TENDENCIAS ESCÉNICAS

El teatro de máscaras se reinventa sin palabras y sin cuerpos

La Sala Russafa acoge el estreno de Preetz, sobre una crisis de pareja, y el MIT de la Vall d’Albaida, una reflexión sobre el mito de Sísifo

28/09/2016 - 

VALENCIA. Ya se trate de un busto, de un garabato o de una tostada, los estudios científicos que analizan el movimiento ocular humano han demostrado que de manera espontánea tendemos a buscar la boca y los ojos en cualquier situación. Así que resulta contradictorio pensar que en el origen de las artes escénicas, los intérpretes se sirvieran de máscaras, artificios que, precisamente, eliminan la expresión de emociones. O no. La revista internacional de divulgación científica New Scientist recoge un trabajo realizado por el historicista de la Universidad de Nueva York y fundador del grupo de teatro Aquila Theatre Peter Meineck, según el cual, un embozo ambiguo puede resultar versátil y mucho más atractivo para el público. “La audiencia juega un rol al crear la emoción, proyectando en la máscara lo que debe haber en lugar de lo que está presente de manera explícita, similar al modo en que el cerebro trabaja para hallar significado en el arte abstracto”, arguyen en el artículo.

Este próximo 2 de octubre, los espectadores de la Sala Russafa tendrán que asumir un papel activo para recrear en su mente las expresiones de ira, temor, tristeza, alegría, sorpresa o angustia en los rostros de los protagonistas de Preetz, de Malatesta Teatre. Para la compañía de Algemesí se trata de la primera experiencia con teatro de máscaras. “Ni hay caras ni hay texto, así que el trabajo gestual lo es todo. Nos hemos sumido en un proceso de aprendizaje del manejo de nuestro cuerpo para suplir estas carencias”, explica José Sebastiá, quien junto a Paula Úbeda, afronta este montaje en el que, sin palabras, cuentan el giro que sufre la vida de una pareja recién casada.

A diferencia de otras propuestas en esta línea, donde un puñado de actores interpretan a múltiples personajes de edades y géneros dispares a partir del intercambio de máscaras, los dos actores de esta pieza dan vida, cada uno, a un mismo personaje de principio a fin. Paula interpreta a Wanda, "la mejor adornadora floral del barrio", según sus vecinos, y José, a Leo, un compositor frustrado. 

Sebastiá detalla las privaciones que implica este tipo de trabajo: “Es incómodo, sudas mucho y al carecer de visión periférica, a menudo no ves lo que tienes enfrente y has de sortear la escenografía”.

Aunque Preetz carece de texto, sí consta de un guión que ambos actores transfieren a sus cuerpos. En eso consiste precisamente su interpretación, en proyectar ese monólogo interior a los espectadores. “Hemos ido construyendo unas frases internas que trasladamos a los gestos. Dentro de la máscara me hablo y me escucho aunque mi voz no llegue al público para poder transmitir emociones. A Paula le va mejor trabajar sin emoción facial, pero yo sí pongo caras dentro de la máscara”, revela el intérprete valenciano.

La familia enmascarada

La obra sigue la línea de trabajo desarrollada desde 1994 por los alemanes Familie Flöz. La compañía nació del trabajo de experimentación de un grupo de estudiantes de mimo e interpretación de la Folkwang-Hochschule de Essen. Sus trabajos renuncian al uso de la lengua para nutrirse del juego visual, el uso de máscaras, el sonido y la música, con resultados cómicos y poéticos. 

La próxima pieza con la que visitan nuestro país se titula Infinita, y es un “mosaico físico de la vida”, en el que se contrasta la simetría entre la infancia y la vejez. A lo largo de este tratado sobre el paso del tiempo se abordan temas perpetuos como el nacimiento, el sexo y la muerte. La cita es en mayo en los Teatros del Canal de Madrid. Sirva como aperitivo, el elogio publicado por el periódico de Múnich Süddeutsche Zeitung: “Al final uno podría jurar que los personajes han hablado, reído y llorado”.

