound, de sesgo más internacional. Tarea mucho más ardua, a prueba de pico y pala, es extraer un perfil musical diferenciado en los grandes nombres de su cartel. Habrá tiempo también para intentarlo. 

La cuestión de echar (o no) raíces

Porque esto de tejer una red de complicidades con las poblaciones que los acogen es uno de los puntos espinosos en los que cualquier festival puede verse atrapado. Hace tan solo dos veranos, el británico Melvin Benn estrenaba su cargo como director del Festival de Benicàssim y nos aseguraba que los conciertos previos por diferentes puntos urbanos de la localidad, la mayoría a cargo de bandas castellonenses, era una prueba más de su interés por que la cita volviera a conectar con el público local. Con ellas se recuperaba también una parte de sus finiquitadas actividades paralelas. Un par de años después, nunca más se supo: la principal apuesta novedosa para este año es reforzar la programación de DJs del South Beach, una esquina del recinto que reproduce la estética colorista y pelín hortera de la conocida playa de Miami. Nada que ver, vaya. Aunque su cartel siga brindando su proverbial buen gusto a la hora de escoger partícipes valencianos, como es ahora el caso de Alberto Montero, Ramírez Exposure o la chilena -afincada en Valencia- Soledad Vélez. Tampoco hacen falta muchos guiños locales para fidelizar al público cuando se cuenta con Kendrick Lamar, Disclosure, Massive Attack, Chemical Brothers y, sobre todo, Muse, los principales garantes para que el FIB anuncie ya que espera recuperar cifras de hace más de un lustro, en torno a los 40.000 espectadores diarios. Nadie lo hubiera dicho hace tres años, cuando el concurso de acreedores puso contra las cuerdas la celebración de aquella edición a solo dos semanas vista. Está por ver, eso sí, que prospere el creciente equilibrio de fuerzas que apuntó 2015 entre el público español y el británico. Sobre los 20 millones de euros calculan su impacto económico.

Triunfalismo a raudales

“Esperamos una asistencia, como mínimo, igual a la de 2015”, nos dice José Manuel Piñeiro, director del Low Festival de Benidorm, que se celebra en julio. Su empresa también gestiona el Fuzzville de Benidorm, más minoritario, y anda embarcada también en el GetMAD madrileño. Asegura que “el feedback es muy bueno”, y agárrense -que vienen curvas- , porque no tiene ningún problema en aseverar que están contentos porque “Suede, Belle and Sebastian o Los Planetas no son fáciles de ver en directo y tienen seguidores muy fieles”. Nadie duda de la fidelidad de su parroquia, desde luego. Pero la primera parte de su afirmación entronca directamente con el triunfalismo inherente al discurso empresarial del sector, que en casos como este podría tratar de convencernos de que la tierra es plana, y no redonda. En cualquier caso, el gran mérito del Low -y nadie se lo va a negar- es haberse granjeado un público generacionalmente intermedio (ni tan joven como el del Arenal ni tan veterano como el de un Primavera Sound, digamos) gracias a las comodidades de su emplazamiento -coronadas por una sana política medioambiental y de reciclaje- , más allá de un cartel que regurgita decenas de nombres veces ya vistos en otras citas e incluso en la misma Ciudad Deportiva Guillermo Amor hace pocos años.

Un discurso similar mantiene Cástor Herrera, de Rototom, quien también estima que por el recinto de Benicàssim se acercará, entre el 16 y el 23 de agosto, “un 15% más de público que el año pasado”, lo que significaría pasar de unos 40.000 asistentes diarios a unos 48.000. A buen seguro que esperan lograrlo sin ningún extra de picante mediático como fue el lamentable affaire Matisyahu, un auténtico quebradero de cabeza para el propio festival (que mantuvo una postura errática al respecto, desdiciéndose públicamente), y sí con los reclamos que representan Manu Chao, Damian Marley o Macaco para un público cada vez más transversal y distante de la ortodoxia reggae. El Rototom forma también parte en los últimos tiempos de ese clásico de nuestro tiempo, el tira y afloja con el consistorio de turno. Un relato de dimes y diretes (el FIB podría darle lecciones) de cuyo desenlace, como demuestra la experiencia, suele salir ganando el festival. En el caso que nos ocupa, Rototom mantiene su celebración a mediados de agosto, pese al reiterado interés del ayuntamiento en desplazarlo a septiembre para animar los ingresos locales. 

