Ubicado en el barrio del Raval, muy cerca de la concurrida plaza del Prado, es un punto de encuentro gastronómico a todas horas. Es el lugar en el que grupos de personas debaten la política local o hablan de la vida. Lo hacen igual que antaño, cuando Constantino abrió en 1932 Cervecería Navarro. Por aquel entonces era solo un bar donde tomar vino y alguna tapa local, como el figatell o el capellà. Hoy es una casa de comidas regentada por Félix Sanchis, que constituye la cuarta generación.
Por las mañanas los almuerzos sacian los estómagos hambrientos y recuerda la esencia de taberna de antaño, en la que los trabajadores, después de su jornada, se tomaban un xato de vino o, como es costumbre en La Safor, una cassalla. Los bocadillos no tienen nombres imposibles ni creaciones de otras galaxias. Solo producto y tradición: Queso fresco de cabra con anchoas, sepia rebozada, sepionet, espencat, calamares, Blanc i negre (embutido de Beneixama)… Y sí, de figatell, que compran en una carnicería cercana y siguen una receta especial. La materia prima define al bocadillo, bien jugoso y generoso. El pan que lo envuelven procede de otro establecimiento con solera en Gandia: Pan y Dulces La Tahona. Todos sus proveedores son de la ciudad ducal y de confianza.

- - Borja Abargues
En las comidas y las cenas los platillos en medio de la mesa ganan protagonismo. Compartir es vivir, que se suele decir. Eso debería pensar la familia cuando en 1950 la taberna originaria pasó a ser un bar de ‘picaeta’. Pues eso, vivamos: aspencat en capella a la flama, coques de dacsa, sang amb ceba, sepia rebozada… Al frente está Félix Sanchís, que al suceder a su padre, Salvador Sanchís, trajo nuevos aires al establecimiento preservando su identidad, tanto en el salón como en la cocina. Hay producto, muy buena cocina y recetas bien preservadas. Detrás de esos platos las recetas tradicionales que han pasado de generación a generación. Es el caso de la salmuera con encurtidos y conservas, a la que le añaden el raïm de pastor o su ensaladilla rusa, con más de cincuenta velas sopladas que pasan desapercibidas. Ojalá que siga cumpliendo años sirviéndose en la mesa y haciéndonos felices.
Y… ¿de dónde viene La Tulipa? Según explica Félix, todo proviene de una discusión: el tío de su padre Salvador, Tino, decía que todas las pantallas de las lámpara se llamaban tulipas porque tenían forma de tulipanes. Tuvo tal alcance la discusión que los clientes comenzaron a llamar al bar ‘La Tulipa’, de ahí que ambos nombres definan a un mismo lugar. Con ambos llegarás hasta aquí para disfrutar de una comida tradicional en un ambiente informal. Eso, sí, conviene reservar antes. Quizá se tiene suerte y Félix hace un hueco, pero a veces el milagro no ocurre y hay que marcharse con el estómago vacío. Eso no queremos que ocurra.