Si existe el Big Bang en la cultura contemporánea, el mejor ejemplo es Sapiens, la historia de la especie humana publicada en 2011 por el historiador israelí Yuval Noah Harari. Hasta ese momento su autor era un perfecto desconocido para el gran público. Doctorado en Oxford, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y experto en historia militar, su impacto se circunscribía al ámbito académico. Pero le bastó con Sapiens para traspasarlo: dieciséis millones de copias vendidas, traducciones a sesenta lenguas y una legión de fans encabezada por grandes figuras de la política y los negocios como Mark Zuckerberg, Barack Obama o Bill Gates. Ayer Harari era un académico, hoy es influencer, pedagogo y gurú. Luego vendrían los también mediáticos Homo deus, su polémica historia del futuro, y 21 lecciones para el siglo XXI, un ajuste de cuentas con nuestro tiempo. Pero Sapiens es su mayor logro, y todavía es una obra en acción, cuyas ideas continúan desarrollándose y propagándose en formatos diversos.
Y uno de esos formatos es el cómic. Aparecido hace unos meses en español, Sapiens. Una historia gráfica. El nacimiento de la humanidad adapta en unas 250 páginas la primera parte del libro original, hasta la revolución agrícola exclusive. Si el valor de una adaptación consiste en su fidelidad, esta ha dado en la diana: el cómic destila la esencia del libro, potenciándola con divertidas imágenes y brillantes resortes narrativos. Para ello el escritor israelí ha contado con la coautoría de Daniel Casanave en los dibujos y David Vandermeulen en el texto. No es fácil saber dónde termina Harari y empieza Vandermeulen, pero se nota un esfuerzo consciente por inyectar a estas imágenes el ideario del historiador.
Aunque hoy abundan los cómics para adultos, es evidente que este también se dirige a los niños, sin excluir otras edades. El marco narrativo lo dice todo: un día, jugando con unas cartas que representan las distintas de especies de humanos prehistóricos, la niña Zoé pregunta a su tío Yuval qué es una especie. Este le responde con un viaje maravilloso por el espacio y el tiempo en que varios científicos les revelan lo que hoy se sabe sobre nuestros orígenes. Se dice que la primera reacción de Harari cuando se le propuso figurar como personaje en esta historia fue negarse. Pero lo cierto es que su rol en el cómic cuadra a la perfección con la imagen mediática que lleva fabricando diez años. En el libro de 2011 Harari era solo la voz narrativa. Aquí es un icono.
En cualquier caso, la ficción atrapa al lector para abrirle las puertas de la historia. En cada uno de los cuatro capítulos sobresale un personaje que interactúa con los protagonistas, sirviendo de guía o encarnando el tema principal. En el primer capítulo, es la profesora Saraswati quien acompaña a Zoé y Yuval en su exploración de los tiempos más remotos de nuestra especie, cuando era una más entre otras muchas. En el segundo capítulo la figura clave es la Doctora Ficción, una mujer vestida como Superman, con la F de ficción bordada en su traje elástico. Encarna el poder de las ficciones entre los humanos a partir de la revolución cognitiva (hace unos 70.000 años). Luego, en el tercer capítulo, la descripción de la vida y las creencias de los cazadores-recolectores se hace con la ayuda de una eminencia de la arqueología, el padre Klüg. Y el último capítulo es un thriller centrado en otro personaje impagable: la detective López, una joven policía empeñada en probar ante los tribunales los crímenes de la especie humana.
La obra está llena de destellos de humor y de ingenio, narrativos a veces, visuales otras o combinando ambos planos. Por ejemplo, el descubrimiento del fuego es un anuncio de mecheros y la evolución un concurso televisivo cuyos participantes son homínidos desnudos y la conductora del programa, una atractiva joven que los presenta micrófono en mano. Aunque quizá el recurso más potente sean las versiones de imágenes icónicas de la historia del arte, el cine o la cultura en general, que Casanave siempre incorpora a la narración con el don de la oportunidad. Así el Guernica le sirve para ilustrar la inquietante hipótesis de que tal vez fueron los sapiens quienes exterminaron al resto de especies humanas; la escena final de El planeta de los simios, con la estatua de la libertad hundida en la arena, cuestiona nuestro protagonismo en la evolución; y Los amantes de Magritte, besándose con los rostros tapados, lanza una de las grandes preguntas sobre la prehistoria: ¿se amaron los neandertales y los sapiens?