Con letra más pequeña

Es ese eterno El Dorado de los festivales valencianos: la dichosa Marina Real. Ese complejo junto al puerto que, por sus características, se antoja más que adecuado para el asentamiento de cualquier cita musical de varios días (no hay nada más parecido al Fórum barcelonés por estos lares), y que hasta ahora apenas ha dado cobijo a Alejandro Sanz, Shakira, Joe Cocker, The Cult o Iron Maiden, en fechas espaciadas a lo largo de los últimos nueve años. El Valencia Beach Festival, gestado al alimón por dos experimentadas empresas valencianas, viene a paliar esa carencia, aunque solo sea en parte (el recogido recinto Veles e Vents, nada que ver con un macrofestival), con un cartel que espera reunir “unas 1.500 personas por día”, según fuentes de la organización, y que se concibe este año como un primer paso para “consolidarla como el festival de la Marina Real”. Los argumentos son Buzzcocks, James Taylor Quartet, Guadalupe Plata o Álex Cooper. Y espera prosperar allí donde otros encallaron, incluso antes de arrancar. Y dinamizar, de paso, una ciudad a la que ya llevan muchos meses agitando un buen puñado de iniciativas modestas -en comparación con los grandes festivales mentados-, comenzando por el asentado Deleste y continuando con She's The Fest, Surforama, Kill The Fest, Incultura Fest y tantos otros. O Truenorayo, en la vecina Puerto de Sagunto pero alimentada con público del cap i casal

Ante un panorama marcado por encuentros consolidados, aparentemente inmunes a los cantos de sirena de la tan anunciada burbuja festivalera, los nuevos inversores tienen complicado hacerse un hueco. Incluso desde presupuestos algo más modestos, que ronden los 10.000 asistentes diarios. La ubicación costera se impone como un silogismo obligado, y deben quedar pocos enclaves en nuestro litoral que no hayan sido sopesados como campo de operaciones. Y el calendario veraniego lleva temporadas saturado, así que no queda más remedio que buscar fechas por abril o septiembre. El San San, en Gandía, es de esta especie, ya que tuvo que lidiar en su tercera edición -las pascuas pasadas -con un cambio de emplazamiento que se solventó in extremis (del Wonderwall Resort al Falkata Sundown), y que redundó en la supresión de un escenario y la merma de público que suelen conllevar estos vaivenes. Está también por ver cómo y en qué lugar se celebra su próxima edición. 

Y hablando de vaivenes, que le pregunten al MBC Fest, que ya celebró una primera edición en 2015 amenazada por otro cambio -que no llegó a producirse- sin apenas margen (de Puerto de Sagunto a Feria Valencia, y vuelta de nuevo a Puerto de Sagunto en el tiempo récord de dos días), y que se enfrenta ahora a la complicada cuestión de qué hacer con todos aquellos que compraron por anticipado un abono para una segunda edición -prevista para abril de 2016- que, a día de hoy, no se sabe ni cuándo ni dónde se va a celebrar. Su inversor principal no ha podido confirmarnos ninguna novedad al respecto, lo cual no suele ser buena señal. Mayor estabilidad deparan citas a cielo abierto con un poder de convocatoria algo inferior, pero un público más fiel. Como el Feslloch, que espera reunir del 7 al 9 de julio en Benlloch (Castellón) a las mismas 3.000 o 4.000 personas diarias que han pasado por allí en los últimos años. O incluso mejorar esas cifras. Y cuando decimos las mismas personas, puede que sean exactamente las mismas (no solo en número, también en identidad), por la militancia que inspira algo que teóricamente debería ser tan accesorio y normalizado -si es que hablamos de creatividad- como es el uso de la misma lengua, común a la práctica totalidad de su cartel. Excepción hecha de Fermín Muguruza, que este año se subraya como su máximo aliciente.