VALÈNCIA. ¿Qué tienen en común José e Ignacio Vergara, Vicente López Portaña, José Camarón, Joaquín Sorolla, Antonio Fillol, Ignacio Pinazo, Antonio Muñoz Degraín, los hermanos Benlliure, Renau y así un largo etcétera? Sí, lo han acertado: todos ello estuvieron vinculados como alumnos o directores a la Academia de Bellas Artes de San Carlos, o de su precedente Academia de Santa Bárbara, desde su fundación en el vértice del siglo XVIII.
Estamos en la València en 1752, hace dos años que ha fallecido Bach, que Piranesi ha publicado sus magistrales Carceri y quedan cuatro para que Mozart haga presencia en el mundo. Aquí en nuestra ciudad, el pintor José Vergara, hijo del arquitecto Francisco Vergara, impregnado por el espíritu de la Ilustración que recorre Europa, se propone fundar una academia de dibujo que sucedería a la creada por el también pintor Evaristo Muñoz (1684-1737), con el fin de que artistas y nobles (los primeros por vocación profesional, los segundos por afición, evasión y posibilidades), se ejerciten en el noble arte del dibujo y la pintura. Un año más tarde, éste y su hermano el escultor Ignacio Vergara, acompañados de otros artistas y aristócratas valencianos fundaron la Academia de Santa Bárbara, concretamente hace escasos días se ha cumplido un año más, ya que fue creada crea el 7 de enero de 1753, en la Universidad. Al poco tiempo de su apertura, fallecida la reina Bárbara de Braganza, dedicataria de la misma, se disolvió al no tener apoyos oficiales ni económicos. Insistente en el empeño, José Vergara, y con el apoyo del ayuntamiento de la ciudad y el arzobispo Mayoral, se aprobaron los estatutos de una nueva academia, que en esta ocasión se llamaría de San Carlos, homenajeando al monarca Carlos III, que es quien “bendice” la nueva institución. Fue entonces un 14 de febrero de 1768 cuando se crea formalmente la Real Academia de Bellas Artes en nuestra ciudad. Una institución académica, que desde su fundación, se dedicó a las “Nobles Artes” como se dice expresamente: Pintura, Escultura y Arquitectura, aunque formalmente se dividían, a su vez, en artes menores como “Principios y Estampas” o “Primeros rudimentos” y mayores como Pintura, Escultura, Arquitectura y Grabado. Como consecuencia del peso que tenía la industria del arte mayor de la seda, en la década de los años 80 la academia incluso añade una “asignatura” más, dedicándose también a la enseñanza de “Dibujo de Flores y Ornatos aplicados a los tejidos”. Inicialmente tuvo la sede en el edificio histórico de la Nau aunque con el tiempo y con la desamortización, pasó a ocupar el Convento del Carmen una vez fue desacralizado.
Para hacernos una idea de la importancia que tuvo esta Real institución, no puedo evitar citar como ejemplo, y de paso para reivindicarlo, a uno de sus alumnos más insignes: Vicente López Portaña (Valencia 1772 -Madrid 1850). Uno de los artistas españoles que en relación a la enorme maestría que atesoró, y a su importancia y celebridad en el tiempo que le tocó vivir, hoy está más poco valorado e incluso es menos conocido. Sí, me reafirmo en ello: poco conocido y poco valorado. El insigne pintor valenciano representa perfectamente algo que intuyo desde hace tiempo y que merecerá un artículo pronto ¿está infravalorado el arte español?. La respuesta es clara: si. Si nuestro artista hubiese nacido y desarrollado su carrera en alguno de las cortes o gabinetes imperiales de los países europeos, teniendo en cuenta que fue pintor de cámara del rey durante buena parte de su vida, su valoración ya no tanto económica, que por supuesto, sino de conocimiento y divulgación de su obra sería mucho mayor. Pero hoy estamos a lo que estamos y no tocaremos este controvertido asunto, que no es otro que el de la baja autoestima que en ocasiones tenemos a lo español, y sobre si existe cierto menosprecio hacia nuestros artistas.
