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Fitzcarraldo el desafío de lo imposible

Desastres naturales, disconformidad de ciertas etnias por la presencia del equipo técnico, actores que se retiran a mitad de la filmación; y un larguísimo etcétera,  la convierten en una epopeya fílmica y  en un desorden de desarrollo solo superada, quizás, por Apocalypse Now 

| 19/11/2022 | 16 min, 1 seg

VALÈNCIA. La película Fitzcarraldo es, sin lugar a dudas, una de las mayores aventuras de la historia del cine. Pocas la han superado en arresto y valentía. Es una película hecha de verdad, como una hazaña firme que nos hace encontrar con la esencia misma de la selva y lo primitivo. Su director, Werner Herzog, la considera su mejor película, a pesar del calvario por el que tuvo que pasar para poder rodarla. Pero para encontrar, hoy en día, la huella de tan extraordinaria obra hay que trasladarse a la misma amazonia peruana, donde todavía pervive la esencia de su espíritu y donde se rodó la mayor parte de su contenido. Iquitos, su capital, es el primer lugar en el que hallaremos las claves de la película. En su plaza de armas nos topamos con la Iglesia Matriz, donde Kinski (y antes Jason Robard y Mig Jagger), se cuelga de la campana de su torre para pedir el teatro de la ópera para Iquitos. Y no es de extrañar que Fitzcarraldo eligiera este punto para su requerimiento puesto que desde él se divisa gran parte de la ciudad. 

Herzog no dejaba nada al azar. Quería que su película fuera perfecta, y se supiera que lo que rodaba era auténtico y estaba asentado en patrones que se pueden ver y aprehender en la realidad. 

Existen muchos más elementos que ayudan a recomponer las piezas de esta joya del cine pero es, sobre todo, un personaje en particular el que lo reforzará de forma efectiva y nos presta las claves certeras para completar el cuadro. Un personaje pintoresco y vivaracho que hace que Fitzcarraldo sea una obra cumbre y emane esa naturalidad objetiva que se aprecia en cada fotograma. Su nombre: Huerequeque, el cocinero, y después amigo del protagonista, amante del alcohol, las mujeres y la risa, que tan vital resulta para el buen funcionamiento de la historia. Logramos entrevistarnos con él en una charla que nos hizo deslizarnos con su relato a través de la selva y Fitzcarraldo.   

En busca de Huerequeque

Pero no podemos hablar de él sin antes detallar la película y descubrir aquel escenario real en el que se inspiró. Fitzcarraldo, es la historia del irlandés Bryan Sweeney Fitgerrald (Klaus Kinski), cuyo sueño de fundar el teatro de la ópera de Iquitos, en plena selva peruana, se convierte en una obsesión. Su espejismo más inmediato es traer al tenor Enrico Caruso. Tras fracasar con varios padrinos decide hacerse él mismo con el peculio necesario organizando una empresa descabellada, y al mismo tiempo genial, que le permita llevar a la realidad su quimera. Para tal objetivo compra un viejo vapor ayudado del dinero de su amante, Molly (Claudia Cardinale), con la intención de navegar el río Pachitea, recolectar el caucho que solo se acumula en el río contrario, el Ucayali (río por el que no podrá retornar por rápidos del Pongo das Mortes), y volver al Pachitea remontando el barco y su carga por la montaña y llevar la gomosa sustancia hasta Iquitos (la película se sitúa en la terrible época del caucho, a principios del siglo XX, que tantas muertes y sufrimientos ocasionaron). 

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Pero si esta es la historia de una aventura excéntrica e insensata la imaginación de Herzog no lo fue menos. Aunque con elementos distintos, la historia de Isaías Carlos Fermín Fitzcarrald López, nos lleva a la misma posición demente que la del film. Sin embargo, mientras que el personaje ficticio es romántico, loco y soñador, el auténtico fue despiadado, soberbio y explotador de los indígenas, y no dudaba en matarlos si estos no estaban de acuerdo con él. A pesar de su crueldad, se convirtió en una leyenda entre los señores del caucho por su eficacia como explorador codicioso buscando nuevas rutas para transportar la seringa. A diferencia del Fitzcarraldo de la película que cambia su apellido, Fitzgerald, porque los indígenas no saben pronunciarlo, el del verdadero fue alterado para evitar que la justica peruana le condenara a muerte por haber servido de espía a las órdenes de Chile en la Guerra del Pacífico. De ahí su huída a la Amazonia. De padre estadounidense y madre peruana, nació el 6 de julio de 1862 y murió ahogado el 9 de julio de 1897, en el curso superior del río Urubamba. Con su afán de riqueza, en abril de 1894 se lanza a buscar un paso estratégico que uniera el río Cashpajali con el Manú y el Madre de Dios, para ahorrar costos y recorridos inútiles en el transporte del material recolectado. Hoy este istmo lleva su nombre. Para este propósito y al igual que la película, adquirió una lancha a vapor, de nombre Contamana, y movilizó a centenares de indios piros y campas para completar la tarea. Desarmó pieza a pieza el barco en el propio varadero e hizo rodar el casco por un tramo de diez kilómetros, subiendo alturas de hasta 469 metros. Más de dos meses y cerca de cincuenta mil soles llevó realizar esta empresa hasta volver a armarlo en el lado contrario.

