HISTORIAS DE CINE

Gordo, borracho, putero, cobarde, Falstaff regresa victorioso de la muerte

Medio siglo después de su estreno, Nueva York recupera remasterizada la obra maestra de Orson Welles ‘Campanadas a medianoche’ que se presenta este viernes

8/01/2016 - 

VALENCIA. Gordo, borracho, putero, cobarde, Falstaff, el desmedido Sir John Falstaff ha muerto rodeado de borrachos como él, pillos y meretrices, en una triste posada. Su gran amigo es rey, Enrique V, y lo primero que ha hecho es darle la espalda y meterle en la cárcel. Su única concesión a su amigo de correrías ha sido perdonarle por haber importunado durante su coronación. Sir John ha sido un fracaso como caballero, no se ha enriquecido, no tiene nada, pero a las pocas horas de su muerte, sus sirvientes y amigos le recuerdan con tristeza antes de mover su enorme ataúd.

—Yo quisiera estar con él, dónde esté él, sea en el cielo o en el infierno —se lamenta Pistola.

­—No, seguro que no está en el infierno —afirma tajante Mistress Quickly—. Está en el cielo en paz, si es que alguna vez un hombre llegó allí. Ha tenido una hermosa muerte. Se ha ido como un niño recién bautizado. Partió justamente entre el mediodía y la una, cuando la marea bajaba. Cuando le vi jugar de aquella manera tan infantil con las flores y manotear sus sábanas, comprendí que estaba a punto de morir pues la nariz se le afilaba y desvariaba sobre los campos verdes. ‘¡Hola, sir John!’, le dije; “¡vamos, hombre; alegraos!”. Enseguida exclamó: “¡Dios, dios, dios!”. Tres o cuatro veces. Yo le rogué por calmarle que no citase a Dios, pensé que no era tiempo aún de prepararse para aquel trance. Con que me pide que le ponga mantas en los pies. Metí la mano dentro de la cama y los toqué. Estaban fríos como el mármol. Entonces le toque las rodillas también heladas. Luego más arriba. Y luego más arriba. Todo él estaba tan frío como el mármol.

—Y pedía vino a gritos —interviene un pillo.

—¿Y mujeres? —pregunta Pistola.

—No. Eso no pedía —replica Mistress Quickly.

—Decía que el diablo se lo llevaría por culpa de las mujeres —recuerda Bardolph.

—Algo sí sobó a las mujeres. Eran su debilidad —conviene Mistress Quickly.

—La amistad es la única riqueza que conseguí en su servicio —apostilla Pistola, mientras mueven el ataúd.

La muerte de Falstaff es una de las más grandes escenas de Shakespeare. Él mismo, uno de sus personajes más extraordinarios. “Me es muy difícil, incluso penoso, apartarme de Falstaff, pues ningún otro personaje literario —ni siquiera Don Quijote o Sancho Panza, ni siquiera Hamlet— me parece provocar tan infinitamente el pensamiento y despertar la emoción”, escribió Harold Bloom en Shakespeare (Anagrama, 2002). “Falstaff persiste después de cuatro siglos, y prevalecerá siglos después de que nuestros conocedores y resentidos de moda se hayan convertido en limosnas para el olvido”, añadía.


No es de extrañar, pues, que el personaje fuera una fijación para el más shakespeariano de los cineastas estadounidenses. Desde que era un adolescente Orson Welles estuvo obsesionado con Falstaff y concibió incluso una obra de teatro en torno a él a partir de diferentes piezas de Shakespeare, una obra de teatro que finalmente fue guión. Campanadas a medianoche es como una recopilación de parte del mejor Shakespeare, un gozoso Frankenstein compuesto a partir de fragmentos de Enrique IV, 1ª parte y 2ª parte, Ricardo II y Enrique V, así como diálogos de Las alegres comadres de Windsor, todo ello sazonado con extractos de las obras del cronista Raphael Holinshed.