Es verdad que no son dibujos que destaquen por su belleza ni su poesía, pero derrochan gracia, vigor y una pasmosa facilidad para replicar imágenes, dialogando con distintas épocas, autores y discursos. Es la fiesta del ingenio y la intertextualidad, que traspasa todas las fronteras, en el espacio y el tiempo. El pasado refleja el presente, el presente recuerda al pasado fundiéndose ambos en un gran espectáculo.
Pero si el cómic atrapa al lector, su inevitable necesidad de síntesis agudiza las simplificaciones y contradicciones del libro original, dejando aún más claro lo que ya se veía allí: que esta es un obra de tesis. En particular se radicaliza la idea central de Harari, ficción, presentada como la única diferencia fundamental entre el hombre y los demás animales. Ahí acaba la naturaleza y empieza la cultura. Por ficción entiende Harari un mito, un relato, una creencia inmateriales que impulsan la colaboración de cientos, miles o incluso millones de individuos en proyectos a gran escala como una religión, una nación o un estado. También serían ficciones las leyes, la política y hasta los derechos humanos. Solo la ciencia se salva de la quema, glorificada e inmune a la fantasía. Ante ella se esfuma el relativismo radical que mina la justicia y las instituciones. Da igual que la ciencia tenga sus raíces en el mito y sea también un fenómeno cultural, con sus apriorismos y limitaciones. Harari no lo considera, optando por pintar el paisaje en blanco y negro: la ciencia estudia la realidad; la cultura produce ficciones.
Un enfoque sugestivo y contagioso, pero cargado de contraindicaciones, puesto que centrifuga todas las creencias posibles, metiendo en el mismo saco ética, estética y fantasía. Lo cual complica entre otras cosas el potencial pedagógico de este cómic para los más jóvenes. Porque si educar es también transmitir valores, ¿qué pasa entonces si los disolvemos todos en nombre de la ficción? ¿Son lo mismo los mitos y las leyes? ¿Es igual un chamán que un abogado? ¿Son los derechos humanos y la propia justicia una ficción, como se dice aquí sin tapujos? Es discutible, y aún es más dudoso que lo pueda asimilar un niño. Entenderá el concepto de ficción, pero no sus implicaciones éticas, políticas y epistemológicas.
La gran paradoja es que poco después de liquidar a bombo y platillo estas supuestas ficciones se reintroducen por la puerta de atrás en el capítulo sobre el modus vivendi de los cazadores-recolectores, que van a ser exaltados con una ética sacada del ecologismo del siglo XXI. La relación en apariencia armónica de aquellos humanos con la naturaleza, su alimentación equilibrada, su sabia combinación de ocio y negocio nos pintan un mundo feliz anterior a la revolución agrícola, una revolución que para Harari habría sido algo así como la expulsión del paraíso.
Pero hasta los paraísos tienen sus cloacas y tras la máscara del buen salvaje se escondía un arma letal: los cazadores-recolectores resultan ser los responsables de la extinción de muchas especies animales en casi todo el planeta. El mismo credo ecologista explotado antes para idealizar a estos grupos nómadas opera en el último capítulo para culpabilizarlos en una alarde de anacronía y corrección política, transfiriendo a la prehistoria nuestro compromiso actual de proteger las especies. Por tanto, el mensaje final es un mensaje de culpa y arrepentimiento. Ha cambiado el pecado del relato bíblico: allí se traicionaba a Dios, aquí se mata a los animales. Pero no ha cambiado el pecador: sigue siendo el hombre.
En definitiva, un libro provocador y divertido a la vez, que no se suelta hasta la última página. Que obliga a hacerse muchas preguntas y cuestionar bastantes respuestas. La discrepancia es posible; la indiferencia, no. Y si su mensaje es apropiado o no para los más jóvenes, júzguenlo ustedes mismos.
Vicente Carreres es filólogo, ensayista y miembro del Instituto Juan Andrés de Comparatística y Globalización