«Arrancades de cavall i parades de burro». El refrán resume perfectamente los varios intentos —el primero de 1972— de poner en marcha en València un museo marítimo que nunca llega. El último impulso iba a ser el definitivo. Eso parecía
VALÈNCIA.-¿Se ha detenido el proyecto del Museu de la Mar? ¿Ha desaparecido de la agenda valenciana y vuelve a ser la quimera y el anhelo que es desde hace medio siglo? Veamos: se ha ejecutado una rehabilitación básica del Varadero, está anunciada la de la Casa dels Bous y en estudio la climatización de les Drassanes. Son las tres sedes deseadas. Pero todo va al ralentí, tan lento que atravesará varias legislaturas, con el riesgo que ello conlleva. El geógrafo Josep Vicent Boira se había erigido como el líder visible del proyecto. Las grandes empresas requieren de alguien capaz de catalizar los esfuerzos de las partes. La hibernación del asunto coincide con que en julio de 2018 Boira fue nombrado comisionado del Gobierno para el Corredor Mediterráneo.
En 1972 el primer museo marítimo ya tuvo un concienzudo prohombre al frente, Joaquín Saludes, cuya iniciativa recibió el apoyo municipal, y en 1974 se inauguró en los bajos de las torres, justo donde estuvo el puerto fluvial de la Valentia romana. Solo cinco kilómetros separan las torres de les Drassanes, pero 46 años después el museo sigue en el aire, pese a que abrió en aquel emplazamiento de forma provisional. Los astilleros medievales del Grau iban a albergarlo, e iba a ser ampliado y mejorado. Ese era el plan. En febrero de 1972 el doctor en Historia y profesor universitario José Martínez Ortiz había impartido una conferencia en el Ateneo Marítimo con el título Las Atarazanas y el Museo Marítimo de Valencia. Lo tenía claro: «Las Atarazanas están en condiciones para que, una vez conseguida su propiedad y realizadas en ellas las obras pertinentes de restauración y acomodo, su destino sea —jamás puede ser otro— el de servir de albergue al Museo Marítimo Municipal. València cuenta ya con numerosos objetos para el mismo». Sabía de qué hablaba: era el inspector jefe de archivos, bibliotecas y museos del consistorio valentino. La voluntad era inequívoca y los hechos revelan que existía una hoja de ruta.
En 1972, les Drassanes eran de propiedad privada y estaban en un pésimo estado de conservación, sin apenas rastro de su esplendor gótico. En 1840 se habían vendido a particulares. Allí funcionó un cine, una fábrica de efectos navales, la naviera de Illueca y almacenes, hasta que, entre diciembre de 1979 y 1982, el Ayuntamiento las recompró. El arquitecto Manuel Portaceli las restauró, sin la polémica del teatro romano de Sagunto, y en 1992 reabrían sus puertas. En 1994, el museo marítimo se trasladó desde las torres a les Drassanes y se instaló, con modestia, en dos de sus naves (y luego solo en una), mientras se abordaba el gran proyecto pendiente.
No solo no se avanzó en esa dirección sino que, en plena resaca de la Copa América y sin explicaciones, el Ayuntamiento del PP lo desmanteló. En 2012 el concejal socialista Salvador Broseta preguntaba, desde el banco de la oposición, por qué y por el destino de las piezas. Solo obtuvo evasivas hasta que, fruto de su insistencia, le respondieron vagamente en un pleno que las piezas estaban dispersas y sin inventariar. Unas áncoras en la fachada de les Drassanes son el único pecio de aquella frustrante travesía. Según ha podido recabar Plaza, hay piezas en unas dependencias en Vara de Quart, pero no se sabe si son todas las que estuvieron en les Drassanes ni si coinciden con las que se exponían en las torres.
Durante las dos décadas en que el museo estuvo abierto al público en las torres, entre 1974 y 1994, allí había ánforas romanas y el portulano de Mateu Prunes de 1563, cañones broncíneos, bombardas y proyectiles, cadenas y anclas, cartas náuticas, bitácoras y sextantes, motones y estachas —un trozo de la que cerraba a los piratas el acceso al Xúquer, por ejemplo—. También óleos de navíos y batallas, y acuarelas de Rafael Monleón (València 1843-Madrid 1900), cedidas por el Museo Naval de Madrid, donde fue pintor conservador y restaurador desde 1870. Y sobre todo, maquetas de todos los tiempos y de gran valor: el polaco Dar Pomorza (1909), la valenciana Sorolla (1975), el Juan Sebastián Elcano, el destructor Lepanto, galeones, trirremes, clípers, juncos chinos...
El futuro museo tiene previsto contar también con el extraordinario fondo de la Unión Naval de Levante: biblioteca, maquinaria, 5.000 planos y fotografías, los archivos de La Maquinista Valenciana y de los Docks, con sus memorias anuales, documentación, planos originales de Víctor Gosálvez, arquitecto fundamental de la València marítima, y las maquetas de los artistas valencianos Joaquín López, Francisco Cuello o José Carrión.