Campanadas a medianoche, la obra, estrenada primer como Five Kings, y su posterior adaptación al cine fue uno de los proyectos más personales de Welles. Más que Ciudadano Kane, El cuarto mandamiento, o cualquiera de sus otras grandes obras maestras. Tantas veces identificado con el personaje, Welles quiso tanto a este proyecto que no dudó en volcar años de su vida para concluirlo y reconocer siempre su especial predilección por él. De hecho, al final de su vida la calificó como su obra maestra. En 1982, tres años antes de su muerte, aseguró en una entrevista en la BCC: “Si para entrar en el cielo tuviera que ofrecer una película, ésta es la que yo ofrecería. Es porque para mí es la menos fallida; digámoslo así. Es la que más se aproxima a lo que traté de hacer. En mi opinión, conseguí lo que quería con esa en mayor medida que en cualquier otra”.

Sin embargo, estuvo a punto de no hacerse. De hecho Campanadas a medianoche nunca se hubiera rodado si Welles no hubiera encontrado con un “loco” al que engañó, el entonces joven productor español Emiliano Piedra. Éste se hallaba emocionado con el proyecto, tal y como recordaba su viuda Emma Penella. “Estaba lleno de entusiasmo. Luego vino la preocupación, pero en aquel momento era la ilusión. ‘El Óscar iba a ser para Orson’…”, le decía al principio del rodaje. Meses después, con toda la producción ya en marcha, el entusiasmo había desaparecido. En una conversación con Penella, Piedra se lamentó porque Welles le había pedido cinco días para rodar en un castillo y llevaban ya nueve. “Acabo en la cárcel, ya lo verás”, le aseguraba.

Y es que el rodaje de Campanadas a medianoche fue uno de los más accidentados de cuantos tuvo el de por sí casi siempre atribulado Welles. Según relata Esteve Riambau en su biografía Orson Welles, el espectáculo sin límites (Dirigido Por…, 1985), el rodaje se inició en octubre de 1964 en el castillo de Cardona y tuvo que interrumpirse a las doce semanas a causa de la cirrosis de Welles. El equipo volvió a reunirse en enero de 1965 y concluyó el rodaje en mayo, un año antes justo de su estreno en el festival de Cannes, hace ahora medio siglo. En ese más de medio año de filmación se emplearon 126.000 metros de película impresionada, de la que sólo se aprovechó 2.800, en una proporción que no llega al 2,5%. Es decir, el 97,5% de lo rodado fue a la papelera. Normal, pues, que no se cumplieran los tiempos de rodaje. Ni el presupuesto, ni nada.

Welles, además, le tomó el pelo a Piedra ya que firmó un contrato para rodar al mismo tiempo una versión de La isla del tesoro que jamás se hizo. Conscientes ambos de que Shakespeare no era precisamente el argumento más comercial posible, el cineasta le prometió a su productor que firmaría una adaptación del clásico de Robert Louis Stevenson que rodaría al unísono. Bien pronto se vio que era imposible. Esta adaptación no llegaría hasta 1972 y sería con otros productores, dirigida por John Hough y Andrea Bianchi.

Gran parte del sobrecoste se debió al perfeccionismo de Welles, exento en su caso de megalomanía, sino más bien preñado de minuciosidad. Gracias a ello, y pese a disponer a algunos actores disponibles sólo unos días como eran los casos de Jeanne Moreau and John Gielgud, logró un filme que en nada desentonaba con superproducciones de la época. Con un presupuesto de 800.000 dólares, menos que el que había tenido 23 años antes para El cuarto mandamiento, firmó una producción de época tan verosímil como impactante.

Su capacidad creativa tuvo su cenit en el rodaje de la secuencia de la batalla de Shrewsbury, una de las más imitadas de la historia. Tanto Kenneth Branagh como Mel Gibson aludieron a ella décadas después al presentar sus respectivos filmes Henry V (1989) y Braveheart (1995). Gibson, por ejemplo, explicaba que se había inspirado en Welles para rodar las espectaculares secuencias de batallas de su película. Ante la carencia de medios pensó, ¿cómo hizo aquel genio para que su batalla semejara un dechado de producción? Y le calcó.

