TEATRO EN DESESCALADA

Gabi Ochoa: "He hecho un máster de gestión en tiempos de crisis"

1/07/2020 - 

VALÈNCIA. El 16 de marzo, más de medio millón de niños y niñas de la Comunidad Valenciana se quedaban sin colegio, sin parques, abuelos, cines ni teatros. El nuevo estigma infantil era ser vector de contagio de una enfermedad que, en gran medida, sigue siendo un enigma. Hasta poder pisar de nuevo la calle transcurrió mes y medio. A día de hoy, no hay consenso científico sobre el grado de transmisión del virus por parte de los menores. Regresarán a las aulas de manera presencial en septiembre, como también a las salas donde el Escalante Centre Teatral ha previsto su próxima temporada. Tras la conmoción inicial, su programador, Gabi Ochoa, organizó un ciclo online, titulado Xarxeta, que estará en marcha hasta que no arranquen las funciones en persona. No sólo por sus espectadores, sino también por los profesionales de las artes escénicas.

- ¿Qué emoticonos te representan estos días y por qué?
- He tenido conversaciones en las que sólo he utilizado emoticonos. Quien inventó el concepto, lo hizo para ayudar a reinterpretar el lenguaje escrito, para darle una connotación de buen rollo que a veces no está presente. Me gusta mucho el de los bailarines y las bailarinas que saltan, el que se pega en la cara. Lanzo besitos, guiño el ojo o mando el dedo pulgar al alza cuando tengo que decir OK. Y me encantan los cuernos.

- ¿Cuánto de normal y cuánto de nuevo quieres que sea nuestro presente?
- Vivimos en una sociedad donde muere gente en el Mediterráneo y hay fronteras, como la existente entre México y EE.UU., donde los niños permanecen separados de sus padres, sin saber si van a ser deportados. A mí, esa normalidad me toca las narices. Eso no tiene nada de normal. Vivimos en València, en España y en el siglo XXI, en un relajo que no existe en el mundo real. Siempre pensamos en una sociedad más justa, donde se acoja… Y no nos damos cuenta de lo que pasa alrededor. Incluso en el interior, porque en nuestro país hay muchos y muy variados problemas, como el de los CIEs. Así que no quiero que vuelva esa supuesta normalidad. 

- ¿Qué te sugieren las palabras residencia, contagio, Sálvame y bandera?
- Las residencias están muy ligadas a las artes escénicas: en teatro la utilizamos para trabajar un proceso. Pero, obviamente, en la crisis sanitaria, la palabra ha estado ligada a los ancianos. Ha sido una barbaridad. Ni podían ir al médico ni el médico podía acudir para atenderles. Me parece de una crueldad exacerbada. Espero que en algún momento los responsables se sienten delante de un juez y asuman las responsabilidades de sus actos. El contagio es inherente, todos lo hacemos de alguna manera. La novedad es el miedo que hay con respecto al COVID, porque es desconocido y no lo puedes ver. Sálvame es un programa que no veo, pero con el que tenemos que convivir. Tiene lo mejor y lo peor de la sociedad. Hay que quitarse el sombrero por decisiones de su presentador, Jorge Javier Vázquez, como parar cierto tipo de fascismos y decir que era rojo y maricón con mucho orgullo, pero se da puerta abierta a discursos reaccionarios, como el último que hizo Belén Esteban. Me preocupa la opiniología. A mí me gusta el concepto de opinión formada a partir del pensamiento, y Sálvame es todo lo contrario, tiran sin procesar en el cerebro, y sobre temas muy variados. Así que siento amor-odio. No veo el programa ni tampoco pienso que haya que censurarlo. La única bandera para mí es la de los servicios públicos, la de la sanidad y la educación para todo el mundo, la del Estado de Derecho. Lo otro es un trapo. Los procesos sanitarios en EE.UU. cuestan: si tienes un cáncer,  te mueres, porque el tratamiento cuesta 40 y 50.000 euros que no vas a poder pagar. Hay una frase en mi obra Rashid y Gabriel en la que un personaje dice: “Yo soy igual de español que tú por haber nacido aquí”. Existe una bandera que nos identifica como país, pero no tengo porqué sacarla. 


- ¿Cuántos planes has tachado de tu cuenta de pendientes?
- He cocinado, aunque no soy muy cocinitas. Sobre todo, me gusta mucho leer, tengo una biblioteca muy extensa, que he aprovechado para ordenar, limpiar y, claro, leer. Y también plantamos unas lentejitas, garbanzos y garrofón.

- ¿Cuántos aplausos se han ganado los niños?
- Todos los del mundo. Tengo un hijo de seis años y ha sido muy duro. Todos los días salíamos juntos a las 20 para aplaudir por la sanidad pública. Vivo en Beteró, un barrio obrero en el que no he oído una puta cacerolada. El tercer o cuarto día del estado de alarma ya había gritos de viva la sanidad pública. Estamos a lo que estamos. No para tonterías. 