Pasados ochenta años de esta extraña aventura, la imaginación del cineasta alemán Werner Herzog resucitó la proeza. Herzog transportó una embarcación real, de más de trescientas toneladas, y la arrastró por una cima sin ayuda de la tecnología o los efectos especiales. El cuidado hiperrealista del autor hizo que todo se hiciera superando así a la figura original en la que se había basado. Herzog no hizo desmontar ninguna parte del barco, como sí hizo Fermín Fitzcarrald, sino que subió entero por la montaña el barco vapor, cuyo peso y envergadura era muy superior al Contamana. Así, se estrenaría su más descabellada, brutal y anárquica obra. La aventura del rodaje estuvo a la altura de los hechos acontecidos y convirtió la producción en un infierno y la pesadilla del propio autor. 

En busca de Huerequeque

En 1979, el equipo de rodaje llegó a Iquitos y se hospedó en un pequeño hotel. Cuando el rodaje finalizó, Saxer, su productor, se quedó con el local y creó el hotel Casa Fitzcarraldo. Oculto entre grandes marañas de verdor selvático se levanta un portalón gigante en cuyo frontis vemos una pintura de Klaus Kinski, junto a su gran barco Molly-Aïda. Su interior es exuberante y acogedor y no es de extrañar que el equipo eligiera este rincón para alojarse. 

No localizamos a Saxer pero tampoco él era nuestra meta, pues a quien deseábamos encontrar era a Huerequeque, el hombrecillo bonachón y beodo que se convierte, casi sin quererlo, en uno de los personajes principales de la película. No se hallaba aquí, pero fue fantástico ver las habitaciones donde se alojaron Claudia Cardinale, Klaus Kinski y demás miembros del equipo, y las fotos que colgaban en las paredes con momentos de la filmación. También estuvieron Jason Robards y Mick Jagger, antes de que el primero se indispusiera y el segundo comenzara su nueva gira, abandonando el proyecto a mitad de rodaje. También de ellos existían fotos decorando las paredes. 

Huerequeque tiene una tasca en el barrio marginal de Belém, en las afueras de Iquitos. Construido a la vera del río, sus casas se elevan sobre grandes soportes de madera para evitar ser engullidas por las rápidas crecidas. Es aquí donde se filmaron muchos momentos de la película (ahí vive Fitzcarraldo), y es igual a como lo vemos en la cinta. No fue fácil dar con él, puesto que en Iquitos nadie le conoce (tampoco la película). Un gran cartel con el nombre Huerequeque Bar anunciaba el lugar. Su hija nos recibió extrañándose de que todavía alguien le recordara y se interesara por su padre. Nos informó que estaba en su casa, y que podía visitarle sin problemas. 

El personaje detrás del personaje

Tiene 83 años, pero camina con aire seguro y una gran sonrisa ilumina su rostro ya desdentado. Sin embargo, es fácilmente reconocible y sigue siendo el mismo héroe que conocimos en la película. Me invitó enseguida a entrar en su domicilio, una destartalada vivienda elaborada en argamasa y madera silvestre, repleta de utensilios inservibles dispersos por todo el lugar. Fue muy amable y su primera reacción de indisposición fue la de no poder ofrecerme aguardiente. Intuí que deseaba saber si yo llevaba algo de eso o si me apetecía invitarle a una copa en su propio bar. Por suerte para él, llevaba conmigo una petaca de whisky, que había traído desde España. Su cara resplandeció de alegría y dio varios sorbos. Mientras lo hacía no pude por menos de sonreírme al comprobar que me encontraba realmente con el mismo Huerequeque, alegre y borrachín que todos conocimos. Agradeció el trago y le dije que se la quedara. El whisky es algo raro por estas latitudes (se bebe aguardiente casero), y lo primero que me dijo fue que ya había probado esta ambrosía en Europa. Así dio comienzo la charla con Huerequeque Bohórquez, uno de los personajes más notables de Fitzcarraldo.