«Llevo desde el 77 haciendo maquetas para el museo», afirmaba el primero, decepcionado. Por su parte, en una entrevista a eldiario.es en 2016 Cuello dijo: «Las promesas incumplidas hasta ahora de los políticos sobre la creación de un museo marítimo hicieron que estuviera a punto de quemarlas todas». En 2018 se expusieron algunas de ellas en el edificio del Reloj, con gran éxito de público. El día de la inauguración se veía contento al último mestre d'aixa, aunque con un poso de resignación en la mirada.
Sin hoja de ruta ni coordenadas claras, el Museu de la Mar recibe apenas impulso del Ayuntamiento. La única certeza es que tendrá tres sedes: les Drassanes, el Varadero y la Casa dels Bous, pero todas tardarán en estar disponibles. La rehabilitación del Varadero era un paso importante, pero ha sido una actuación básica, acometida sin directrices vinculantes con su futuro museístico, aunque se ha conservado, con buen criterio, toda la maquinaria usada para las varadas. Además se ha desballestado la estructura que desde 2007 ocultaba la fachada norte y se ha puesto en valor la rampa, con el adoquinado y los raíles históricos. Entre el Veles e Vents y los Docks, el Varadero es posible que muestre la propia actividad que desarrollaba y que albergue la parte archivística y documental del museo. Por el momento, es un nuevo atractivo para la Marina, que elimina un escollo para la habilitación del pretil circular de la dársena.
En agosto de 2019, la concejal Glòria Tello anunció la rehabilitación de la Casa dels Bous y del jardín anexo de Tenyidors, que estará finalizada a mediados de 2021 y que —según expuso— incluye el proyecto museográfico que ofrecerá una panorámica etnológica de El Cabanyal, aunque el anteproyecto del Museu de la Mar, realizado por el técnico municipal Tono Herrero, aún no es público. El cuerpo esencial del museo lo albergarían les Drassanes que requieren, de entrada, una climatización compleja y costosa «que los técnicos están valorando». La problemática es tecnológica pero también jurídica, ya que el edificio es Monumento Histórico Artístico-Nacional desde 1941 y Bien de Interés Cultural desde 2006, lo que dificulta cualquier intervención.
Tello insiste en que el Ayuntamiento cree con firmeza en el proyecto y trabaja para que las sedes estén listas. En una segunda fase se definirían contenidos y necesidades de personal, para lo cual será imprescindible la capitalización del proyecto a través de alguna fórmula colegiada en la que participarían instituciones, Autoritat Portuària, Marina de València (el consorcio) y las empresas que lo deseen. En la actual legislatura, sin embargo, no se ha dado ni un paso en esa dirección. Una de las causas es que la intervención del Ayuntamiento por parte del Ministerio de Hacienda, por la deuda acumulada durante el mandato de Rita Barberá, prohibía explícitamente que el consistorio pudiese participar en cualquier nuevo consorcio o fundación. Un problema político, en todo caso, que se hubiese podido resolver encontrando alguna fórmula alternativa.
Ni hoja de ruta compartida, de todas formas, ni proyecto definido. «Hasta que la Casa dels Bous, la primera sede que se acabará, no esté lista, las empresas no darán el paso —justifica Tello—. Es normal que se sumen en fases más avanzadas. El Ayuntamiento está tirando del carro pero cuando se aborden contrataciones y gestión de los espacios, deberán involucrarse los demás». Como beneficios colaterales y estimables al proyecto, de momento, incentiva la rehabilitación de espacios hoy disfuncionales, además del Varadero y la Casa dels Bous o les Drassanes, con una actividad expositiva de perfil bajo.
En algún momento se valoró la posibilidad de incorporar al proyecto los Docks (1911), el primer edificio de hormigón armado de la capital. Demetrio Ribes (1875-1921) lo proyectó para una mayor volumetría, pero quedó inacabado. Sede de la discoteca Las Ánimas desde 2007, a punto estuvo de convertirse en un hotel-casino, recuperando las cinco plantas de los planos originales, pero el consistorio frenó esa iniciativa. Antes de ser discoteca, los Docks ya habían aparecido en las quinielas para sede del museo naval. Glòria Tello, sin embargo, lo descarta por su alta concentración columnaria. También se especuló con la posibilidad de que la antigua estación marítima (el edificio del Reloj, de 1916) albergara el Museo Sorolla que València le debe al genio, como guinda del proyecto, que aportaría su visión del mar. El anuncio tampoco tuvo continuidad. Asimismo, la estación del Grau (la más antigua de España en pie, de 1852), cerrada a cal y canto frente al tinglado 4, podría tener una nueva vida con algún cometido anexo al museo. Es propiedad de Adif, entidad que estaría dispuesta a cederla.