- ¿Qué propuestas infantiles grabadas has curioseado?
- Muchísimas, recibimos 50 propuestas para el ciclo online. Las tuve que ver todas. Había de muy distinto rango: títeres, circo, danza, música... Siempre que puedo acudo a los espectáculos con mi hijo. Y ahora los veíamos juntos. Me fijo mucho en su reacción. Es fundamental. Si está dentro de la obra o no. Siempre digo que el programador es él, no yo.

- ¿Qué proyectos ha dejado en suspenso el confinamiento?
- En Escalante, hemos aplazado dos ciclos. Fue duro, Menut Teatre, se ha pasado íntegro al año que viene, los mismos espectáculos y las mismas funciones. , de Maduixa estaba programada en Danseta, dentro de Dansa València, y la hemos podido reubicar. La primera semana del confinamiento fue un shock. Me fui a casa el jueves previo, por una orden de Diputación, pensando que volvía la semana siguiente. No ver al equipo ha sido tela marinera. He hecho un máster de gestión en tiempos de crisis.

- ¿Qué es lo que más te ilusiona hacer cuando la actividad escénica se reactive?
- Ir a una sala de teatro o a un cine y sentarme están entre las cosas que me faltan. En el teatro, además, por la comunión con el elenco. Ese momento previo en el que vas, saludas y te das un abrazo no podremos vivirlo ahora, pero el paso siguiente, que es estar dentro y aplaudir, lo echo de menos. Durante la pandemia nos hemos adaptado a los medios online, pero no nos confundamos, el arte en vivo es único. Es una experiencia efímera y en el momento, eso es lo que lo hace interesante.

- El biólogo del CSIC Antonio Figueras opinó en El País que no se ha tratado a los niños como ciudadanos de derecho. ¿Lo secundas?
- Entiendo que puedan suponer un peligro por ser transmisores, pero opino que la sociedad española, salvo en casos muy puntuales, ha sido responsable. Hemos sometidos a los niños a mucho estrés. Y yo soy un privilegiado: hay gente que no tiene balcón y ha vivido una situación muy jodida. Entiendo perfectamente, las fases y los procesos. Hay que confiar en la ciencia y en los científicos, pero ya que han tenido manga ancha con el turismo, igual debían haber confiado en los padres. Los niños son el futuro y por esta vivencia pueden tener problemas traumáticos.

- ¿Qué clase de autor puede inventarse a un villano como el supercontagiador? 
- Últimamente he leído a uno fascinante, Tim Crouch, autor de Un roble, que estuvo programada el año pasado en La Rambleta. Viene del arte performativo británico, que es muy cañero, y con él ha ido permeando su dramaturgia. 

- ¿Con qué frase titularías una obra que ilustrara lo vivido estos meses por los niños?
- El tiempo del deseo hace madurar el placer escondido en el fondo de las cosas, de la obra infantil de Suzanne Lebeau El ogrito.

- ¿Habrá embozos en las obras infantiles?
- No tengo esa sensación. Es cierto que si esto va a durar un tiempo, llegará el momento de incrustar las mascarillas en la realidad, pero creo que tenemos que trabajarlo desde otro ángulo, porque puede ser un agobio para los niños. Y además, los chiquillos funcionan contra lo prohibido, así que podríamos conseguir el efecto contrario. La rueda de prensa de presentación de la nueva temporada ha sido en un patio de la Diputación de València, donde hay varias estatuas. Todas llevaba una mascarilla, no sé si era a modo de gracia o de responsabilidad.

- ¿En cuántas de tus pesadillas se cuela el porcentaje del 30%?
- Todos los teatros afrontamos esa decisión. Tenemos que estar prevenidos y vivir al día, porque la situación puede cambiar. Hay una estrofa de la canción Capitán en alta mar, de Fernando Alfaro, en la que pienso mucho estos días: la nostalgia del futuro. Me parece muy peligrosa. Si proyectas un futuro que te defrauda constantemente, rompes tus expectativas. Anticipemos en el buen sentido, porque si no, nos podemos volver locos. Debemos ser lo más consecuentes y responsables posible. Y en el momento en el que tengamos que modificar el protocolo, ya lo haremos. Mucha gene lo vive con angustia, pero hay que pensar que si volvemos a la fase tres o a la dos, no pasa nada, ya sabemos cómo son. 

- ¿Contra qué males puede vacunar el teatro a las nuevas generaciones?
- Contra las fake news y el populismo. El teatro, como dice Juan Mayorga, es una verdad y nos hace reflexionar. Nos vacuna contra la intolerancia, el racismo, la homofobia, el pesimismo y la falsa felicidad. Siempre ha sido el lugar hacia el que ir como sociedad. Es el instrumento ideal. 

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