VALÈNCIA. -Oye, Irene, ¿tú qué eres?
-¿Que qué soy? ¡Madre mía! ¡Qué difícil!
Tras las carcajadas, Irene Rodrigo, los ojos muy azules, el pelo muy rizado, los labios muy rojos, asegura que odia la pregunta. Pero termina contando que estudió Periodismo. También Arte Dramático, pero que se lo dejó a medias. Y después de algunos rodeos, concluye: "Si tengo confianza digo que soy divulgadora literaria". Así que hoy, o eso parece, debe sentirse en confianza.
Irene, que tiene 30 años, fue una niña lectora que creció entre dos padres lectores en una casa de pueblo, en Puçol, llena de libros. "Para mí era como una necesidad. Igual que otros niños necesitaban jugar al fútbol, yo necesitaba leer y escribir. Pero si iba por la calle leyendo las matrículas de los coches, que mis padres debían estar hasta el gorro de mí". Sus progenitores son ingenieros agrónomos, pero su padre trabaja como funcionario en la Universidad de Castellón y su madre ya hace tiempo que traspasó la cafetería que había abierto en el pueblo.
El matrimonio también le inculcó el amor por la música. Irene estudiaba en el conservatorio y tocaba el piano y el violoncelo. De hecho se centraba más en la música que en el instituto. Pero en el último momento, pegó un golpe de timón y acabó en las aulas de Periodismo porque pensaba que ahí, estudiando esa carrera, le enseñarían a escribir. "Aunque luego, la verdad, no es que te enseñen mucho...".
Así fue como llegó al momento de su vida en el que concluyó que, si lo que más le gustaba era leer, lo mejor era hacer algo relacionado con los libros. En ese momento, con 24 años, la vía más asequible que encontró fue YouTube. Así fue como se convirtió en 'youtuber'. O, mejor dicho, en 'booktuber', que es la etiqueta que le corresponde al 'youtuber' que habla de libros. "Fui cogiendo referentes como 'Página 2' o 'This is opera', que hablaba de ópera pero me gustaba su formato y me lo llevé a los libros. No sabía cómo llamarlo y entonces decidí llamar a lo que hacía divulgación literaria".
Ya han pasado seis años y todavía no ha terminado de sacudirse esa injusta sensación de 'impostora' en el mundo de las letras. Seis años de divulgación, con programas en la televisión autonómica, además de su canal de YouTube, y sigue como pidiendo perdón por estar ahí. Y ahí sigue. "Cuando acabó el programa de la tele, después de dos años, volví a YouTube y me mantuve hasta diciembre de 2020 con un vídeo por semana, pero luego tuve movidas en mi vida, lo dejé y ahora llevo un nuevo programa de tele".
De lo primero que leyó de niña fueron las tiras de Mafalda. No alcanzaba a entender la profundidad de sus viñetas, pero Quino conquistaba a todo el mundo con independencia de su edad. De aquello queda el poso de aquellas lecturas de la infancia y un peinado que recuerda a Mafalda pero como en una especie de versión llena de caracolillos. Irene leía las tiras en casa de su tía y con cinco años sus padres le regalaron Todo Mafalda, que era una recopilación de la obra del argentino. "Entonces me impuse la tradición de leerlo al menos una vez al año".
Después vinieron Celia, el personaje que dio vida a varias novelas de Elena Fortún, y los cómics de Zipi y Zape o Las tres mellizas que sacaba cada semana de la biblioteca de su pueblo. Una costumbre que ahora traslada a la biblioteca de la calle Hospital. Porque Irene hace cinco años que se mudó al Ensanche, lo que se conoce como el barrio de Cánovas, para vivir en uno de los pisos tan característicos de esta zona, con baldosines de colores en el suelo y techos altos con molduras de escayola. Su vivienda hace chaflán y la luz entra a chorro por el balcón en la habitación donde tiene varias estanterías con libros, un sofá junto a una mesa de centro, dos sillones y una mesa camilla con un brasero debajo.
Le cuesta mirar a los ojos, que huyen como los dos gatos miedosos que hay en casa y que no asoman el bigote en toda la entrevista. Pero no hace falta que caminen haciendo equilibrios por los dos sillones orejeros para adivinar la afición felina de Irene, que tiene las estanterías llenas de libros y de gatos de mil formas y colores.
A los diez años le cayó la primera novela 'de mayores'. Su madre le regaló, con dedicatoria incluida, La historia interminable, de Michael Ende. La pequeña Irene seguía leyendo, escribiendo su diario y todo lo que se le ocurría, y tocando sus instrumentos. Porque ella quería ser música. Después del instituto se puso enferma, la ingresaron en un hospital y durante tres meses tuvo tiempo de sobra para meditar que la música es un mundo muy exigente y que eso iba a acabar atormentando la vida de una mujer más exigente aún. "Ahí fue cuando me decanté por el periodismo, que no sé si fue una decisión muy inteligente, pero al final todo se coloca en el sitio".
El suyo, su sitio, es la divulgación de sus gustos literarios. Ya sea a través del canal de YouTube o de un programa en À Punt como el que está a punto de estrenar. El caso es leer y releer. Durante algún tiempo al ritmo de un libro por semana. Ahora lleva unos meses que no acierta con lo que elige y, encima, lamenta que desde que se dedica a los libros no se enfrasca en su lectura simplemente como un placer.
