Muchas de las películas más famosas de la historia del cine tienen una conclusión que no es la que se pensó en un principio. Los motivos de esos cambios son de todo tipo
VALENCIA. El avión está a punto de despegar. Ilsa Lund (Ingrid Bergman) se da media vuelta y le suelta a Victor Lazlo (Paul Henrich): “cariños, lo siento pero me quedo con Rick (Humphrey Bogart)”. De haber sido este el final de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), la historia del cine también hubiera sido otra, pero lo cierto es que el único final que se filmó de la película es que conocemos. También, que los guionistas -los hermanos Epstein- barajaron acabar así la película (y otra en la que Lazlo moría), y que en el Festival de Rio de 1987 el cineasta Joao Luiz Albuquerque presentó una copia con este final alternativo, pero el que conocemos es el que es. En realidad, la lista de películas que podía haber acabado de otra manera es larga, casi infinita. Aquí van algunas.
La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1954). Sin duda, otra de las obras maestras de Siegel y que, teniendo en cuenta que era una película de bajo presupuesto, dio más problemas de los esperados. Desde Sam Peckimpah -que hace un cameo- jurando que había reescrito el guión (se calló después de recibir una amenaza de demanda) hasta el estudio cortando algunos chistes de la película para no distraer al lector, pasando por el debate sobre si es una reflexión sobre la amenaza comunista o contra la caza de brujas de McCarthy. El caso es que, en la novela de Jack Finney, los extraterrestres, una vez descubiertos, huyen a su planeta. El director, en cambio, optó por otro memorable: el protagonista intentando salvar a la Humanidad a grito pelado mientras los coches pasan a su alrededor sin hacerle caso. Al final, el estudio impuso un happy ending que no cuento para que él que no la haya visto lo haga. Está tardando. Por cierto, el estudio dejó una introducción. Si sólo hubieran hecho eso, la cinta hubiera sido incluso más terrorífica.
Los pájaros (Alfred Hitchcock, 1963). No está claro qué hace que un director se decante por el final previsto o cambie de opinión. Un claro ejemplo es esta película, en la que Tippi Hedren aparecía anunciada como la nueva Grace Kelly y que casi acaba por matarla, es un buen ejemplo. La idea original del escritor de novela negra Ed McBain (recordado por su historias sobre el violento Distrito 87) era acabar con una toma del famoso Golden Gate de San Francisco lleno de pájaros. Sin embargo, Hitchcock prefirió el que todos (los que hen visto la película) conocen. Además, el director británico se negó a incluir el cartel de “The end” dejando el final abierto. Un final terrorífico que se convirtió en pesadilla cuando Rick Rosenthal (que se negó a firmarla) tuvo la cara dura de rodar Los pájaros 2: El fin del mundo (1994).
Alien (Ridley Scott, 1979). Sin duda, una de las grandes películas de Ridley Scott cuando nos hizo creer a todos que era un gran director. El final de esta joya es sobradamente conocido: Ripley (Sigourney Weaver) consigue abandonar en una pequeña capsula la nave Nostromo antes de que explote y piensa que ha conseguido acabar con el extraterrestres psicópata que se ha zampado a toda la tripulación. Pero, su gozo en un pozo: el mostruo le ha seguido. En la versión canónica, logra matarlo pero en el primer guión no tiene tanta suerte. Pierde, literalmente, la cabeza y el alien coge la radio e, imitando su voz, deja un mensaje anunciando que va camino de la Tierra.
Acorralado (Ted Kotcheff, 1982): Hasta los progres más talibanes reconocen que la primera de las cuatro entregas de las saga sobre las andanzas el exboina verde es canela en rama. En el guión original, John Rambo, un exsoldado con estrés postraumático y perseguido a la extenuación por el sheriff Will Teasle (un injustamente olvidado Brian Dennehy), está a punto de acabar con este cuando irrumpe el coronel Trautman (Richard Crenna) y consigue que se entregue. En la versión que conocemos, consigue que Rambo se rinda, pero en el guión original se suicidaba tras rogarle a su superior que acabara con él. Una pena. Nos habríamos ahorrado las siguientes (e infumables) secuelas.
El retorno del jedi (Richard Marquand, 1983): Pese a que la séptima entrega de la franquicia está a punto de estrenarse, lo más probable es que George Lucas siga sin entender bien de que va La Guerra de las Galaxias. Para cerrar la primera trilogía (por orden de estreno), el gran Lawrence Kasdan (el mago detrás de los guiones de El imperio contraataca o En busca del arca perdida) apostó por la épica: Han Solo moría durante el ataque a la base imperial. Así, el cazador de recompensas más salado de la historia dejaría el mundo de los vivos para pasar a la eternidad. Lucas, temeroso de que eso afectara a las ventas de muñequitos, pensó que era mejor el final en plan cumbayá con los osos amorosos que todos conocemos.
Terminator (James Cameron, 1984). Prácticamente, todas las películas de robot que viaja por el tiempo tienen finales alternativos (salvo la última, Génesis, que lo deja todo preparado para la secuela). En la primera, cuando nadie pensaba que iba a convertirse en una saga, se apostó por un final abierto tipo serie B clásica: una cámara de vigilancia muestra cómo un grupo de operarios límpia la fábrica de la batalla final y se lleva los restos del robot. El plano se amplía y se ve el cartel de Cyberdyne Systems. En Terminator 2: el juicio final, en cambio, la intención era cerrar la historia y no dejar margen para continuaciones: en un parque, en el futuro, Sarah Connor recuerda cómo evitó el fin del mundo mientras su hijo, convertido en Senador, columpia a una niña. El motivo es que las dos películas nacen de un mismo guión original que Cameron recortó porque no pudo rodarlo en una única película. Por eso en la primera se guardó un as para poder hacer una continuación mientras que en la siguiente quiso dejarlo todo atado y bien atado. El de la tercera tampoco está mal: la película se corta cuando Arnold Schwarzenegger está a punto (¿o no?) de matar al joven John Connor (Nick Stahl), una conclusión todavía más lúgubre que la que llegó a las pantallas (y que también mola).
Clerks (Kevin Smith, 1994). Lo de cambiar el final no es patrimonio de las grandes producciones con vistas a aumentar la recaudación, también se da en el cine independiente. En Clerks la película que encumbró durante un tiempo, a Kevin Smith también hubo cambios. El de New Jersey filmó una conclusión en la que un ladrón entra en la tienda y, sin mediar palabra, mata a Dante (Brian O’Halloran) antes de vaciar la caja. Los amigos de Smith le dijeron que era un final depresivo así que cortó el último minuto de la película y el resultado es el que todos conocemos. Eso permitió hacer una secuela en 2006 que no estuvo mal pero no triunfó mucho y una tercera parte que, si todo sigue como está planeado, se estrenará el año que viene.
Estas son solo una muestra. La lista de películas con un final alternativo es interminable si incluímos tanto a los que se llegaron a filmar como a los que solo aparecieron en uno de los borradores del guión. Son tantos, como los motivos que llevaron a tomar esa decisión. Así, nos perdímos un Teléfono Rojo: volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1964) en la que el embajador de la URSS y el presidente de EEUU acaban a tortazos (demasiado cómico, según el director); una Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) en la que el sueño de la pizpireta Viviam Ward (Julia Roberts) se acaba cuando Edward Lewis (Richard Gere) le paga y cada uno vuelve a lo suyo. Aunque también puede pasar, y es cada vez más frecuente, las varias versiones de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) con y sin final feliz (no penséis mal) y en las que Rick Deckard (Harrison Ford) es o no un replicante.