cine

Griffin Dunne: "La ansiedad y las dudas estimulan la creatividad del actor"

El icónico protagonista de Jo, ¡qué noche! estrena la melancólica comedia Ex maridos

5/06/2024 - 

VALÈNCIA. La mayor parte de la cinematografía de Griffin Dunne (Nueva York, Estados Unidos, 1955) se ha rodado a pocas manzanas de su casa. El actor de las icónicas Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981) y Jo, ¡qué noche! (Martin Scorsese, 1985) y es sinónimo de Nueva York. De modo que aunque la mayor parte del metraje de su último proyecto, Ex maridos, transcurra en las playas de México, la audiencia siente Tullum como lo que es: un lapso vacacional intercalado en la cotidianidad de la Gran Manzana.

El debut en la dirección de Noah Pritzker está protagonizado por un padre de familia que se divorcia tras 35 años casado. Por azar, su personaje coincide en la costa caribeña con sus dos hijos durante la despedida de soltero de su primogénito. El largo fin de semana compartido pone de manifiesto que el progenitor de la trama no es el único en crisis. Su hijo mayor, interpretado por Edward Norton, encadena cigarro tras cigarro de pura ansiedad. El benjamín se ha enamorado de un hombre casado. La comedia dramática plasma la extrañeza que provoca descubrir las flaquezas de nuestros padres.

- ¿De dónde surgió la necesidad de formar parte de este proyecto como productor y no solo como intérprete?
- Nunca había pensado en mí mismo como productor, pero surgió. De hecho, hasta el estreno en el Festival de San Sebastián, había olvidado que iba a aparecer por partida doble en los créditos. Noah se sintió interesado todo el tiempo por mis aportaciones. Dice que ha sido una manera de reconocer mi generosidad.

- ¿Cómo resonaron las experiencias vitales de tu personaje, Peter, en las tuyas propias?
- Es raro que haya películas con una figura central de mi edad. Me gustó la humanidad que encontré en Peter. Me despertó mucha empatía. Podía identificarme con él, porque muchas de las situaciones que ha vivido también las he pasado yo, como un divorcio, ser padre o perder al mío propio. Es agridulce. Hay coyunturas en la vida que no te permiten mirar hacia delante, pero pueden ser realmente divertidas.

- De todos los elementos que componen la vida de Peter: el divorcio, el vínculo con sus hijos y la relación con su padre, ¿con cuál te identificaste más?
- Pensé mucho en quién fue mi padre para mí y quién yo para él y en cómo la paternidad tiene un elemento de inevitable falibilidad: incluso si amas a tus hijos, al criarlos no puedes evitar cometer errores. La película, de alguna manera, honra a los padres. Peter es un progenitor abierto y vulnerable. Esto es, la antítesis de la representación habitual. Un estereotipo ya obsoleto que retrata a los hombres como aquellos que se limitan a cubrir las necesidades materiales de sus hijos, pero no sus sentimientos, mientras que las madres siempre se muestran preocupadas por ellos. De ahí que muchas veces, en los divorcios, los fallos se decanten por las mujeres.

- ¿En qué sentido?
- En la película no es así, porque Peter tiene hijos adultos, pero en Estados Unidos, en caso de divorcio, el sistema judicial casi siempre confía los menores a sus madres, aunque sean monstruos. Para mí es una forma de sexismo a la inversa, porque se prefiere a uno de los padres sobre el otro únicamente por motivos de género. Tengo amigos que son padres increíbles, pero han tenido que luchar duro para defender el tiempo que pasan con sus hijos.

- James Norton, ha dicho que asumiste el rol de figura paterna en el rodaje, ¿hiciste algo especial para que así sucediera?
- En las películas suele haber dos voces dominantes, una es la del director y la otra la del protagonista, donde recae cierta responsabilidad. El guion en este caso era muy bueno, como también los actores y el realizador, así que lo único que podía fastidiarla era una figura paterna que  corrompiera al elenco. Qué mal los he criado... Los he animado a ir a sitios en Tullum donde no debían (risas). Aunque al final, lo único que nos perjudicó fue la disentería. Todos volvimos de México bastante más delgados.

- La película también habla de ansiedad, depresión y soledad. ¿Agradeces que la ficción explore estos temas entre el género masculino?
- Los hombres, como las mujeres, siempre han tenido estos problemas, pero hoy hablamos más abiertamente de ellos. En mi opinión, la tecnología y las redes sociales contribuyen a esta sensación de insuficiencia, pero también es cierto que la abundancia en la prescripción de antidepresivos y ansiolíticos hace que recurramos a los medicamentos incluso antes de haber intentado afrontar las situaciones por nosotros mismos. No obstante, con los años he descubierto que la ansiedad no siempre es mala para mi profesión.

- ¿De qué manera la has revertido en tu benefició?
- En mi trabajo, la ansiedad, la depresión y las dudas estimulan de alguna manera la creatividad: algunas personas le sacan partido a esas emociones, aunque otras terminan siendo presas de ellas. Yo también he hecho uso de psicofármacos, pero admito que con el tiempo he considerado la ansiedad más como una aliada que como una enemiga: antes de un espectáculo de teatro o de interpretar un papel, es una emoción que me hace sentir vivo.

- Por cierto, han pasado casi 40 años desde el estreno de la película que inauguró el subgénero de comedia basada en la ansiedad de su protagonista, Jo, ¡qué noche! ¿Qué recuerdo guardas de aquel rodaje?
- Mucha gente consideraba terribles sus desventuras, pero recuerdo mirar de reojo a Martin mientras filmábamos y verlo derrumbarse de risa. Desde entonces, cuando he sido director de una comedia (Adictos al amor (1997), Prácticamente magia (1998)), nunca he dejado de hacer entender al elenco que me estaba divirtiendo. Para un actor no tiene precio saber que el director se ríe de tus chistes.

- En aquella película coincidías con Rosanna Arquette, como también en Ex maridos. ¿Cómo es trabajar con ella?
- Como hacerlo en familia. Ambos hemos compartido proyectos al principio de nuestras carreras. La primera vez fue en una película para televisión llamada El muro (Robert Markowitz, 1982), rodada cuando Polonia todavía era un país comunista. Durante el rodaje, los trabajadores fueron a la huelga y estuvimos bajo la ley marcial. Nos quedamos sin comida, así que nuestro vínculo se estrechó. Compartimos un rodaje tan horrible que todavía somos amigos.