El alicantino consiguió un Goya con apenas veinte años y con su primera película, Tesis. Cuarenta títulos después —y docenas de proyectos, grupo musical incluido— se enfrenta al reto de convertirse en personaje de Molière en Sagunto y Mérida
VALÈNCIA.-A Fele Martínez (Alicante, 1975) arrancar los ensayos de la comedia de enredo Anfitrión, con la que visitará el Teatro Romano de Mérida del 27 de julio al 2 de agosto y, posteriormente, el de Sagunto, no le ha despertado una emoción diferente a la que siempre le embarga al enfrentarse a un nuevo personaje. El actor no hace distinciones. Ni en la resaca del estado de alarma. Ha trabajado en más de cuarenta películas, dirigido dos cortos y atesorado un Goya, pero le siguen pudiendo las tablas. La novedad, esta vez, pasa más por la rareza: «Hay muchas ganas de trabajar, pero también está siendo surrealista, porque hay momentos en los que te nace tocar al compañero y tienes que cortarte».
El alicantino también ha sido noticia estos meses por su presencia en la serie de Movistar+ La unidad. Allí interpretaba al jefe Sanabria, comisario general de Información de la Policía Nacional, un cargo más político que policial. En los últimos tiempos, con esta, Martínez ha encadenado dos series en las que encarna al azote de rufianes. En Estoy vivo, emitida en La 1 de TVE, ha interpretado durante tres temporadas al comisario Óscar Santos. Ahora, la mejor oportunidad para verle es sobre las tablas del Teatro Romano de Sagunto —en el Festival Sagunt a Escena— donde los días 22 y 23 de agosto protagoniza la obra de Moliére Anfitrión.
Este rol, donde se pone de manifiesto el egoísmo y la ambición desmedida de poder, invita a hablar con el actor de la política en este país. «Estoy un poco harto de sus eufemismos. Son muy hipócritas, sobre todo en las sesiones de control al Gobierno, porque van a hacer su discursito para que lo vea todo el mundo. No me creo ninguna rueda de prensa. Los políticos mienten más que hablan y hablan para sí mismos. Están haciendo campaña, en lugar de mirar por ayudar», comenta decepcionado.
No obstante la buena racha televisiva, es el teatro el que lo empodera en su oficio: «Por regla general, los personajes suelen estar más preparados y no dejas de trabajarlos. No solamente porque tienes más tiempo para ensayar, sino porque además, a medida que vas representando funciones, vas descubriendo cosas. Hasta el último día estás siempre rascando, y eso es fantástico». En el cine y la televisión, en cambio, cada jornada de trabajo ya queda para los restos. Una vez grabado, no se modifica nada.
El veneno del teatro también lo inocula, según Fele, su inmediatez: «Cuando sales al escenario, tienes el control absoluto. En el audiovisual, por el contrario, estás supeditado a una edición posterior y a que el director elija, de entre todas tus tomas, la que más le guste».
Martínez vuelve a las tablas en la piel del personaje que da título a la obra de Molière, Anfitrión, un general tebano que, al volver de una larga campaña militar, descubre que en el intervalo Júpiter ha suplantado su identidad para seducir a su esposa. Amor e infidelidad son los ejes de una obra que, por su condición de clásico, se puede extrapolar a la actualidad.
La polémica sobrevoló el estreno en el siglo XVII, pues los espectadores intuyeron en la trama una crítica soterrada a las intrigas de alcoba de Luis XIV, padre de entre dieciséis y diecisiete hijos bastardos con distintas damas de su corte.
Los asuntos amorosos de la monarquía no han dejado de formar parte de las habladurías de los súbditos. También la española, cuyos últimos escándalos son adscritos por el actor al género del esperpento: «Esto de que, de repente, el rey emérito se vaya a empadronar en Santo Domingo por lo que ha destapado su querida, Corina, es de traca. Roza lo berlanguiano».
La pandemia ha obligado a acortar la próxima edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, que durará un mes en lugar de dos, y contará únicamente con cinco espectáculos. Anfitrión será el segundo de ellos.
En este montaje coral a partir de la mitología griega, a Fele le acompañan otros cinco intérpretes: Pepón Nieto, Toni Acosta, Paco Tous, Daniel Muriel y María Ordóñez. Otro tanto le sucedió en su anterior obra, Todas las mujeres, en la que lo arropaban un quinteto de actrices. Entre ellas, su pareja en la vida real, Mónica Regueiro, quien también ejerció como productora.
«esto de que el rey emérito se vaya a empadronar en santo domingo por lo que ha destapado su querida, corina, es de traca. roza lo berlanguiano»
Su hijo en común, de dos años, se llama Otto. Y no solo porque aquel es el nombre del personaje de Fele en la hoy ya mítica película Los amantes del círculo polar (Julio Medem, 1998), sino también por la querencia de Regueiro por el cine del director vasco. Un botón de muestra es que su proyecto de fin de carrera en la licenciatura de Publicidad y Relaciones Públicas versó sobre la simbología en las películas de Julio Medem.