Desde la piedra angular del Consolat del Mar (1283), el museo pondría en valor el enorme patrimonio valenciano vinculado a la cultura del mar en un entorno abrazado por el emblemático Veles e Vents (David Chipperfield y Fermín Vázquez, 2006) y por la histórica dársena del puerto, con sus edificios del primer tercio del siglo XX, tan presentes en la memoria colectiva de generaciones de valentinos. Además de los ya comentados Docks, Varadero y estación marítima, el puerto conserva los tinglados (1911-1923), los edificios neoclásicos de la Aduana (1926) y Sanidad, la pérgola o la escalera real, originaria de finales del XVII, construida con los sillares originales del primer muelle de Tomàs Güelda y localizada junto a la torre del Reloj, en unas catas recientes, a la espera de su posible rehabilitación. Fuera del circuito quedaría la histórica farola, hoy dentro del puerto comercial.
Como todo museo, este contribuirá a la recopilación, inventariado, conservación y exposición del patrimonio existente, y también a estimular la investigación y divulgar la relación histórica, biológica y antropológica del cap i casal con el Mediterráneo. La escora de la ciudad hacia el mar es lenta pero inexorable. En este proceso se ensamblan tres grandes proyectos icónicos y complementarios: la rehabilitación de El Cabanyal, la recuperación de la Marina como una referencia deportiva y cultural de primera magnitud (lastrada por no haberse condonado, la deuda de 2007) y, por supuesto, el museo marítimo.
En noviembre de 2016 Generalitat y Universitat Politècnica organizaron una jornada sobre Museos marítimos para el siglo XXI, enfocada a definir qué y cómo podría ser el de València. Además de la experiencia aportada por la sueca Marika Hedin, Roger Marcet, del Marítim de Barcelona, o Rinio Bruttomesso y Joan Alemany, de Rete (prestigiosa asociación para la colaboración entre puertos y ciudades) y su revista Portus, participaron los valencianos Tono Herrero, Inmaculada Aguilar (de la Cátedra Demetrio Ribes), y Vicent Esteban Chapapría (catedrático de Puertos y Costas). Ellos y Arturo Monfort (Autoritat Portuària), los políticos delegados, Glòria Tello y Albert Girona (posiblemente), y los responsables de la Marina apuntan a ser quienes definirán la identidad del museo, pero, con Boira fuera, sigue faltando quien ponga el pegamento al proyecto.
Hay diferencias de criterio, lógicamente. El Ayuntamiento, con el anteproyecto de Tono Herrero, se inclina por una concepción clásica. La Cátedra Demetrio Ribes, una institución de la Universitat de València y la Generalitat, prestigiosa y con amplia experiencia, ha preparado otro anteproyecto que tampoco es público. Y desde la Marina de València, su director estratégico -hasta este mes de junio- Ramon Marrades se inclina por el museo como instrumento esencial para la dinamización y reivindicación del espacio: «Debería ser más un tractor cultural y social, atractivo para su entorno inmediato y para toda la ciudad; un museo vivo con actividades en agua y en tierra, diseñado desde una perspectiva contemporánea. No puede ser solo un contenedor de elementos históricos y maquetas, sino explicar la relación de las personas con el mar: ecología, economía, vela, músicas, etnografías...».
Otra decisión fundacional requerirá consenso: ¿debe el material disponible marcar el perfil de contenidos del museo o hay que diseñar antes su identidad, ver qué patrimonio preexistente encaja y buscar el resto? Estos debates, obvios y esenciales para arrancar con fuerza, debieran dirimirse en el seno de la fundación del museo, cuya constitución se antoja decisiva para el futuro. Para un futuro, al menos, con nervio. Y para truncar una concatenación de frustraciones que se remonta a 1972.
¿debe el material disponible marcar el perfil de contenidos del museo o hay que diseñar antes su identidad, ver qué patrimonio preexistente encaja y buscar el resto?
Todo apunta a que el museo se eternizará con el escaso músculo financiero del Ayuntamiento, sin un impulso enérgico, sin el esfuerzo coordinado de la iniciativa pública y la privada y sin un líder capaz de aunar voluntades, imprimir ritmo al proyecto y salvaguardarlo de los vaivenes políticos. Pero, más allá del efecto Boira, ¿cómo se explica la parálisis en que ha encallado la idea? Parece que algunas de las instituciones que en principio se habían implicado respiran ahora, sin presión: un problema menos para una Administración desbordada, incluso antes de la crisis del coronavirus, por los fuegos que hay que apagar día a día. En este contexto, nadie dedica un minuto a poner distancia, tomar aire y pensar la capital valenciana del futuro. Algunos urbanistas afirman lacónicos, en corrillos privados, que desde Ricard Pérez Casado (alcalde entre 1979 y 1989) no «s'ha pegat una cavil·lada», que todo va «a espentes i redolons» a base de iniciativas condicionadas por las urgencias.
En ese cap i casal del futuro, según el geógrafo Josep Vicent Boira, el Museu de la Mar de València iba a cumplir algunas funciones destacables en clave interna: enfocar definitivamente, en el marco de la Marina, al conjunto de la ciudad de cara al mar, desterrando para siempre lo de València y sus espaldas; dotar de una inestimable plusvalía cultural a la Autoridad Portuaria y consolidar la Marina y su entorno como un gran espacio de ocio para la ciudadanía. El museo también sería, de cara al exterior, un atractivo turístico de calidad y un espacio de prestigio para la ciudad y su puerto.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 68 (junio 2020) de la revista Plaza