En ocasiones, tres no son multitud. Repasamos nueve sagas cinematográficas en formato trío
VALENCIA. Hoy llega a las pantallas españolas El bebé de Bridget Jones (Bridget Jones’s Baby, 2016), tercera entrega de las cansinas aventuras de esa mujer neurótica e insegura encarnada por Renée Zellweger, independiente solo en apariencia (que trabaje no quiere decir que lo sea) y obsesionada con su imagen y con la búsqueda del príncipe azul. Muy moderna ella. Algo así como un spin-off apócrifo de Sexo en Nueva York, pero sin glamour. Dirige Sharon Maguire, que ya se encargó hace quince años de El diario de Bridget Jones (Bridget Jones’s Diary, 2001) y que había dejado la segunda parte, Bridget Jones: Sobreviviré (Bridget Jones: The Edge of Reason, 2004), en manos de Beeban Kidron. Dos directoras para adaptar una novela destinada al público femenino. Es el modo que tiene Hollywood de dar cabida a la mujer, lo que entiende la industria por sensibilidad femenina. ¿Alguien dijo 50 sombras de Grey?
Pero no vamos a hablar de Bridget Jones ni de feminismo, sino de tríos. Ojo, no de ménages à trois, sino de historias que el cine ha desarrollado a lo largo de tres películas. En algunos casos, por mero interés crematístico: Teniendo en cuenta que el público siempre quiere ver lo mismo, si un film funciona en taquilla es fácil que se ruede una secuela. Y una vez metidos en harina, si los resultados económicos de la segunda parte cumplen las expectativas, poner en marcha la siguiente es pan comido. Una regla de tres (valga la redundancia) que nos ha llevado a tener que soportar cuatro Transporters, siete Fast & Furious (que, si se cumplen las previsiones, serán diez en 2021), cinco Transformers (hay tres más en camino) y así hasta el infinito y más allá. Es lo que hay. En todos los festivales de música tocan Vetusta Morla y Love of Lesbian y en todas las multisalas se proyecta siempre la secuela de un blockbuster. Pensamiento único, se llama, aunque hay quien lo vende como democracia. Aunque, en realidad, es libre mercado. Capitalismo, o sea. Pero ya nos estamos desviando del tema otra vez.
A lo que vamos. En ocasiones, hay trilogías cuyo único objetivo no es la taquilla, sino contar una historia que excede con creces la duración de un largometraje al uso. En otros casos, que una película termine convertida en tríptico es producto del azar. Y, desde luego, no siempre son productos residuales. Se ha convertido en un tópico, por ejemplo, decir que nunca segundas partes fueron buenas excepto El padrino II (The Godfather: Part II, 1974). Y es cierto. Si El padrino (The Godfather, 1972) suele aparecer con frecuencia en los primeros lugares cuando se confeccionan las listas con las mejores películas de la historia, su continuación no le fue a la zaga. La dinastía mafiosa retratada por Francis Ford Coppola marca una de las cumbres del cine de gángsters, y aunque su tardío colofón fue bastante mal recibido por la crítica, una revisión desapasionada de El padrino III (The Godfather: Part III, 1990) obliga a reconsiderar sus aciertos y errores, aunque siempre quede por debajo de sus predecesoras. Que el mismo director se encargara de los tres films denota la voluntad autoral del proyecto, alejado de las franquicias.
El Padrino se basaba en la novela de Mario Puzo, pero Antes de amanecer (Before Sunrise, 1995) era un guión original de Kim Krizan y Richard Linklater, que también la dirigió. Apasionado de las películas basadas en la unidad de tiempo, el cineasta se planteó contar la historia de dos desconocidos que coinciden en un tren y acaban por pasar la noche juntos en Viena. No había ninguna intención de rodar una segunda parte, pero tiempo después, Linklater coincidió con los dos protagonistas, Ethan Hawke y Julie Delpy, y los tres estuvieron de acuerdo en que podría resultar interesante retomar a la pareja. Nueve años más tarde, Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) los retrataba en otro momento de su vida, y los actores ya aparecían como coautores del guión, al que aportaron sus propias impresiones sobre los personajes. La fortuita historia de amor entre ellos crecía inesperadamente, y de nuevo la segunda entrega podía rivalizar en calidad con la primera. La guinda llegaría otros nueve años después, cuando Antes del anochecer (Before Midnight, 2013) los repescó en plena crisis de madurez. Se cerraba así una gran trilogía romántica que, quién sabe, quizá tenga un nuevo capítulo en 2022.
Rizando el rizo, hay trilogías donde la mejor película es la última. Es el caso de Toy Story. La primera, de John Lasseter, llegó en 1995, en plena fiebre Pixar, cuando parecía que el estudio de animación solo podía hacer obras maestras (deben tener el mejor director de marketing del planeta), y lo cierto es que merecía los halagos. Una cinta para niños y adultos que indagaba en conflictos infantiles al tiempo que proponía diversión inteligente, servida por unos personajes (Woody, Buzz Lightyear) destinados a convertirse en poco tiempo en iconos de la cultura pop. Cuatro años después, Lasseter, secundado por Lee Unkrich y Ash Brannon, volvía a dar en el clavo con Toy Story 2 (1999), pero sería la tercera entrega, realizada en 2010 y dirigida por Unkrich en solitario, la que iba a explorar con mayor acierto los miedos del espectador de cualquier edad. La irrupción de Barbie y Ken marcó un hito, mientras que el personaje de Lotso se ganaba un lugar de privilegio entre los malvados más ambiguos y maquiavélicos de todos los tiempos. En 2018 se convertirá en tetralogía, pero hasta entonces Toy Story merece sobradamente aparecer en esta lista.