El combo germano son viejos conocidos del MIM de Sueca, donde en 2009 representaron el vodevil Hotel Paradiso. Y es que por su especialización en el teatro gestual, el festival internacional ha servido en repetidas ocasiones de escenario a la innovación en el campo del teatro de máscaras. 

Esta última edición, sin ir más lejos, hicieron escala Kulunka Teatro con su nueva obra, Solitudes. Los vascos ya foguearon en Sueca su ópera prima en 2014, André y Dorine, una reflexión sin texto sobre el Alzheimer, protagonizada por tres actores que amoldaban su cuerpo a 15 personajes.

Los guipuzcoanos admiten el influyo de Familie Flöz en su gestación. De hecho, uno de los miembros de la compañía alemana, Paco González, les impartió un taller en el que aprendieron el abecé del trabajo con máscaras. No obstante, Kulunka ha emprendido una senda propia: "Nuestros espectáculos se distancian de los suyos en lo referente a la dramaturgia. Las obras de Familie Flöz son una sucesión de sketches, y a menudo trabajan de forma exclusiva el humor, pero nosotros apostamos por historias clásicas, con principio, nudo y desenlace", detalla Iñaki Rikarte, director de Solitudes.

También son del País Vasco e igualmente han sido programados en Sueca Marie de Jongh. La bellísima pieza con la que recalaron en septiembre en la capital de la Ribera Baja visita el 23 de octubre el Teatre El Musical, Amour. En esta filigrana, los actores cubren sus rostros para poder transitar las diferentes edades de sus protagonistas. La propuesta, Premio FETEN 2016 al Mejor Espectáculo, explora “la delgada línea que existe entre la desafección y el amor incondicional”. 

La máscara como objeto

Marie de Jongh repetirán en la Mostra de Titelles de la Vall d’Albaida este otoñoEn concreto, el 10 de noviembre en Benigànim y el 11, en Ontinyent, con la obra con la que arrancaron su trayectoria y que les procuró el FETEN 2008 al Mejor Espectáculo, ¿Por qué lloras, Marie? Sin embargo, para esta pieza no se sirven de máscaras, sino de marionetas.

Sí lo hacen, en cambio, los búlgaros Puppet’s Lab, programados esta edición en el MIT con su recreación del mito de Sísifo firmado por Albert Camus, I, Sisyphus. La novedad reside en que, en lugar de emplear las máscaras de manera expresiva, para forjar personajes, recurren a ellas como objeto de manipulación

“La máscara en esta propuesta es una marioneta más. Con el uso que se les da, asistes a la fragmentación del protagonista y a la duplicación de su cuerpo. Es curioso comprobar cómo la mente completa lo que no existe. Durante una secuencia en la que el actor manipula un despliegue de rostros, llegas a ver una muchedumbre”, adelanta la directora de la Mostra, Ángeles González.

El montaje alude al ensayo filosófico de Camus sobre la futilidad de la existencia humana a partir del mito griego del hombre castigado por los dioses a subir un peñasco a la cima de una montaña y a repetir el proceso hasta el infinito. 

“La vida del hombre es una repetición de la misma acción una y otra vez. Es espiral, idéntica, predecible. Y esta acción constante nos hace meditar no sobre el significado, sino sobre la ausencia de sentido de la vida humana”, argumenta la compañía.

Sobre las tablas hay un solo cuerpo, pero apoyado en el uso de las máscaras, el actor fabrica la ilusión del desdoblamiento y de su propia declinación.

Como en la tradición helénica, como en el principio de las artes escénicas, el uso de las máscaras confiere a la audiencia un papel activo. Liberado de las distracciones que procuran las expresiones faciales de los intérpretes, el espectador deja volar su imaginación para generar emociones y hasta cuerpos.