«La primera filmación se iba a hacer en el río Camisea, afluente del Urubamba, a tres mil kilómetros de aquí —empezó diciendo—. La iban a hacer Jason Robards, en el papel de Fitzcarraldo; Mig Jagger como Wilbur, el asistente y cocinero del barco, y Resortes (Adalberto Martínez) que haría el papel que luego yo ocupé. En aquella época, Herzog tenía como novia a Dialta Lensi, que era muy posesiva y celosa. De ahí que todo saliera mal desde el principio. Después de cinco semanas de grabación y una tercera parte de la película rodada, Jason enfermó y tuvo que abandonar el rodaje —o se fue, porque era un poco divo—. Se le ofreció el papel principal al líder de los Stone, que aquí en Iquitos pasaba desapercibido porque nadie sabía quién era, y podía irse a las tasquitas sin problemas, pero tuvo que irse por la gira Tattoo You por los Estados Unidos».

Según relata el improvisado actor, cuando llegó el infortunio, se pidió a Jack Nicholson hacer el papel protagonista, pero este exigió demasiado dinero y después se pensó en Warren Oates, pero murió de cáncer poco después. «Herzog no sabía qué hacer. Pensó en interpretarlo él mismo, pero en 1981 llegó Kinski y fue una revolución en el rodaje por su personalidad tan extraña, pero gracias a él, Fitzcarraldo es hoy lo que es». 

Asimismo, comenta que Herzog buscaba sustituto para Resortes y Mig Jagger cuando todo se fue a pique. «En el bar donde ha estado usted hace un momento es donde nos reunimos. Herzog trajo una buena botella de ron y me dieron el papel. Me vio beber y por lo visto le gustaba la forma en que caía presa del alcohol. También estuve con Jagger antes de que se fuera y bebimos fuerte los dos. Fue Saxer el que dijo de contratarme. Yo ya había trabajado con él en Aguirre, la Cólera de Dios. Buscaban a un borrachito simpático y me eligieron a mí».

—¿Y qué es de Kinski? ¿Era tan colérico como todos creemos? 

—¡Uyyy, sí! Pero no era tan malo como nos lo quiso hacer ver Werner Herzog. Estaba loquito, eso sí. Kinski se lavaba las manos con alcohol después de tocar a un indígena y al final también quería bañarse con agua mineral. No quería beber el masato (bebida india a base de yuca fermentada con saliva) que los indios le ofrecían de verdad en la película, porque beber algo escupido por otro era para él inadmisible. Le ponían leche para sustituirla sin que los indios lo supieran; de haberlo sabido quizá le hubieran dado muerte ahí mismo. Él siempre odió la selva y lo que había en ella. Se metía con Fellini y Sergio Leone, pero hablaba bien de Jess Franco. Cuando tenía sus arrebatos de ira, lo mejor era huir. Con tantos arrebatos de ira sus caciques le preguntaron a Herzog si quería que lo mataran para quitarse a ese pesado de encima. La escena en la que estamos todos juntos en el barco rodeados por ellos con cara de pocos amigos no era ficticia, realmente lo odiaban. Él no se dio cuenta en ese momento, pero después sí. Yo intercedí muchas veces por su pellejo porque conviví con los jíbaros más de catorce años y sabía cómo tratar a los indios. Nunca le vi pegar a las mujeres, como han dicho en algunos sitios. Mi relación con él siempre fue buena, pero debía beberme un buen vaso de aguardiente para soltarme.

—¿Cómo fue su relación con Herzog? 

—Buena también. Les caía bien. El problema era cuando había que repetir las escenas varias veces y yo ya no sabía bien lo que decía con tanto alcohol en el cuerpo. Más de una vez llegué bebido al set y eso se ve en muchas escenas. Salió bien. 

—¿Qué nos dice de Claudia Cardinale?