Ya saben que, en la medida de lo posible, en esta sección tratamos de combatir el yugo hegemónico impuesto por el cine estadounidense desde sus orígenes, así que es obligatorio mencionar algunas trilogías realizadas fuera de sus fronteras (y sin espadas láser) acreedoras de puestos de honor en este repaso. Una de ellas tiene financiación italiana y se rodó en España, aunque la gran paradoja es que su iconografía remite, precisamente, a Norteamérica. Se trata de la llamada Trilogía del dólar, una serie de tres títulos dirigidos por Sergio Leone y protagonizados por Clint Eastwood, un misterioso hombre sin nombre más proclive a usar balas que palabras (entre otras cosas, porque no tenía ni idea de italiano). Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964), La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1965) y El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) son el Alfa y la Omega del spaghetti western, la definición ética y estética de un género que asumió los códigos del western clásico para darles una vuelta de tuerca sucia, violenta, maravillosa, a base de primerísimos planos, pantalla panorámica, música de Morricone…
Y del polvoriento desierto de Almería viajamos a la India de los años cincuenta para quitarnos el sombrero (no necesariamente vaquero) ante tres de las películas más importantes de la historia del cine: La trilogía Apu. El maestro Satyajit Ray se adentra en los misterios de la vida y la muerte en tres films de una sensibilidad y humanismo abrumadores. La canción del camino (Pather Panchali, 1955), El invencible (Aparajito, 1956) y El mundo de Apu (Apu Sansar, 1959) cuentan la vida de un pequeña familia hindú a lo largo de tres generaciones. Sus protagonistas comparten las emociones, los miedos y las alegrías de la mayoría de familias rurales de clase media baja, en un contexto en el que incluso las esperanzas más modestas terminan por desvanecerse. Rodadas con actores no profesionales, bajo la mirada curiosa de un cineasta accidental (en la India no existían escuelas de cine, aprendió el oficio por su cuenta), inspiradas en el neorrealismo italiano y la mirada etnográfica de Robert Flaherty, son tres joyas bellísimas, de visión imprescindible para todo aficionado.
Y de Asia nos vamos a Europa, porque no incluir en este artículo Tres colores (Trois couleurs), de Krzysztof Kieslowski, sería una atrocidad. Azul (Bleu, 1993), Blanco (Blanc, 1994) y Rojo (Rouge, 1994) fueron la culminación de la obra del cineasta polaco, que moriría en 1996. Entre 1989 y 1990 ya había afrontado el reto de dirigir El decálogo (Dekalog), una magnífica serie televisiva de diez capítulos de una hora basados en los Diez Mandamientos (no la produjo HBO, así que nadie parece recordarla). Esta vez, se servía del significado simbólico de los colores de la bandera francesa (país mayoritario en la producción) para indagar en los ideales revolucionarios galos: Libertad, igualdad y fraternidad. Juliette Binoche, Irène Jacob y Julie Delpy, a años luz del modelo Bridget Jones, incorporan a las protagonistas de tres films inagotables, repletos de pequeños detalles que los conectan entre sí, como esa anciana que aparece en cada uno de ellos intentando meter sin éxito una botella de cristal en un contenedor de reciclaje. La reacción de los protagonistas ante su situación determina el punto de vista de Kieslowski sobre los temas que aborda. Háganse un favor y revísenlas. Si pueden meterse entre pecho y espalda una temporada de Netflix en un fin de semana, seguro que también pueden ver tres pelis, ¿no?
El delirio de Pusher nos permite establecer el puente perfecto para finalizar navegando por aguas de género. No se hagan ilusiones, aquí tampoco hay espadas láser. Pero sí cohetes experimentales, mutaciones, extraterrestres y enigmas paranormales, porque si existe un terceto que merezca ser ensalzado como el mejor en el terreno de la ciencia ficción ese es el protagonizado por el Doctor Quatermass (el actor Brian Donlevy). Producida por la famosa marca británica Hammer, la trilogía cinematográfica se inició con El experimento del Dr. Quatermass (Val Guest, 1955), a la que seguiría Quatermass 2 (Val Guest, 1957). Diez años después, y ya sin Donlevy, ¿Qué sucedió entonces? (Quatermass and the Pit, Roy Ward Baker, 1967) ponía punto final a una serie cuyo éxito se debe, sobre todo, al inmenso talento del guionista Nigel Kneale, idolatrado (con razón) por maestros del terror como John Carpenter.
Y cerramos la parada a base de terror, precisamente. La tentación de incluir The Purge era fuerte, ya que las tres películas de James DeMonaco logran convertir lo que inicialmente parecía mera explotación terrorífica en una interesante parábola política, pero su rival es poderoso. Muy poderoso. Se llama Sam Raimi, y revolucionó el género con una opera prima objeto de culto: Posesión infernal (Evil Dead, 1981). Su irresistible combinación de gore, comedia y terror creó escuela y convirtió a Bruce Campbell en un mito. Terroríficamente muertos (Evil Dead 2, 1987) y El ejército de las tinieblas (Army of Darkness, 1992) redondean una serie repleta de homenajes (los cartoons de la Warner, H.P. Lovecraft, las leyendas artúricas, Ray Harryhausen, Ultimátum a la Tierra, El mago de Oz) que, en lugar de regodearse en la nostalgia (hola, hermanos Duffer), toma distancia irónica para convertir tal ensalada de referencias en un goloso festín pulp. La notable serie televisiva Ash vs. Evil Dead, camino de su segunda temporada, podría considerarse su cuarta parte extraoficial y catódica, pero eso no impide que ponga el broche final a esta selección de trilogías. Como las opiniones, cada cual tendrá la suya, así que si no les ha gustado, que la fuerza les acompañe.