Analizada hoy, sorprende la brillantez narrativa de Welles. Planos breves, montados al ritmo de golpes de espada, combinados con los que filmó en los contados días que tuvo numerosos extras, daban la impresión de una amplitud de medios que nunca se dio. El que fuera filmada en 20 sitios diferentes, entre ellos la Casa de Campo de Madrid (¡!) reconvertida en campiña británica, da fe de hasta qué punto Welles era un mago que podía transformar los espacios.

Otro ejemplo de esta habilidad de Welles casi mefistofélica es la secuencia de la coronación de Enrique V que se filmó en las ruinas del monasterio de Cardona. El inmueble se encontraba en un estado deplorable, “sólo dos paredes y un par de arcos medio truncados mantenían el tipo” rememoraba tiempo después el cineasta Jess Franco, director de la segunda unidad; “pero él [Welles] llegaba y convertía aquello en el superlujo de la coronación del rey, sólo con su talento, con su manera de ver las cosas, su manera de rodar”. “Él ponía primero la luz y luego la cámara”, añadía a modo de explicación. Welles, como un pintor; Welles, un artista.

Signo de los tiempos, Campanadas a medianoche fue soslayada por la Academia de Hollywood en su año, si bien en Europa sí contó con una mejor recepción, con dos premios en Cannes, el de la Crítica de España y una nominación al BAFTA. La predicción optimista de Piedra no se cumplió (tampoco la pesimista, no fue a la cárcel) y no obtuvo siquiera una nominación al esquivo Oscar. En cambio tanto Branagh como Gibson sí lograron sendas nominaciones y el segundo incluso ganó el Oscar a mejor película y mejor director. Los imitadores fueron reconocidos; no el creador. Si como decía el escritor italiano Carlo Dossi, “los locos abren los caminos que toman los sabios”, Welles fue el loco que abrió el camino, el verdadero explorador del arte.

La pervivencia de Campanadas a medianoche es innegable y contrasta con la discreta respuesta que obtuvo. Medio siglo después de su concepción, la obra maestra de Welles, sigue viva impresa en la inmortal piel de Falstaff. Su Sir John, orondo sir John, excesivo, orgiástico, pantagruélico, desmedido y divertido, sigue riendo a carcajadas con la panza llena de vino mientras abraza a una moza. Motivos tiene para ello. Ha vencido al tiempo.

Seleccionada varias veces entre las mejores películas de la historia, la última en 2012 por el British Film Institute, vuelve ahora en una edición remasterizada que se estrenó el pasado 1 de enero en Nueva York. La nueva copia, restaurada por Janus Films, se presentará oficialmente este viernes 8 de enero en el Film Forum a las siete y media de la tarde, hora de Nueva York, con la presencia de Beatrice Welles, hija del cineasta y quien tomó parte en la película con un pequeño papel como paje de Falstaff.

No está previsto que llegue esta nueva copia a España dentro del circuito comercial. No es de extrañar. La presencia de la película ha sido constante en las Filmotecas de todo el territorio nacional. La de Valencia mismo exhibió en 2014 y 2015 una restauración previa realizada por Filmoteca Española. Campanadas a medianoche es una película española, con actores españoles (especialmente Fernando Rey), es una de las grandes obras maestras del cine español y como tal es reivindicada. No está previsto que llegue la nueva copia, pero seguro que más tarde o más temprano lo hará porque forma parte ya del patrimonio cinematográfico español. Según Emiliano Piedra, “Welles llevaba diecisiete años con el proyecto de Campanadas a medianoche bajo el brazo hasta que llegó a España y encontró a un loco –que era yo– que se atrevió a producir la película”. Si no hubiera sido por un loco español, pues, no se habría podido hacer. Dossi tenía razón: Los locos abren el camino. Benditos sean.

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