Irene dice lo de dedicarse a los libros y hace en el aire el gesto típico de las comillas. Otra vez sintiéndose de menos. "Sí, la verdad es que no sé por qué hago el gesto. Aún tengo cierto complejo. Yo siempre me he visto como una lectora muy apasionada con cierto talento para comunicar, que se le da bien contar lo que ha leído y empatizar con la gente, pero me cuesta afirmarme. Ahora estoy estudiando Filología a distancia en la UNED y de las asignaturas de literatura aprendo un montón: cualquier profesor o cualquier crítico literario de El País sabrá mucho más que yo. Aunque igual lo comunica peor".
Y explica que a veces siente vergüenza porque no ha leído ciertos títulos. Como El Quijote. "No me da ninguna pereza, de hecho estoy deseando leerlo, pero siempre se me acaban colando otras lecturas o me obsesiono con un autor y entonces cojo y me leo toda su obra. O simplemente no tengo tiempo".
En la cola no solo está El Quijote. Hay cinco estanterías de una librería con las lecturas pendientes. Los repasa para intentar recordar qué le empujó a comprarlos. Muchas veces solo le guio la intuición dentro de una librería. Aunque también se fía de las recomendaciones de otros. Pero no de muchos. Algunos que se han ganado su respeto en las redes sociales y dos o tres amigos, no más, que tienen un criterio parecido al suyo. A partir de ahí toca sacar el capote y sortear con elegancia a los amigos con menos conocimientos, o simplemente con un gusto distinto, que, conociendo su afición por la literatura, se empeñan en hacerle recomendaciones que ella, ya experimentada, desoye.
Y luego está cuando entra en bucle con un autor. Como le sucedió cuando se entregó a la lectura en exclusiva, durante siete meses, de Michel Houellebecq. "Acabé con la cabeza como un bombo porque es un tío depresivo, te quieres cortar las venas". O cuando se lanzó a por las tres únicas novelas de Jeffrey Eugenides.
Su libro, Cien años de soledad
La fascinación por los libros acarrea también un punto de sufrimiento, de desazón por todos aquellos libros no leídos. "Por eso me cuesta tanto elegir el siguiente que voy a tener y por eso compro tantos compulsivamente. Yo no me gasto dinero en otra cosa que no sea en libros. Si uno me llama la atención, me lo acabo comprando", apunta.
La divulgación también trae la satisfacción de inducir a la gente a la lectura de autores menos populares, como Sara Mesa. O su fijación por recomendar a todo el mundo El camino del artista, de Julia Cameron, uno de los libros que está sobre la mesita al lado del sofá.
Está como podía no estar. No se atisba rastro de nada impostado en una casa abierta de par en par a un periodista y un fotógrafo curiosos. Cables por el suelo, una manta sobre el sofá y ella caminando con unas pantuflas con ositos en el empeine.
Tampoco habla midiendo las palabras. Salen de su boca con esa voz cantarina y perfecta que nunca duda ni se engancha. Se nota que adora hablar de libros. De libros que te hacen llorar, como Gente normal, de Sally Rooney. O reír a carcajadas, como Los asquerosos, de Santiago Lorenzo -"es hilarante", añade-. Y hasta sentir pánico. "Miedo nunca he sentido leyendo. De pequeña había unos libros de pesadillas, una colección de un estadounidense que escribió cien o doscientos libros de miedo para niños. A algunos de esos libros les hicieron en la portada una especie de relieve fluorescente que brillaba en la oscuridad. Yo los leía y no me daban miedo, pero todas las noches los tenía que sacar, no solo fuera de mi habitación, sino fuera de mi casa, una casa de pueblo de tres plantas, para poder dormir tranquila".
Y luego está Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, que podría ser su libro. El libro. "Creo que no se puede escribir algo tan bonito. Siempre que leo esa novela es como... ya está, qué más se puede escribir".
Lo admira como lectora y como escritora, para humillarse en la comparación. "Lo lees y eres consciente de que nunca vas a poder escribir algo así". Ya ha perdido la cuenta de las veces que lo ha releído, las veces que no ha podido evitar emprender de nuevo el camino de vuelta a Macondo.
La Irene Rodrigo escritora también tiene sus miedos. Al principio, de niña, escribía por el puro placer de expresar sus sentimientos. Hasta que ganó un reconocimiento comarcal dentro del Premi Sambori. "Ahí todo se empezó a torcer", revela. Porque ese galardón hizo que, desde entonces, siempre escribiera con ciertas expectativas.
Cuando cayó en sus manos El camino del artista notó un cambio y se propuso volver a escribir como la niña de Puçol. "Escribir sin ninguna pretensión ni la necesidad de que te adularan sino simplemente por placer; poco a poco he ido recuperando eso".
Hace un año acabó su primera novela. La presentó a un concurso, luego probó con alguna editorial y ahora no sabe muy bien qué hacer con ella. No comparte el título, pero explica de qué va: "Había dos temas que quería tratar, que llevaba años dándole vueltas y lo acabas volcando en lo que haces. Los grandes temas de la historia son la creatividad y la maternidad, y cómo se interrelacionan. Es una historia muy normal de una chica joven que desea ser madre y cosas que le pasan. No es una novela con mucho argumento: es más de explorar la psicología del personaje".
El autor de Fuente Librilla retrata con humor la vuelta de un treintañero bigotudo y escuálido a su pueblo en el interior de la Región de Murcia