Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Catalunya. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas
VALÈNCIA. Creo que lo más fuerte que he vivido en toda mi existencia como testigo presencial ha sido el procés de Catalunya. No fue especialmente grave para mí, porque podía irme de allí por donde había venido, pero nunca había sentido que existía a mi alrededor grave riesgo de un enfrentamiento social que podía terminar vete tú a saber cómo.
El día en el que Forn dijo que si se aceptaba la nueva realidad política no habría colisión entre policías, el conflicto violento me pareció una posibilidad real. No fui el único. Vi a gente que había nacido en Catalunya pasar un rato realmente malo esos días, porque no es lo mismo si estás de paso que si está ahí tu casa. También vi, y esto me sorprendió más, a gente educada, formada y bien situada, gozar con lo que estaba pasando. Se lo estaban pasando bien.
Mi conclusión personal fue que la cultura hoy no es más que un bien de consumo y un entretenimiento, pero no tiene mucho más valor a partir de ahí. Y si lo tiene, es escaso o insignificante. No importa si desde pequeñito en el cole liberó palomas blancas por la paz ni lo mucho que se masturbe con el Guernica de Picasso, cuando lo que está en juego es el egoísmo supremo de esa persona y lo que quiera que tenga en la cabeza, puede ocurrir cualquier cosa. Tampoco es una sorpresa, es el ser humano de toda la vida.
Pero superada felizmente esta etapa de confrontación, que yo recuerde solo murió una persona por este tema apuñalada en un bar, personalmente, lo último que me apetece en la vida es darle vueltas, aunque no he podido resistirme en Filmin a pinchar en Herida Abierta: Buscando la empatía, que recoge testimonios sobre cómo afectó personalmente a diversos entrevistados todo lo que ocurrió.
La verdad es que me sé de memoria todo lo que dicen porque está todo hablado, requetehablado y este tema, particularmente en Catalunya, ya hiede, pero no recuerdo que nadie haya llevado este enfoque al audiovisual y, ciertamente, si algo era un clamor en la década anterior era la gente que se sentía desamparada, no escuchada, ignorada: víctima, al fin y al cabo.
Las primeras intervenciones son catalanes que no comparten el ideal independentista. Pasando por alto lo manido y reiterativo, el primer testimonio que llama la atención realmente es el de un hombre que se separo de su mujer, cuya familia era independentista, y el desencuentro les “rompió la relación”. Esa fractura familiar fue pesando y, al final, fue un ingrediente importante en su divorcio. Estos casos te los imaginas, o eres testigo de cómo los suegros han hecho enloquecer a más de uno, pero no te los crees hasta que los ves.
El resto es lo típico, gente que se sentía excluida porque en algún momento les llaman “españolitos”. Una mujer explica que para ella la línea roja se cruzó cuando le dijeron que la emigración de otras partes de España eran “colonos traídos por Franco”, porque le resultaba demasiado duro escuchar a nietos e hijos de franquistas acusar a sus padres, represaliados del franquismo, de franquistas. Una paradoja delirante.
Es gracioso el caso de otra mujer, que tenía experiencia en la Unión Europea, que cuando escuchaba eso de que Bruselas iba a impedir que el Gobierno español pusiera coto al procés, le parecía absurdo, porque por su experiencia le daba que sería al revés. Entonces, cuando se lo decía a sus compañeros le contestaban “hablas como el Rajoy”, lo que para ella era “doloroso”. Pero aquí volvemos a lo de la cultura, esa asistencia imaginaria de la UE a los independentistas eran bulos que salían de gente muy formada, llegaron a informar del “toque” que le había dado Juncker a Rajoy, pero se lo estaban inventando y daba igual, al día siguiente se iba a otra cosa. Los Alvises de turno no fueron el primer capítulo de la manipulación grosera en redes.
En contraposición, tenemos a la gente que estaba ilusionada por “un país nuevo, un país brillante, un país perfecto”, sobre todo personas mayores que “ya tenían poca esperanza en la vida cotidiana” que revivían por esta ilusión. “Han salido a la calle, han hecho nuevas amistades”. Del mismo modo, hay testimonios que relatan el miedo que pasaron el 1 de octubre con las cargas policiales de infausto recuerdo. Muchos no fueron conscientes de la dimensión de lo que había ocurrido hasta que lo vieron esa por la noche en televisión. No obstante, se repitió la decepción. Pensaban: “Ahora el mundo se dará cuenta y… ha pasado un año y medio y… no”.
Las paradojas y las contradicciones las refleja otro independentista que se pregunta cómo le puede explicar a su hijo de cinco años qué es la democracia cuando de lo que ha sido testigo es de que la policía “ha reventado las escuelas”, “las revientan a martillazos y pegan a los ancianos”. Una mujer que sale acto seguido recuerda que, durante la lucha antifranquista, ni CCOO ni el PSUC “pusieron nunca a los niños y los ancianos como escudos ante la policía”.
Pero es más de lo mismo, de verdad, que no está ni bien ni mal comentarlo, pero ya nos lo sabemos. La parte más novedosa está en los que reconocen que han terminado no tocando el tema, callándose, o llegando a pactos tácitos familiares con el fin de no acabar a la gresca con sus amigos y seres queridos. “Tengo un patrimonio emocional de toda la vida y no voy a echarlo a perder por la política”, dice uno. Desgraciadamente, esta no ha sido la opción más frecuente.