La obra ‘Bette & Joan’, en el Flumen hasta el 18 de diciembre, recrea los entresijos del rodaje de ‘¿Qué fue de Baby Jane?’
VALENCIA. En 1962, Bette Davis y Joan Crawford apenas eran una pálida sombra de su pasado. Vestigios de una edad de oro de Hollywood que se desmoronaba sin remedio. Dos juguetes rotos, de otro tiempo, alejados de los nuevos cánones de belleza (impuestos por actrices como Marilyn Monroe), que a duras penas sobrevivían profesionalmente a base de papeles secundarios en el teatro o interpretaciones alimenticias en televisión. Bette Davis llevaba diez años sin hacer una película relevante, desde La Estrella (The Star, Stuart Heisler, 1952), con la que había conseguido su novena nominación al Oscar. Incluso había publicado un irónico anuncio en la revista Variety: “Madre de tres hijos (10, 11 y 15), divorciada, americana, con treinta años de experiencia como actriz de cine, todavía móvil y más afable de lo que los rumores dicen, busca trabajo estable en Hollywood”. Y a Joan Crawford no le iba mejor. Su estrella parecía definitivamente apagada desde Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954).
En tales circunstancias, no les costó mucho aceptar compartir protagonismo en un proyecto de Robert Aldrich titulado ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?), basado en la novela homónima de Henry Farrell y centrado en la turbulenta relación entre dos hermanas que fueron grandes estrellas y, tras caer en el olvido, comparten una vieja mansión donde una somete a la otra a innumerables torturas, producto de la envidia y el deterioro de la convivencia. Un film de terror psicológico con elementos grotescos y de gran guiñol, que además introducía interesantes lecturas biográficas, ya que la rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford era legendaria. La Davis, todo un carácter, consideraba a su compañera de reparto un ejemplo de frivolidad, la encarnación del glamour y el divismo por encima del verdadero trabajo interpretativo, mientras que la Crawford defendía con uñas y dientes su camino hacia la cumbre, desde unos orígenes en que incluso posó como modelo erótica, hasta convertirse en una de las figuras más influyentes de la industria.
Ambas aceptaron a regañadientes unos salarios muy alejados de los que les correspondían, pero a cambio se aseguraron un porcentaje de taquilla. Y acertaron. Pese a que medios como el New York Times o el New Yorker la masacraron, la película compitió en Cannes y el público americano acudió en masa a verla, hasta el punto de que en solo once días ya había recuperado la inversión inicial. En cifras actuales, el film ganó setenta millones de dólares, y además sirvió para reactivar la carrera de ambas actrices, que se habían pasado el rodaje haciendo honor a su fama. Es decir, a la greña. Su legendaria rivalidad, de hecho, se prolongaría más allá del estreno, cuando solo Bette David fue nominada al Oscar por su papel en la película. La gran ironía del destino es que lo ganó Anne Bancroft, por El milagro de Ana Sullivan (The Miracle Worker, Arthur Penn, 1962), pero no pudo asistir a la gala y en su lugar lo recogió… ¡Joan Crawford!
El anecdotario en torno a la relación entre las actrices y todo lo que rodeó el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? daba para hacer otra película. O una obra de teatro. Eso pensó, al menos, el dramaturgo británico Anton Burge, que se sumergió en las autobiografías de Davis y Crawford, revisó entrevistas y artículos, leyó minuciosamente el libro Bette & Joan. The Divine Feud, de Shaun Considine, y finalmente escribió Bette & Joan (2011), una función ambientada en los camerinos de la Warner a lo largo de una jornada de trabajo, en la que vemos a ambas llegar, prepararse para acudir al set y, al final del día, marcharse de nuevo a casa. Una mirada a la trastienda de la profesión, articulada a partir de dos brillantes monólogos que se alternan y entrecruzan con objeto de ir ofreciendo al espectador las claves de cada personaje: Su carácter, su modo de enfocar la profesión, sus circunstancias vitales, emocionales y familiares… En el estreno en Londres, fueron Greta Scacchi y Anita Dobson quienes las encarnaron. En el teatro Flumen se puede ver, hasta el 18 de diciembre, la notable versión española, con Yolanda Arestegui (Bette) y Goizalde Núñez (Joan).
