demandó a Antonio de Felipe como autora real de sus cuadros

Fumiko Negishi: La quiebra del sexismo en el arte

A lo largo de la historia muchas han sido las mujeres cuyo trabajo creativo ha visto la luz bajo un nombre masculino, desde las hermanas Brontë hasta Keane. Ahora Fumiko Negishi, que acusó a Antonio de Felipe de haberle encargado pintar cientos de cuadros que él firmaba cuando ella era su asistente, expone en Valencia y habla de ello con valentía

7/02/2017 - 

VALENCIA. Desear el éxito o el reconocimiento dentro de una comunidad fervientemente no es, a simple vista, problemático, pero comienza a serlo cuando para acceder a ello se manipula el talento de otros adscribiéndose cualidades que no son propias, vendiendo una ficción, orpimiendo el talento ajeno o sufriendo delirios de grandeza. ¿Quién dudaba de las voces de Milli Vanilli cuando deleitaban a medio mundo con su Girl you know it's true y resulta que nunca fueron cantantes, que se atribuían el mérito de otro grupo que ponía, mediante contrato, su buen cante? El dúo alemán de música pop compuesto por Fab Morvan y Rob Pilatus, con una imagen muy comercial que su productora encontraba ideal, recibió un Grammy al artista revelación del año 1990 y Pilatus, que acabó suicidándose meses después del escándalo, durante una entrevista en marzo de ese mismo año en la revista Time declaró que dada la repercusión mediática de sus canciones sentía tener más talento que artistas como Bob Dylan, Paul McCartney o Mick Jagger. Pese al fraude el grupo pasó a formar parte de la historia de la industria musical y a día de hoy se rueda una película en Hollywood sobre todo aquello, o sea, hay mentiras que son una mina de oro a lo largo del tiempo como si el fin justificase los medios pese a las terribles consecuencias. Pero el interés mediático tal vez no sea el mejor termómetro para medir el éxito, al menos a largo plazo, tampoco es siempre la imagen lo que, por encima del talento, afianza el triunfo.

Las verdaderas voces de aquel grupo no se hicieron famosas porque no tenían la imagen adecuada. Brad Howell y John Davis, auténticos cantantes que ponían la voz desde la sombra, intentaron hacerse un hueco más tarde pero su carrera no despegó, quizás ya por el desencanto de la falta de credibilidad o por haberse vendido de algún modo aunque lo hicieran por necesidad. Lo que conmovía al público y "vendía" en aquel momento era otra cosa, parece increíble que en una industria cultural se funcione así pero lleva ocurriendo desde hace mucho. En el caso de Milli Vanilli se trataba de una usurpación entre hombres sin embargo históricamente es un hecho que el talento más utilizado, plagiado o silenciado suele ser femenino. Sí, mayoritariamente han sido mujeres las personas cuyo talento se ha atribuido a hombres para que pudiera salir a flote un proyecto con proyección de éxito. Así sucede con compositoras, músicas, pintoras, esculturas... También muchas escritoras desde la época victoriana hasta nuestros días y por diferentes motivos, se han hecho pasar por hombres, ocultándose bajo un seudónimo masculino para poder publicar su trabajo o tratar de evitar los prejuicios sexistas de los lectores, en el caso de las escritoras, y del público en general tratándose de artistas independientamente de la técnica que empleasen. 

