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políticos al habla / OPINIÓN

En Suecia lo han vuelto a hacer

22/01/2019 - 

Mientras Europa y parte del planeta se deprime por el avance de los populismos ultras sin saber muy bien cómo responder, ellos, los suecos, lo han vuelto hacer.

No es ninguna novedad afirmar que cuando las cosas van mal se incrementa el nivel de insatisfacción social con la democracia y que es en ese preciso momento cuando aparecen los populismos. Unos populismos que viven de vender miedo, de jugar con las emociones de una sociedad defraudada. Es justo en épocas de cambio, de incertidumbre, cuando los ciudadanos enmarcan sus opiniones más en las emociones que en lo comportamientos racionales. Encender la antorcha del miedo, es ahí donde reside el secreto del avance de los populistas. Luego solo consiste en hacer creer (hacerles creer) que cualquier tiempo pasado fue mejor y conseguir, por tanto, que los ciudadanos estén muy preocupados por su futuro.

Así es como los populistas mueven emociones, sentimientos, con discursos centrados en políticas migratorias y territoriales. Instrumentos eficaces para conseguir una mayor cohesión entre sus filas, entre sus electores.

Lo vemos en Estados Unidos, donde Donald Trump mantiene paralizada toda la administración del Gobierno frente a la negativa del Congreso en aprobar los 5.000 millones de dólares que necesita para financiar su principal promesa electoral, la construcción de un muro con la frontera de México que evite la llegada de inmigrantes. Sólo hay que ver la cuenta personal de Twitter de Trump y leer: “Another big Caravana heading our way. Very hard to stop without a Wall!”-(Otra gran caravana se dirige hacia nosotros. Muy difícil detener sin un muro!). Es el mismo presidente de la principal potencia del mundo quien se encarga personalmente de encender las emociones de millones de norteamericanos, de hacerles creer que una gran amenaza se les viene encima.

Lo cierto, como bien dice Noam Chomsky en su libro Malestar Global, es que las payasadas de Trump le garantizan, por un lado, que toda la atención se centre en él, y, en un segundo plano, desvía la atención y permite que el sector mas brutal del Partido Republicano promueva políticas concebidas para enriquecer a su verdadero electorado: el electorado de la riqueza y el poder privado.

Mientras, las democracias más avanzadas del planeta contemplan atónitas el fenómeno, sin saber como reaccionar ante el avance de los populismos ultra. Sin embargo, en Suecia lo han vuelto hacer. Después de unas elecciones donde los ultras suecos han conseguido ser, a costa de los partidos tradicionales, la tercera fuerza del país con un 17´5% de los votos, los demócratas de ese país han pisado el balón, han levantado la vista y han sido capaces de nuevo de dar una gran lección de democracia al resto del mundo, al dejar aislados a los 62 disputados del SD -Demócratas de Suecia-.

El presidente de EEUU, Donald Trump (dcha.), saluda al primer ministro de Suecia, Stefan Lofven (izda.). Foto: EFE

Estocolmo, tras las últimas elecciones, acaba de cerrar un "cordón sanitario" democrático para aislar a los movimientos ultras. Después de más de cien días de incertidumbre sobre la gobernabilidad del país, han dejado fuera y sin capacidad de influencia a los ultras del SD. Los socialdemócratas con Stefan Löfven a la cabeza, habían conseguido una victoria amarga con el 28´4% de los votos. No obstante y gracias a la abstención de los conservadores, los liberales y los excomunistas seguirán gobernando el país que fue capaz de inventar el estado del bienestar. Toda una lección de democracia.

Por algún motivo la socialdemocracia en Suecia ha sido siempre un ejemplo de comportamiento democrático para el resto de los socialdemócratas europeos. Siempre han destacado por su contribución a la creación de uno de los modelos del Estado de Bienestar más completo de nuestro mundo desarrollado. Ellos fueron los primeros en hacerlo. Desde un ejemplar consenso sindical y social fueron capaces de combatir el individualismo y el comportamiento de competitividad capitalista sustituyéndolo por una mentalidad avanzada, favorable a la cooperación social, con importantes leyes de contenido social.

