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La belleza de las mezquitas y palacios de la capital del antiguo Imperio Persa deslumbra al viajero despojado de prejuicios
VALÈNCIA.- Isfahan es la imagen de Irán por excelencia y su principal polo turístico junto a la ciudad de Shiraz. La antigua capital del Imperio Persa aún conserva intacto en sus palacios, mezquitas y jardines todo el esplendor que la actual república islámica alcanzó bajo el gobierno de la dinastía safávida entre los siglos XVI y XVII. La esencia del considerado como uno de los principales centros arquitectónicos del mundo islámico se concentra en la inmensa plaza de Naqsh-e Jahan, rodeada de auténticas joyas como la mezquita Masjed-e Shah, obra maestra del arte persa que sobrecoge por su inmensa cúpula y sus magistrales mosaicos de azulejo. Pero este inmenso espacio de más de medio kilómetro de largo declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979 es sobre todo una metáfora perfecta del abrazo al resto del mundo de un pueblo extraordinariamente acogedor y hospitalario.
Pasear entre los impecables jardines que rodean al estanque central de la plaza Naqsh-e Jahan en un día soleado resulta enormemente placentero. La tranquilidad que se respira contrasta con el bullicio reinante en el bazar desplegado tras el monumental pórtico de Qeyssariyeh o con el trasiego en los talleres artesanales y comercios abiertos bajo el pórtico que marca los límites de la plaza. Grupos de niños corren tras el balón y juguetean en el agua mientras parejas de jóvenes se hacen selfies ante las centelleantes cúpulas de azulejo azul profundo. Familias enteras despliegan sus mantas sobre la hierba para preparar el pícnic mientras la luz dorada del atardecer inunda el espacio. La estampa se repite día tras día como un ritual para evidenciar que la cotidianidad del pueblo persa nada tiene que ver con los prejuicios que aún disuaden a algunos viajeros de conocer uno de los rincones más especiales de Oriente Medio.
El sentimiento al entrar por primera vez en este espacio es indeleble. Aunque en cada costado de la plaza se alzan joyas arquitectónicas de singular belleza, la atención casi siempre se dirige primero hacia la majestuosa mezquita Masjed-e Shah —o mezquita del Emam—, en el lado sur. Antes de cruzar su entrada, resulta imposible no mirar hacia arriba y maravillarse con el juego de formas geométricas y color que estalla ante los ojos del visitante. Además de las decoraciones de inscripciones caligráficas y mosaico que cubren las paredes y los cuatro iwanes alrededor del patio central destaca la inmensa cúpula decorada con miles de azulejos policromados.
La elegancia de la mezquita de Masjed-e Sheikh Lotfollah, en el costado este, se concentra en unas dimensiones más contenidas. Incluida también en el catálogo de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, la delicada belleza de la que en su momento fue la mezquita privada del Shah la sitúa como uno de los templos más bonitos de Irán. El mejor lugar para admirar al atardecer su hermosa cúpula decorada con azulejos celeste y crema es la terraza del Palacio de Ali Qapu, situado justo en el lado opuesto de la plaza. El edificio de seis plantas construido como residencia para el Shah Abbas I fue en su día la puerta de acceso a la monumental plaza y, por tanto, la mejor atalaya desde la que asomarse a ella. Al norte, el pórtico de Qeyssariyeh marca la frontera con el bazar de Isfahan, un laberinto de estrechos pasillos, claroscuros y aroma de especias que se extiende a lo largo de dos kilómetros en contraste con el espacio abierto y luminoso que queda atrás en la plaza.
La mayor mezquita de Irán
A un corto paseo desde el bazar, del que resulta particularmente interesante explorar el cuadrante dedicado al comercio de oro, se encuentra la Jame Mosque —o Mezquita del Viernes—, la más grande de la República de Irán. Este templo es anterior a los construidos alrededor de la plaza de Naqsh-e Jahan y sirvió como inspiración para varias mezquitas levantadas con posterioridad en esta parte de Asia. Las innovaciones arquitectónicas que se introdujeron durante su construcción en el siglo IX la hicieron merecedora de la declaración de Patrimonio de la Humanidad en 2012. Además de la decoración geométrica con cerámicas de colores en los cuatro iwanes que rodean el patio central o sus veinte mil metros cuadrados de extensión, el complejo destaca por albergar, junto al iwan oeste, un impresionante mihrab de estuco esculpido en el siglo XIV con inscripciones coránicas y decoraciones florales.
Antes de alejarse de la gran plaza de Isfahan es recomendable visitar otra de las gemas arquitectónicas de la capital cultural persa: el palacio de Chehel Sotun, también conocido como de las cuarenta columnas. La particularidad de este recinto construido por el Sha Abbas II a mediados del siglo XVII es el particular juego de reflejos que se produce entre las columnas de madera del pabellón principal y el estanque que se extiende todo lo largo de su fachada principal.
El barrio armenio, conocido como Jolfa, al sur del río Zayandeh, es otro gran foco de interés en Isfahan. Para llegar hasta allí se aconseja cruzar por los monumentales puentes de Khaju o Si-o-se Pol (puente de los treinta y tres arcos), dos auténticas obras de arte. El epicentro del vecindario armenio es la catedral de Vank, de exterior adusto pero con una interesante decoración interior de frescos que representan escenas bíblicas con una crudeza inusual. Pero lo que ha convertido a Jolfa en el barrio de moda es una oferta de ocio perfecta para redondear cualquier jornada en la perla de la antigua Persia.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 37 (XI/17) de la revista Plaza
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