Cuando en 1847 se publicaba en Inglaterra la novela Jane Eyre, su autoría estaba a nombre de Currer Bell, un seudónimo literario que ocultaba la identidad de la posteriormente célebre Charlotte Brontë. Emily y Anne, las dos hermanas de Charlotte, también tuvieron que recurrir a seudónimos masculinos para poder publicar sus obras. Por su parte, Víctor Català, autor de las novelas Un filme, 3000 metres y Solitud entre otros numerosos textos en realidad era la escritora catalana Caterina Albert, que sabía que a comienzos del siglo pasado poco la iban a tomar en serio en un ámbito dominado por la masculinidad. Tampoco hace falta retrotraerse tanto, ¿os suena J.T. Leroy? Escribió presuntamente su autobiografía en 1999 bajo el título Sarah, en ella contaba lo mal que se pasaba en los bajos fondos de Nueva York siendo un joven sin recursos, drogadicto, hijo de una prostituta, recurriendo él también a la prostitución como oficio y compartiendo sus miserias con los lectores que lo alzaron como mítico personaje del momento. Pero Leroy realmente era la escritora Laura Albert, que después de ver frustrados sus intentos de abrirse paso en la literatura y considerar que nadie querría leer los temas sobre los cuales ella escribía al venir de una mujer de mediana edad, llegó a pedir a un familiar que se disfrazara y fingiera ser el adolescente escritor, creando todo un teatro que acabó por llevarla a los tribunales por fraude. No obstante a través de su alter ego logró engañar a todo el establishment literario y periodístico estadounidense durante una década. Ella declaró que había vivido casi todas las experiencias narradas, pero en femenino, y como mujer estaba convencida de que se le hubiera dado menos visibilidad. 

 

Probablemente el caso más conocido en este sentido sea el de la historia verídica que Tim Burton adaptó al cine con el título Big Eyes (2014). Ambientada en los años 60 en Estados Unidos, narra la historia de Margaret y Walter Keane, que tuvieron un éxito enorme con sus míticos cuadros que representaban niños de grandes ojos. La autora era Margaret, pero los firmaba Walter, su marido, porque, al parecer, él era muy hábil para el márketing y se encontraban en un momento histórico en el que resultaba mucho más fácil vender cualquier cosa hecha por un hombre que por una mujer. La película hace especial hincapié en el hecho de que la pintora está mal vista por su primer divorcio, se ve forzada a volver a casarse para poder mantener la custodia de su hija o manipulada por el hombre que la esclaviza produciendo obra que se atribuye y la aisla sin amigos ni contacto exterior, claramente el perfil de un maltratador aunque el filme apenas contenga violencia. 

Walter Keane fue un auténtico impostor que no sabía pintar pero se publicitaba como el pintor de los cuadros mientras que Margaret vivía encerrada como una prisionera y sus pinturas eran cada vez más tristes reflejando sus emociones. Una gran timidez y miedo a la situación de desamparo de la condición femenina en la época la llevó a soportar durante una década que todo el mundo creyera que los cuadros los pintaba su marido. En 1965 se divorció de él y ambos reclamaron los derechos sobre los cuadros. Margaret retó a Walter para pintar frente al público en la San Francisco’s Union Square pero Walter no se presentaba y finalmente un juez les hizo pintar para demostrar quién era el autor de manera tal que fue evidente que ella era la verdadera artista. Margaret Keane pintó un cuadro en menos de una hora. Walter Keane no pintó nada aduciendo que le dolía el hombro. El jurado le dio la razón a ella y le permitió firmar sus obras como Keane. Condenó a Walter a pagarle la suma de cuatro millones de dólares por daños emocionales y menoscabo a su reputación, sembrando un precedente el juicio sobre los derechos de la mujer y el reconocimiento de las muchas autoras en la sombra que a lo largo de la historia han sido "negras literarias" o artesanas desprestigiadas. 

Una mera "obrera", una artesana sin creatividad, así es más o menos como el célebre artista pop valenciano Antonio de Felipe se refería hace unos meses a la artisa japonesa Fumiko Negishi, que trabajó durante aproximadamente una década para él y que reclama el reconocimiento de la autoría de cientos de obras del artista por haberlas pintado, según ella, sin apenas indicaciones suyas, aplicando su propia inventiva y capacidad técnica más allá del trabajo mecánico. El pintor valenciano, que explicaba a este mismo medio que ha tenido que prescindir de trabajadores y de talleres por los efectos de la crisis económica que, pese a ser un artista que vende mucho, le está apretando, puso en manos de sus abogados el tema. Parece que le preocupa fundamentalmente que ella pueda dañar su reputación e imagen. Pero sus declaraciones despectivas hacia ella acrecentaron las dudas públicas y destaparon más el asunto ya que él no decía tener empleados. Negishi, que había guardado discreción durante años, tiene su propia producción artística que en nada se asemeja a los conceptos que maneja de Felipe y puede verse en su exposición Paisaje soñado hasta el 6 de marzo en Galería Cuatro sita en la calle La Nave 25 de Valencia.

