La gente se empeña en ser feliz a toda costa. Si echas un vistazo a sus redes sociales, todos están con una sonrisa postiza. Ya va siendo hora de enmendarles la plana. La felicidad es un asunto discutible y pasajero en un mundo en el que existen, por desgracia, la muerte y la enfermedad. Ten el valor de no sonreír
Cuando a Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura en 1989, se le pedía que sonriera al posar en una sesión de fotos, el escritor se negaba en rotundo. El fotógrafo había de conformarse con el rostro adusto y serio del autor de La colmena, que no invitaba a ninguna alegría. Cela no transigía: estaba en condiciones de imponer su criterio.
Ahora, en el año desgastado de 2017, todos estamos obligados a sonreír. Lo llaman pensamiento positivo. Don´t worry, be happy, que decía una vieja canción. La sonrisa es una obligación; la felicidad, un puerto al que todos hemos de arribar. ¡Ay, por tanto, de quien ose a cuestionar esta verdad de sabor dulce como el algodón rosa que se vende en la Feria de Julio, ay del que contradiga esta complaciente filosofía! Sobre él caerán todos los rayos de las gentes de buena y estéril voluntad.
Como Cela, yo sonrío poco.
Otra de mis virtudes —o de mis defectos, según se mire— es que apenas miro al cielo. Casi siempre tengo la vista puesta en el suelo. Mi ánimo apenas levanta el vuelo, lo que puede llevar a pensar, y con razón, de que soy una persona asquerosamente realista, sin ningún ideal al que agarrarme. Es cierto: he abdicado de mejorar el mundo. Se lo dejo a los mercachifles de última hora. El mundo —dejémoslo claro— me importa un pimiento.
Cuando me tropiezo con un amigo preocupado por su felicidad, me hago preguntas sin una respuesta concluyente. ¿Por qué se empeñan en ser felices a toda costa? ¿Tan desesperados están? ¿No se han dado cuenta —acaso porque todavía no han alcanzado la madurez— de que la vida es un cuento sin sentido en que la felicidad ocupa un lugar secundario? Es cierto de que hay días en que el sol sale y brilla sólo para nosotros, pero no es menos verdad que son más las jornadas en que la amargura, el tedio y la preocupación gobiernan nuestras vidas. ¿Nadie se acuerda de la muerte, tabú entre tabúes, de la enfermedad, de nuestras traiciones para ir tirando? Al sistema (capitalista) le interesa el timo forzado de la felicidad porque los tristes, los aguafiestas y los deprimidos consumen poco. Necesitamos anfetaminas para todos.
No penséis que soy una amargado de la vida: sólo tengo los pies en el suelo. Voy a cumplir cincuenta años, y eso se nota. Bromas, las justas. Si hay algo que me produce hilaridad es toda esa legión de chicos y chicas que salen cada mañana a la caza de su pedazo de alegría institucionalizada. Suelen ir a yoga, cultivan la meditación, buscan lo que ellos llaman crecimiento personal. Son gente espiritual. Muchos se han hecho vegetarianos. Sonríen a todas horas y suben sus fotos a Instagram. Acuden, obligados, a las sesiones de mindfulness de sus empresas. Pasan conectados las 24 horas del día. Para entendernos, son los que te martillean, en las tardes de los sábados, con la cantinela de la “belleza interior”. En realidad no saben de lo que hablan. Donde se ponga un cuerpo bello, no necesariamente joven, que se quite todo lo demás.
No caigáis en el error de intentar ser felices. La vida no es un anuncio de El Corte Inglés. No le debéis nada a Jorge Bucay. Aprovechad el presente con todos sus límites
No os dejéis convencer por los clérigos de antes y de ahora (estos últimos son más dañinos que los primeros). No creáis en nada de lo que os dicen porque con sus palabras quieren comprar vuestras almas y haceros pasar por caja. En el fondo todo se reduce a una cuestión crematística. Buscaos a alguien que complazca vuestros sentidos y apartaos de las mentiras de la política y de la religión o de sus sucedáneos, esas manifestaciones de espiritualidad mal entendida.
No caigáis, por favor, en el error de intentar ser felices. La vida no es un anuncio de El Corte Inglés. No le debéis nada a Jorge Bucay. Limitaos a aprovechar el presente con sus límites y posibilidades. Y, sobre todo, que nadie con suficiente poder os confunda, como nos alertaba el cura borracho de You’re the One, interpretado primorosamente por Juan Diego. Que nadie os aparte del camino equivocado.
Hay cosas más importantes que la vulgaridad de ser feliz.