«Nos juntamos el hambre con las ganas de comer», bromea el actor, quien se niega a confiarnos el contenido de los mensajes que su alter ego en aquella ficción escribía de niño. «Si te dijera lo que ponía, a lo mejor no es lo que te esperas y te llevas una desilusión. Es mejor que cada uno se imagine lo que quiera», zanja.
Si su retoño hubiera sido niña, no le hubieran llamado como al personaje interpretado por Najwa Nimri, Ana. Porque más allá del peso que tiene en la trayectoria del intérprete esta trama sobre un amor rozado siempre con los dedos, pero inalcanzable, pesa la sonoridad del nombre: «Otto resulta muy impactante. Es contundente, y cuando lo dices, pones la boca como si fueras a dar un beso».
Al padre de la criatura no le hace, sin embargo, tanta ilusión ponerle a su hijo la película de Medem o cualquiera de las que ha protagonizado, como compartir con él su comedia favorita, El jovencito Frankenstein (Mel Brooks, 1974).
«Estos días he empezado a revisarla. Justo hoy me he vuelto a poner un cacho. Me sé diálogos enteros. (Imposta la voz): 'A normal'. Tiene frases míticas. (Vuelve a impostar la voz): 'Abuelo, solo hacía caca'. Y tiene uno de los mejores doblajes que he escuchado en mi vida. No suelo ver las películas dobladas, pero esta, según el día, sí, y hay secuencias en que paso del original al castellano», explica.
Como tantas otras parejas en España, la formada por los actores ha afrontado el confinamiento de cuatro meses con paciencia y empatía. Pero le han sumado dos comodines, Otto y una serie rodada al alimón en su propio hogar. «Nosotros hemos tenido días muy buenos, otros raros, puñeteros, como el 99,9% de la población. Pero el peque nos ha hecho distraernos. Tener la cabeza puesta en su atención te libera de estrés y de presiones», detalla el intérprete, que junto a Mónica Regueiro ha sido uno de los protagonistas de la serie de La 1 de TVE Diarios de la cuarentena.
El formato fue tan refrescante como complicado. A los actores se les envió un kit básico de rodaje, que incluía teléfono móvil, micrófono y trípode. Las instrucciones les eran facilitadas por Skype.
A pesar de contar con experiencia como director de cortos, la parte técnica le supuso un reto: «No es lo mismo que un rodaje convencional, al que llegas cuando tu equipo ya ha montado el set. De la noche a la mañana pasas a ser técnico de sonido, maquillador, electricista, eléctrico, ayudante del director de foto... Me dicen que iba a terminar teletrabajando como actor y no doy crédito. Antes del encierro, ya valoraba a nuestros técnicos, pero después de vivir esta experiencia, los tengo en el Olimpo de mis dioses y de mis héroes».
Sabe de qué habla pues ha comandado dos cortometrajes, El castigo del ángel (2002) y Tu día de suerte (2019). «Es un formato maravilloso, porque se puede exprimir y nunca dejas de crear. También resulta complicado, porque son historias muy breves, y condensarlas en tan poco tiempo tiene su aquel», considera.
Ninguno de los dos proyectos fueron buscados, sino que el actor y director explica que las tramas acudieron a su encuentro. Entre ambas experiencias pasaron dieciocho años. «Espero que el lapso de tiempo no sea tan grande para el tercer corto, aunque para entonces ya me podría ayudar mi hijo, que igual se ha convertido en director de foto, actor o maquillador», bromea. El largo, ahora mismo, ni se lo plantea. Como tampoco dirigir teatro. La idea para un salto así, como ya le ha pasado en el corto, tendría que salirle al paso.
«Me llamo Ángela. Me van a matar». Estas palabras pronunciadas por Ana Torrent frente a una cámara, atada en un sótano, se han convertido en una de las frases más míticas de nuestro cine. Y Tesis, la película donde se pronunciaban, en una catapulta tanto para su director novel, Alejandro Amenábar, como para sus entonces desconocidos actores, Eduardo Noriega y Fele Martínez. El alicantino llegó a Madrid con diecinueve años y a los veinte ya estaba ensayando para la película. «Me recuerdo en aquel entonces como alguien muy ingenuo, con muchísimas ganas de comerse el mundo y con mucha curiosidad», rememora.
El thriller supuso una refrescante renovación del cine en nuestro país. Y al bisoño debutante aquella vivencia le resultó tan inesperada como la ambición e innovación de la ópera prima a los espectadores patrios. Fele nunca pensó que su llegada a la capital para formarse como actor de teatro en la Escuela Superior de Arte Dramático (Resad) le derivaría inmediatamente al cine. «Para nada. Ni de coña. Jamás. De hecho, me costó un ratito asimilar que ya surgiera una peli el mismo verano del año que llegué, ¡acababa de empezar a estudiar!».