“Siempre he sido una friki de ¿Qué fue de Baby Jane?”, confiesa Yolanda Arestegui. “Desde hace mucho tiempo, formo parte de una productora teatral (Descalzos Producciones) con la que ponemos en escena, sobre todo, vodeviles y cosas más ligeras, pero siempre tuve la ilusión de hacer algo con la película. Cuando encontré la obra de Burge, le pedí a un amigo que hiciera una primera traducción del texto y me pareció muy interesante, porque habla de dos actrices en un momento clave, en el que casi parecemos invisibles, esa edad complicada en la que cambia el aspecto físico y se abre un paréntesis entre los papeles de joven y los de vieja. Me parecía que todo eso estaba en la función, además de los momentos en que se homenajea la película y ese juego interpretativo increíble, que es un regalo. Ya había trabajado antes con Goizalde, tenemos feeling, y para llevar a escena esa rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford era necesaria una conexión muy grande”.
“Mi primer impulso fue pensar: Qué maravilla. Y qué susto”, reconoce Goizalde Núñez. “Había que subirse a lomos de una señora que fue una fascinante diva de Hollywood desde los años veinte. Me lancé a la aventura entre el susto y la inconsciencia. No me cuesta tanto el trabajo a nivel emocional como el hecho de colocarme en un sitio alejado de mi manera de ser. Eso me daba cierto pudor. Pero es lo más atractivo del personaje”. Su aproximación a la Crawford se ha basado en “ver mucho material suyo. La reconocía de Johnny Guitar y poco más, así que revisé bastantes películas, información sobre su vida … También creo que era una mujer muy física, y he trabajado ese aspecto con la ayuda del director, Carlos Aladro”. Arestegui, por su parte, afrontó el papel de la Davis “desde un profundo respeto, porque la adoro. He tomado pinceladas suyas, tratando de captar su esencia desde mi propio punto de vista. Fue una mujer muy reivindicativa, la primera que luchó por la igualdad salarial entre hombres y mujeres. También volví a ver sus películas, entrevistas, etc. Ha sido un trabajo muy bonito”.
Los resultados, en ambos casos, saltan a la vista. Ambas conservan su identidad como intérpretes al tiempo que transmiten al espectador la ilusión de encontrarse ante las dos estrellas de Hollywood en la intimidad de su camerino. Sus frustraciones, anhelos y dudas son también, de algún modo, los de las actrices que las interpretan en el escenario, en un juego de espejos que propone una interesante reflexión sobre el oficio de actuar, “una profesión de putas”, como lo definió el dramaturgo David Mamet. De ahí que, pese a contener momentos cómicos (algunas de las pullas que se lanzan son antológicas), la obra destila un poso amargo. “No he visto la función de Londres, pero parece que se decantaba por un tono más humorístico. Aquí hay momentos en que el público se ríe, pero es una historia de juguetes rotos, llena de ternura. La rivalidad entre ellas es universal. Ha venido gente a ver la función que no conocía la película y ha disfrutado igualmente”, apunta Arestegui. Y Goizalde añade: “Es una historia de últimas oportunidades. La industria había cambiado, ellas estaban mayores, es un retrato de la decadencia de dos actrices que han sido lo más grande”.
Es otra de las reflexiones que contiene la obra. ¿Qué fue de Baby Jane? fue algo más que la película de rehabilitación de Bette David y Joan Crawford. También se convirtió en un síntoma de que Hollywood se estaba transformando. Un director sin pedigrí en la industria, con una película de presupuesto modesto, rodada solo en cuatro semanas y con un argumento de dudoso gusto, reventaba la taquilla y demostraba que el viejo sistema de los estudios empezaba a quedar obsoleto. Una idea que, curiosamente, se vehicula en la obra recurriendo a un modelo teatral que algunos consideran superado o en desuso. En Bette & Joan no hay músicos en directo, ni proyecciones de video, ni ruptura de la cuarta pared. Solo un decorado único, un buen texto y un trabajo interpretativo de alto nivel. “Creíamos que la función lo merecía, teníamos todo a favor para hacer teatro, y el director lo tenía claro también”, apunta Arestegui. “Cuando estudié en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, hice autores como Chéjov. Luego, los derroteros de la vida te llevan a comer de esto, que es para lo que te has preparado, y haces funciones increíbles, divertidas, maravillosas, que defiendes a muerte, pero esta obra ha sido como volver, huele a teatro de toda la vida, a ese glamour añejo”. Núñez abunda en el tema: “Nuestra profesión es muy complicada actualmente. Conseguir funciones y acceder a teatros significa competir con monólogos de humor, que yo también he hecho, o con youtubers que arrasan en internet. Es una profesión inestable, y es fácil identificarse con el texto en muchas ocasiones”.