—Era una dama. Muy profesional y tranquila. Nunca la vi quejarse a pesar de estar en medio de cinco mil extras. La grabación de la escena en la que el vapor Molly Aïda zarpa para su viaje a la selva se hizo en el último día, el domingo 3 de diciembre de 1981. Al día siguiente, se fue para grabar otra película. Los dos barcos del rodaje habían quedado encallados en el río Urubamba, a 2.500 km de Iquitos, a causa de la temporada seca. Se detuvo la producción hasta que el periodo de lluvias ayudara a desencallarlos. Pero Claudia Cardinale tenía que irse y no sabíamos si llegaríamos a tiempo para rodar la escena final. Por suerte se consiguió y Claudia tuvo tiempo de hacerla.

— ¿Cómo se desarrolló el rodaje? 

—Herzog quería un rodaje natural y quiso rodarla en plena jungla, para que esto se notara. En Colombia compraron a un brasilero el barco Nariño, que estaba en el río Leticia destrozado. Para trasladarlo contrató doscientos bidones de gasolina vacíos y lo sacó a flote para remolcarlo hasta acá. La parte de arriba de la estructura estaba muy bien pero no la de  abajo. Aquí se hicieron dos replicas más del Nariño.

—¿Cómo fue trasladar el barco por encima de la montaña? 

—¡Terrible! Habían traído ingenieros de Alemania para el sistema de poleas que permitía el ascenso del barco de treinta toneladas por la ladera. Todo fallaba. El bulldozer se estropeaba cada dos por tres y cuando llegaban las piezas a veces no eran esas. También el ingeniero brasileño, Laplace Martins, renunció a hacerlo por el peligro que suponía hacer una cosa así; hasta que propusieron a Herzog contratar a unos peruanos de la zona del Callao. A los pocos días llegaron dos hombres que parecían tener de ingenieros tanto como esta petaquita, y Herzog montó en cólera porque esperaba a todo un equipo. Se enfadó aún más cuando le dijeron que todo estaba mal hecho y tenían que volver a empezar. Herzog no tuvo más remedio que hacerles caso y nos puso a trabajar a las órdenes de los nuevos. En nada, todo funcionó. Se convirtieron en héroes. Esos cholitos habían trabajado en el canal de Panamá y otros puertos y estaban acostumbrados a sacar barcos del fondo del mar, y a ellos esto les parecía poca cosa. 

— Se dice que hubo algún muerto, ¿es cierto? 

—No, solo heridos. Recuerdo que le mordió una víbora a un trabajador que estaba talando árboles en la meseta. Era raro, porque las chuchupe siempre huían de los ruidos de las motosierras. Si no hay atención médica enseguida se muere (y el campamento donde teníamos al médico estaba lejos), pero este hombre agarró la motosierra y se serró la pierna por encima del tobillo. Por lo demás estaba todo bien. Herzog llevó putas para los ratos de aburrimiento, porque se lo habían recomendado los curas para que no hubiera peleas entre la gente. 

— También se dijo que la acción difamatoria contra Herzog fue un montaje.

—Sí, todo fue una puesta en escena. Hasta en las fotos que se publicaban en Alemania se veían nativos con salsa de tomate por encima como si fuera sangre. Herzog siempre fue respetuoso con los indios. Hasta los separó de nosotros para no contaminarlos. Ayudó a los machiguengas a tener un título legal sobre las tierras. Este escándalo casi termina con su carrera. Pagaba bien a los indios. 

—Usted participó en otra película, ¿verdad?

—Sí, en 1989, y con Werner Herzog. Se llamaba Gekauftes Glück, del director Urs Odermatt. Era una coproducción entre Suiza y Alemania y me permitió viajar a muchos países.  

La entrevista derivó por otros derroteros y las risas fueron nuestras acompañantes. Hoy Huerequeque vive de su bar, de la venta de hielo y de una pequeña pensión de jubilación. Sin embargo, su afición principal es la poesía, de la que me leyó varios fragmentos que consideré de una calidad extraordinaria. Lo de Fitzcarraldo no fue más que un giro inesperado en su vida silvestre, que le hizo ver aquello que habita más allá de los árboles primigenios. La película terminó de rodarse en noviembre de 1981, tras cuatro años de producción y preproducción. Con Fitzcarraldo se cerró un ciclo de películas hechas desde las entrañas, de las películas hechas de verdad, sin artificios, como una auténtica epopeya marcada por la aventura y la proeza más rigurosa. 

* El artículo se publicó originalmente en el número 97 (noviembre 2022) de la revista Plaza

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