La autonomía de la que la institución había gozado durante siglo y medio, llega una fecha que merece ser recordada con cierta tristeza ya que por medio de un Decreto de 16 de febrero de 1932 el Patronato de la Escuela de Bellas Artes se disolvió y los estudios, pasaron a depender de forma definitiva del Ministerio de Educación, perdiendo la Academia todas las competencias en materia de docencia. Uno no puede evitar pensar en qué habría sido de nuestra Academia de San Carlos-también de la de San Fernando en Madrid- de haber continuado como una prestigiosa institución formativa, en la que se “hicieron artistas” muchos de los maestros que convirtieron el siglo XIX, en Valencia, y también en muchas otras partes de España un segundo Siglo de Oro en el arte. Un espejo en el que mirarse es la Royal Academy of Arts de Londres, por ejemplo, que sigue teniendo una autonomía y financiación propias y todavía sirve, con enorme prestigio, a los fines para los que fue creada a mediados del Siglo de las Luces. Seguramente hoy, de nuestra Academia, seguirían saliendo de sus aulas importantes artistas, al igual que lo siguen haciendo de la Royal Academy como el gran David Hockney entre otros muchos.
Tras ello no se puede negar que la Academia, con 250 años a sus espaldas ha perdido brillo, su presencia en la sociedad valenciana y en el mundo académico es menos relevante que antaño. La Academia lucha por encontrar su sitio en una sociedad compleja. Hoy es una perfecta e ilustre desconocida para la sociedad valenciana, en unos tiempos en que las entidades deportivas tienen una presencia mucho más importante en la sociedad civil, en los medios y en definitiva en las finanzas que las instituciones artísticas (requiem por el Círculo de Bellas Artes). Es una mera descripción de la realidad. Por cierto, y para ilustrar esto último, existe una minúscula, angosta y calle, o mejor, callejón, junto al museo de la ciudad llamada Calle Vergara que imagino, porque tampoco estoy seguro de ello, estará dedicada a esta importantísima familia a la que la cultura valenciana tanto debe, cuando, sin embargo, debería tener dedicada una importante plaza de la ciudad o una gran arteria. En fin, cosas de nuestra ciudad.
En el año 1850 la Academia se trasladó al desamortizado Convento del Carmen, que ya desde 1837 era el germen de lo que sería “Museo de Pinturas de Valencia”, con más de medio millar de obras propiedad del Estado y que había adquirido vía expropiación de conventos y que custodiaba la ilustre institución. A ello había que sumar la aportación de la propia Academia con un importante patrimonio de más de mil obras artísticas que provenían de sus alumnos, pero también de donaciones de la sociedad valenciana. En 1946 tanto la academia como el museo se trasladan de forma definitiva al Palacio de San Pío V, hasta hoy, compartiendo “hogar” con no pocas controversias entre ambas instituciones, tal como hemos podido leer en los medios a lo largo de los últimos años, tiempo en que la Academia ha venido reclamando una mayor presencia en las decisiones museográficas y no ser un mero inquilino de aquel inmueble más allá del puente de la Trinidad.
Hoy la Academia es una entidad de tipo consultivo de la Generalitat tal como le reconoce la Ley de Patrimonio Cultural Valenciano, con el fin de defender, conservar, restaurar el patrimonio cultural y artístico de la Comunidad Valenciana, pero su imagen y presencia ha quedado un tanto eclipsada por un órgano de naturaleza más política creado por una norma autonómica como es el Consell Valencià de Cultura. Personalmente me gustaría que la Academia tuviera más que prestigio, que de alguna forma sigue teniéndolo, una mayor presencia, volviendo a ser un potente foco de opinión que se tomase en cuenta. Un verdadero y férreo guardián en la defensa y promoción de nuestra cultura y patrimonio.
En cuanto a la enseñanza, la Academia no la lleva a cabo directamente, sino por medio de convenios con las universidades más importantes de la Comunidad Valenciana. Su actividad se complementa con conciertos, presentaciones de libros, conferencias y demás actividades sobre cultura valenciana.