Desastres naturales, disconformidad de ciertas etnias por la presencia del equipo técnico, actores que se retiran a mitad de la filmación; y un larguísimo etcétera, la convierten en una epopeya fílmica y en un desorden de desarrollo solo superada, quizás, por Apocalypse Now
VALÈNCIA. La película Fitzcarraldo es, sin lugar a dudas, una de las mayores aventuras de la historia del cine. Pocas la han superado en arresto y valentía. Es una película hecha de verdad, como una hazaña firme que nos hace encontrar con la esencia misma de la selva y lo primitivo. Su director, Werner Herzog, la considera su mejor película, a pesar del calvario por el que tuvo que pasar para poder rodarla. Pero para encontrar, hoy en día, la huella de tan extraordinaria obra hay que trasladarse a la misma amazonia peruana, donde todavía pervive la esencia de su espíritu y donde se rodó la mayor parte de su contenido. Iquitos, su capital, es el primer lugar en el que hallaremos las claves de la película. En su plaza de armas nos topamos con la Iglesia Matriz, donde Kinski (y antes Jason Robard y Mig Jagger), se cuelga de la campana de su torre para pedir el teatro de la ópera para Iquitos. Y no es de extrañar que Fitzcarraldo eligiera este punto para su requerimiento puesto que desde él se divisa gran parte de la ciudad.
Herzog no dejaba nada al azar. Quería que su película fuera perfecta, y se supiera que lo que rodaba era auténtico y estaba asentado en patrones que se pueden ver y aprehender en la realidad.
Existen muchos más elementos que ayudan a recomponer las piezas de esta joya del cine pero es, sobre todo, un personaje en particular el que lo reforzará de forma efectiva y nos presta las claves certeras para completar el cuadro. Un personaje pintoresco y vivaracho que hace que Fitzcarraldo sea una obra cumbre y emane esa naturalidad objetiva que se aprecia en cada fotograma. Su nombre: Huerequeque, el cocinero, y después amigo del protagonista, amante del alcohol, las mujeres y la risa, que tan vital resulta para el buen funcionamiento de la historia. Logramos entrevistarnos con él en una charla que nos hizo deslizarnos con su relato a través de la selva y Fitzcarraldo.
Pero no podemos hablar de él sin antes detallar la película y descubrir aquel escenario real en el que se inspiró. Fitzcarraldo, es la historia del irlandés Bryan Sweeney Fitgerrald (Klaus Kinski), cuyo sueño de fundar el teatro de la ópera de Iquitos, en plena selva peruana, se convierte en una obsesión. Su espejismo más inmediato es traer al tenor Enrico Caruso. Tras fracasar con varios padrinos decide hacerse él mismo con el peculio necesario organizando una empresa descabellada, y al mismo tiempo genial, que le permita llevar a la realidad su quimera. Para tal objetivo compra un viejo vapor ayudado del dinero de su amante, Molly (Claudia Cardinale), con la intención de navegar el río Pachitea, recolectar el caucho que solo se acumula en el río contrario, el Ucayali (río por el que no podrá retornar por rápidos del Pongo das Mortes), y volver al Pachitea remontando el barco y su carga por la montaña y llevar la gomosa sustancia hasta Iquitos (la película se sitúa en la terrible época del caucho, a principios del siglo XX, que tantas muertes y sufrimientos ocasionaron).
Pero si esta es la historia de una aventura excéntrica e insensata la imaginación de Herzog no lo fue menos. Aunque con elementos distintos, la historia de Isaías Carlos Fermín Fitzcarrald López, nos lleva a la misma posición demente que la del film. Sin embargo, mientras que el personaje ficticio es romántico, loco y soñador, el auténtico fue despiadado, soberbio y explotador de los indígenas, y no dudaba en matarlos si estos no estaban de acuerdo con él. A pesar de su crueldad, se convirtió en una leyenda entre los señores del caucho por su eficacia como explorador codicioso buscando nuevas rutas para transportar la seringa. A diferencia del Fitzcarraldo de la película que cambia su apellido, Fitzgerald, porque los indígenas no saben pronunciarlo, el del verdadero fue alterado para evitar que la justica peruana le condenara a muerte por haber servido de espía a las órdenes de Chile en la Guerra del Pacífico. De ahí su huída a la Amazonia. De padre estadounidense y madre peruana, nació el 6 de julio de 1862 y murió ahogado el 9 de julio de 1897, en el curso superior del río Urubamba. Con su afán de riqueza, en abril de 1894 se lanza a buscar un paso estratégico que uniera el río Cashpajali con el Manú y el Madre de Dios, para ahorrar costos y recorridos inútiles en el transporte del material recolectado. Hoy este istmo lleva su nombre. Para este propósito y al igual que la película, adquirió una lancha a vapor, de nombre Contamana, y movilizó a centenares de indios piros y campas para completar la tarea. Desarmó pieza a pieza el barco en el propio varadero e hizo rodar el casco por un tramo de diez kilómetros, subiendo alturas de hasta 469 metros. Más de dos meses y cerca de cincuenta mil soles llevó realizar esta empresa hasta volver a armarlo en el lado contrario.
* Lea el artículo íntegramente en el número 97 (noviembre 2022) de la revista Plaza
Con un cuarto de siglo de experiencia en el sector, Bataille sabe conectar con las necesidades de sus clientes y, ahora, sus inquietudes y su compromiso con la sostenibilidad le ha llevado a abrazar la bioconstrucción para introducir en la Marina Alta el concepto de vivienda pasiva
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