Ahí está España, madre para unos, madrasta para otros. Pesa sobre nosotros el pasado que divide, un presente en funciones y el futuro incierto de una nación que ha hecho suya la liquidez de este tiempo. País precario y posmoderno como el que más
Los periodos de felicidad, como los enamoramientos, son breves. Este que nos ha tocado vivir llega a su fin. Serán seis meses que añoraremos porque hemos tenido un gobierno que ha gobernado lo mínimo, y por tal razón ha cometido pocos errores. Ha sido la mejor etapa de los conservadores desde que conquistaron el poder allá por 2011. Ojalá nos hubiesen gobernado en funciones desde aquel año, con la eficacia que proporciona el no hacer nada. Así nos hubiéramos ahorrado algunas mentirijillas del presidente, los impuestos serían hoy más bajos y la mayoría de las cajas hubiesen quebrado casi con toda seguridad, con el consiguiente disgusto de los impositores, que se hubiesen tomado la justicia por su mano contra los responsables de tal desaguisado. Como no fue así, aquellos tahúres siguen en la calle, tan frescos, sacando pecho.
Pero esta corta y apacible legislatura se termina. De fondo seguimos oyendo, como el que oye llover, los reproches mutuos de los partidos por no haber pactado un gobierno, como si a alguien en su sano juicio le importase eso (a mí no, evidentemente). Todo es pose, trapacería y artificio. Son malos actores representando un sainete que, de tan aburrido y previsible, ha dejado vacío el patio de butacas. Tan hartos estamos de ellos que ignoramos su bla bla bla. Es más, nos gustaría verlos en la cola del paro compitiendo, con otros cien aspirantes, por una oferta de camarero en Peñíscola, a ver si así se hacían una idea del mundo real.
Hemos tenido un gobierno en funciones para un país que, si lo pensamos detenidamente, siempre ha estado en funciones; un país que, al cabo de algunos siglos de su forzada fundación, no acaba de encontrarse, siempre en busca de una identidad que no acaba de hallar, acaso porque eso de buscar identidades sea una tarea tan ridícula como la de remover los cojines del sofá para encontrar calderilla. Ni a mí ni a casi nadie ya nos duele España; nos duele la próstata, en todo caso; nos duele el último desengaño amoroso —¿por qué lo hiciste, cariño? — o la cartera cuando pasamos por la ventanilla del ministro Montoro.
Esta corta y apacible legislatura se termina. De fondo seguimos oyendo, como el que oye llover, los reproches mutuos de los partidos por no haber pactado un gobierno
Ahí está España, madre para unos, madrasta para otros, mala mujer a veces, lienzo inacabado y de trazos borrosos, a la espera de ahogarse en la sangre de su próxima guerra civil. Pesa sobre nosotros el pasado que nos divide, un presente en funciones y el futuro incierto de una nación que ha hecho suya la liquidez de este tiempo. País precario y posmoderno somos como el que más, pendientes de que los amos del mundo, tan preocupados por nuestra precaria fachada, nos renueven el contrato temporal, lo que se dice darnos más tiempo para pagar nuestras deudas.
Gobierno en funciones, país en funciones, pero ¿qué hay de nosotros, últimos españoles antes de que descarrile el tren? Puedo hablar de mí y observo, al echar la vista atrás, que toda mi vida ha sido también una vida en funciones. Como nací sin una misión que cumplir en el mundo, soy un tipo pusilánime que se acobarda ante cualquier dificultad. Frágil voluntad la mía. Así cuento por muchas mis ligerezas y banalidades; me contradigo, un día pienso de una manera y al siguiente opino lo contrario; estoy lejos de ser coherente. Soy una interinidad de paso. Apenas gobierno mi vida porque, como Rajoy, tengo un estrecho margen para actuar.
Me gustaría que todo fuese de otra manera, pero, para qué engañarme, si no soy el soberano de nada: ni de mi trabajo, ni de mi casa, ni de mi pareja. Un saco de eventualidades, eso es lo que soy. Como eventual es este artículo, un texto en funciones, a medio hacer, sin estar lo suficientemente cocido para ser leído. Su autor, este que suscribe, busca hacerse perdonar semejante desvarío por ti, caro lector, que has tenido la paciencia de llegar hasta aquí.
Primer capítulo la próxima semana de la investidura de Pedro Sánchez. ¿Habrá fumata blanca? O ¿Seguiremos sin ver el elefante? Si no sale, supuestamente en septiembre habrá tiempo y sino elecciones el 10 de noviembre. Todo va a depender de si ven o no el elefante, o sea si se entienden o no Pedro Sánchez y Pablo Iglesias u otros socios más o menos incómodos