Jimmie Åkesson, líder del partido de extrema derecha Demócratas Suecos. Foto: EFE

Los suecos ya lo habían hecho en 1932, con Per Albin Hansson, cuando en plena crisis mundial conseguían establecer el subsidio de desempleo, las pensiones de jubilación, las vacaciones pagadas, la atención médica dental y un programa de empleo para combatir el paro, así como un programa de inversiones publicas con el fin de generar empleo. También en 1938 con el acuerdo de “Saltsjöbaden”. Un acuerdo vanguardista entre sindicatos y los empresarios que establecía un nuevo modelo de relaciones entre trabajadores y patronos, basado en la negociación con el fin de resolver los conflictos y fomentar la cooperación. Y no lo hicieron porque sí. Lo hicieron con una clara intención. Había que parar el avance de los populismos de carácter nacionalista que avanzaban en toda Europa tras la Primera Guerra Mundial y que acabarían desembocando en la Segunda Guerra Mundial.

¿Se puede parar a Vox?, se preguntaba en un articulo reciente y muy recomendable Cesar Calderón. Él consultor político llega a la conclusión de que en estos momentos es materialmente imposible ya que Vox no es la enfermedad, sino el síntoma. El síntoma de que en nuestro país la ciudadanía tiene miedo. Apunta que de nada sirven las recetas que no funcionan, como ridiculizar a Trump, calificarlos de fachas, fascistas o nazis. Nada de esto funciona en un mundo donde estos términos se han vaciado de contenido por su abuso, dejando de provocar una acción movilizada de la población… Lo saben bien en Brasil.

Simpatizantes de Vox tras las elecciones andaluzas. Foto: EFE

Creo tristemente que Calderón tiene parte de razón en su artículo. No obstante, considero que no se curan los síntomas y sí las enfermedades. No hay que perder el tiempo en combatir a los ultras, más bien debemos actuar desde las instituciones sobre los miedos que sufre nuestra sociedad. Una sociedad que observa el avance de una globalización tan imparable y deseable como amenazante. Ahí es donde hay que actuar. Como lo han hecho los demócratas en Alemania. Como lo hizo Hansson con los sindicatos y los empresarios en 1938. O como lo han vuelto hacer los demócratas en Suecia con Löfven, estableciendo un cordón sanitario en defensa de la democracia.

En ningún caso debemos reaccionar como lo ha hecho la derecha española en Andalucía. Uno puede entender las ganas de alcanzar unas instituciones que históricamente los ciudadanos les habían negado. Pero alcanzarlas con la ayuda de los ultras tienen un doble riesgo. Por un lado, el peligro que significa "blanquear" a los ultras para conseguir lo que la ciudadanía te había negado democráticamente durante tantas legislaturas. Y por otro, lo que le ocurre actualmente al PP, que esta salivando expectativas de éxito ante la posibilidad de repetir este esquema perverso más allá de Andalucía.

No dejaré nunca de reivindicar el diálogo y el consenso como la mejor arma que tenemos los demócratas. Y una última advertencia, y la hago desde la más profunda humildad y respeto: Ni desde la izquierda más dogmática, ni desde la socialdemocracia, ni desde ningún espacio público y democrático, ni desde los sindicatos, ni desde la patronal, ni desde los medios de comunicación, ni desde ninguno de estos espacios, que constituimos la garantía del arco institucional democrático, podemos seguir pensando que esto no va con nosotros. No podemos jugar con algo tan básico como es el presente y el futuro de nuestra sociedad. Es el momento de la responsabilidad, del respeto y de la seriedad democrática. No les fallemos.

Alfred Boix es portavoz adjunto del PSPV en Les Corts

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