 

Los galeristas Miguel Castillo y David Castillo, padre e hijo respectivamente, arrancan esta nueva etapa del espacio expositivo con una arriesgada propuesta. Han confiado en la artista desde el principio, la han apoyado no solo anímicamente si no que apuestan por su trabajo, por su verdadera obra, la que refleja lo que ella siente, su pintura abstracta seleccionada por David. Esa que creaba al caer la tarde, cuando ya había terminado sus labores en el estudio del pintor valenciano cansada de figuración popera con la que no se identifica pero a la que respetó desde la postura de quien realiza un oficio concreto y cobra por él. En el momento en que consideró que la despedían del estudio de forma improcedente y le negaban el reconocimiento esgrimiendo argumentos ofensivos para con su profesión es cuando empezó a cuestionarse si siendo un hombre se le estaría tratando igual. "Nunca me lo había planteado, siempre reivindico el valor de la pintura y trabajo desde el respeto y la emoción, solo al pasar todo esto me he preguntado: ¿si no fuera mujer me estarían tratando así o sería diferente? Veo que todo el mundo se lo cuestiona" Explica, aludiendo a que por ser mujer quizás se le atribuya un halo de fragilidad y el hecho de que su lugar sea relegado a la sombra, a la insignificancia, al silencio. No habla desde el rencor y en lo que centra su interés es en mostrar las trece pinturas abstractas de pequeño y mediano formato que pueblan la sala y pueden adquirirse por precios que van entre los 6.000 y los 800 euros. A la derecha damos con obras más cálidas de sinuosas formas que recuerdan a lenguas, globos y zepelines, a la izquierda encontramos paisajes oníricos en tonos marrón oscuro y azul zafiro, formas hipnóticas que provienen de la memoria de la artista. "Cada vez recuerdo más mis orígenes, es un viaje interior, un proceso de madurez, recuerdos, memoria fotográfica... Aunque mi obra no tiene que ver directamente con iconografía japonesa hay vagos recuerdos de mi país, están presentes, busco emociones y las transmito a través de la pintura pero mi especialidad es el grabado cartográfico", aclara añadiendo que está pensando en trabajar a partir de ahora instalación mediante intervenciones en puertas correderas de estilo nipón para experimentar con pintura expandida.

En el centro de la sala, separando con ironía los dos ambientes de obras recientes pero distintas series y presidiendo la exposición, se halla una pieza que no está a la venta; es un préstamo de Pedro J. Ramírez, un retrato suyo con el cual Negishi llevó a cabo el ejercicio de mostrar su capacidad para pintar de principio a fin el tipo de cuadros cuya autoría reclama. En su día parece ser que retó a de Felipe a que fuese a las oficinas del periódico El Español a tratar de pintar los dos lo mismo y comparar, como en la citada película Big Eyes. El retrato del periodista y director de El Español da cuenta del estilo con el cual la artista sabe trabajar, aunque no esté en los parámetros que a ella le llevan a desatar su creatividad a gusto. No obstante, con su característica gentileza en tono apaciguante subraya que hacer retratos por encargo no le parece mal, ni tampoco haber trabajado para otro artista, porque el caso de Fumiko Negishi trasciende el eterno enfrentamiento entre arte y comercio. Sin embargo no deja de poner sobre la mesa la necesaria ruptura con las actitudes sexistas particularmente acusadas en el ámbito creativo y de promover una mirada hacia los límites que unen a un autor con su obra.