La elevación de Tesis a fenómeno de culto, su paso por la Berlinale y el reconocimiento en los Goya de 1997 a aquel estudiante de arte dramático con un premio al mejor actor revelación podían haber convertido su cabeza en una pajarera, pero Martínez consiguió mantener los pies en la tierra. Una constante en toda su carrera. «Hay varias circunstancias que hicieron que conservara la cabeza fría. Primero, que yo seguía estudiando, por lo que tenía que estar yendo a clase todos los días, y eso hace que se te olviden las tonterías. Y luego, estar rodeado de gente que, si tiene que soltarte dos frescas, te las suelta».
Su trayectoria ha ido jalonándose de grandes nombres propios del cine español. Con Amenábar repitió en Abre los ojos (1997); participó en Hable con ella (2002), La mala educación (2004) y Los abrazos rotos (2010), de Pedro Almódovar, y ha figurado en el reparto de proyectos dirigidos por, entre otros, Álex de la Iglesia, Chus Gutiérrez, Ricardo Franco, Manuel Iborra y Jaume Balagueró. Por eso siempre ha abrazado los cambios físicos. De hecho, le ilusionan los papeles en los que ha de usar prótesis. «Es tan divertido… En la serie Plutón BRB Nero hice el papel del Sr. Spock (inspirado en el icónico personaje de Star Trek). Fueron tres días de rodaje. Para el primero tardaron cuatro horas en maquillarme y se tiraron cuatro más para desmaquillarme, así que para el tercero les pedí que no me quitaran la caracterización, porque había decidido que era preferible irme a dormir con ella puesta. Fui a recoger a mi pareja de entonces, que trabajaba en un bar, y me tomé un par de cañas con esas pintas», recuerda entre risas.
El nombre Fele responde al diminutivo familiar de Rafael. Hay artistas que se ven tentados a cambiarse el nombre, pero a él ni le dio tiempo a pensárselo ni falta que hizo. «Es que fue de repente. Yo estaba en Alicante, era verano, y me llamaron para que subiera a Madrid a firmar el contrato de Tesis. Al llegar, me preguntaron qué nombre quería que apareciese en los créditos y yo ni sabía a qué se referían. Así que me pareció obvio dar el mío propio».
El actor asocia la ciudad que lo vio nacer a la calma, la familia, los amigos, la playa, el mar, el sol, la arena, el fuego y los petardos. Este pasado 5 de marzo presentó la gala del Premio Azorín, pero en su día le impuso más ser el encargado de dar la salida oficial a las Hogueras de San Juan. Aquel 12 de junio de 1999 se convirtió en el pregonero más joven de la historia de las fiestas. Y los nervios le pesaban. «¡Fue el siglo pasado! Cómo suena eso… Los Azorín son unos premios literarios importantísimos, de los más relevantes en este país, pero cuidado con el acojone que pasé para el pregón de Hogueras. Hay pocas cosas que me hayan impuesto tanto como salir a la puerta del Ayuntamiento a darlo todo», confiesa.
Si le pides que te aconseje un museo en el mundo, lo tiene claro, el Arqueológico de Alicante (MARQ): «Me encantan sus instalaciones, y recuerdo la exposición de los mayas. Es magnífico».
Tampoco duda si le das a elegir entre el Hércules de Alicante y el Akra Bárbara. Para empezar, porque en el equipo de fútbol de la ciudad no ha jugado nunca, mientras que en el club de rugby sí. Y para terminar, por sus valores: «Me parece un deporte muy noble. Es una práctica muy dura, de contacto, pero se guarda un respeto al contrincante. Hay una cohesión de equipo brutal. En el rugby no hay estrellas, eres uno más. Te transmite unos valores de equipo que el fútbol no lo tiene. Y una de sus características más maravillosas es que en el campo no se protesta: si alguien se queja, sus propios compañeros vienen a darle un calbote. Los cambios se dan porque estás lesionado o sangras. No se hace teatro. Me gustaría ver eso en un partido de fútbol. Y me resulta más espectacular de aquí a Lima». Ya lo reza el dicho: «El rugby es un juego de rufianes jugado por caballeros y el fútbol es un juego de caballeros jugado por rufianes».
Algunos de sus mejores amigos de Alicante son socios del Akra Bárbara, pero él no, por residir en Madrid. Su alternativa de ocio entre amigos en la capital ha sido la música. Junto al también actor Rulo Pardo y otros dos compañeros formó el grupo Ciruelas hace catorce años. El cuarteto toca, principalmente, versiones de canciones que les arrebatan, de grupos como Pearl Jam, Radiohead, Pj Harvey y Pixies. Aunque han compuesto unos pocos temas propios.
Fele «aporrea» el bajo. Y con el paso del tiempo han cambiado varias veces de nombre, La Virgen Líquida y, el último que acuñaron, Súper Sudadas. En estos momentos, tienen el proyecto aletargado. «Todos tenemos mucha plancha ahora mismo». Lo más inminente, el uniforme de un ofendido general tebano.
* Lea el artículo completo en el número de mayo de la revista Plaza