VALÈNCIA. Juan Diego Botto estrena la semana que viene En los márgenes, su primer largometraje. Un collage de historias de personas vulnerables que radiografían un espacio de perpetua crisis: la vivienda, la precariedad o la soledad son algunos de los ingredientes de un cóctel a punto de explotar. 24 horas sirven para entender algunos de los mucho caminos que expulsan a las clases populares a los márgenes.
Botto presentó la película en València y respondió algunas preguntas para Culturplaza.
- Para la creación de la película habéis hecho lo que llamáis un “proceso de observación” para conocer de cerca la realidad de las vulnerabilidades que mostráis en la película. ¿Ese proceso de observación ha llevado, por la crudeza de las historias, a un proceso de implicación en estas redes de cuidado, más allá de lo creativo?
- Cuando pasas tanto tiempo es necesario empatizar, es casi imposible no hacerlo. Al final, entender significa ponerte en el lugar del otro. Son muchos los lugares donde nos teníamos que poner para hacer esta película, muchos puntos de vista. Lo hemos intentado hacer así, por eso es imposible no empatizar.
En esa lugar donde no llegan los servicios sociales, ni el Estado, y solo está la absoluta precariedad, la vida se sostiene únicamente por la solidaridad. Si no, todo sería un desastre.
- Preguntaba sobre todo por vuestra propia experiencia. ¿El proceso de observación se ha convertido en una implicación sostenida?
- Bueno, eso es una decisión personal, tanto permanecer o alejarnos. Neil deGrasse contaba que hay partículas subatómicas que son susceptibles a los fotones, que el mero hecho de observarlas las pueden modificar. No sé si nuestra presencia ha modificado a las personas que estábamos observando, pero nosotros sí hemos sido modificados por las personas que observábamos. Como si las partículas a observar hubieran modificado esa luz que queríamos arrojar.
- En este sentido, el hijastro de Rafa es el personaje que más se parece a lo queréis hacer con el espectador. Observa la vida, y va desarmando su cinismo.
- Sí, y los prejuicios que cada uno pueda tener. Que yo tenía antes de acercarme a estas historias, que todos y todas tenemos, de manera más o menos consciente. El propio conocimiento de los hechos te despoja de los prejuicios, por eso la mirada de Raúl será la más cercana a la del espectador. Empieza no creyendo el mundo de su padrastro porque él no está en el suyo, pero cuando va descubriendo las historias que hay detrás y todos lo hechos que le impiden estar presente, se va transformando.
- En la medida en la que todas las historias son incluyen muchos factores sobre la vulnerabilidad y la película aborda tres historias diferentes, se abre un abanico muy amplio de este tipo de exclusiones. ¿Querías abarcar todos los caminos que llevan a los márgenes o hubo un momento del guion en el que decidisteis decir basta?
- La primera versión del guion tenía nueve historias. Pero nos dimos cuenta de que era imposible. Estaba todo, pero al final en ninguna de las historias podías empatizar o profundizar; solo había tiempo de pasar de una cosa a la otra. El problema de tener mucha información es que quieres contarla toda. Hay que decidir qué quieres obviar, qué quieres dejar finalmente… Al final nos quedaron estas tres historias y sus adyacentes. Y lo importante al final es que las tres avanzaran acompasadas. Y un hilo que las uniera a todas: las crisis económicas acaban afectando las relaciones personales. También que sean las mujeres las que dan un paso al frente, y que se preguntaran qué hacen las diferentes masculinidades.
- Destacas en las entrevistas el papel de Olga Rodríguez como co-guionista, con su visión periodística. ¿Cuál es tu visión entonces, qué matiz aportas tú?
- Nos complementamos muy bien, la verdad. No en vano, nos conocemos desde hace 18 años y compartimos un hijo juntos. Mi parte es fabular lo que no se ve, con lo que se dice una pareja cuando discute, pensar qué le dirías a tu hijo cuando no estás. Esa es mi aportación.
- Es una historia muy política sin necesidad de mostrar nada de lo que mediáticamente se entiende ahora como política. Poner el foco en un lugar es quitarlo de otro, y parece que queráis recordar que con votar no es suficiente, que ahí están las asambleas y las redes de cuidado.
- Sí, incluso en la forma de rodar, hay pequeños guiños a lo que queremos hablar y lo que no queremos ni escuchar. Nunca escuchamos a la banca, cuando el personaje de Azucena con el director del banco o con la inmobiliaria, nosotros nos quedamos fuera. En parte porque a la hora de escribirlo sería maniqueo, y en parte porque lo que sucede todos los días es que escuchamos esos argumentos. En los informativos solo aparecen señores con corbatas dando su opinión, pero nunca escuchamos las consecuencias de las decisiones de esta gente; y de esto va la película. Federico García Lorca decía que debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre, y tenía razón: debajo de los números hay personas y hay historias, nosotros queríamos hablar de eso precisamente.
- Los administrativos y trabajadoras sociales aparecen pero no son los malos de la película. ¿Los salvas para dar a entender que el problema es sistémico y que su grado de empatía no es suficiente?
- Claro, es importante hablar de lo estructural como una especie de rueda que aprisiona y machaca a todo el que se ponga por delante. Los trabajadores sociales no son malas personas, hacen lo que pueden, pero están tan saturadas y tan faltos de recursos, que en la Seguridad Social no pueden hacer mucho más que atenderte un par de minutos. Y tendemos a encararnos con ellos, pero no es su responsabilidad.
La secuencia del baño, donde Rafa y Helena conversan, está sacado de una entrevista que le hizo Olga a una trabajadora social donde esta decía “esto es una guerra sin balas, y nosotros atendemos a las víctimas. No tenemos más que tiritas para dar”. Eso me llamó mucho la atención: si no tienen casas para dar, no tienen dinero o comida para dar, ¿qué hacen? Y no es que no quieran.
- La película se posiciona en muchos debates, pero hay una subtrama algo más compleja: el tiempo de Rafa, que por dedicar su vida a los demás, se olvida de sus más cercanos.
- Nada será igual en su gestión del tiempo después de ese día. Hay tres personajes masculinos en la película que tienen una suerte de dificultar para lidiar con su propio afecto. Todos los personajes femeninos de la película son madres, y todos los hombres tienen un problema para lidiar con lo que las mujeres no lo tienen: salvaguardar el fuego del afecto. Lo que le pasa a Rafa es algo que cualquier que ha convivido con un activista ha visto una y otra vez, una especie de síndrome de Che Guevara, que quiere cambiar el mundo pero se deja a su familia por el camino. Y tiene que haber otra manera.
- ¿Qué dice de nuestra industria que a esta película le haya costado tanto salir adelante en el proceso de financiación?
- Bueno, como no quiero levantar polvareda, simplemente voy a subrayar el hecho de que esta película salga en este año en el que el cine español ha competido y brillado en San Sebastián, en Cannes, en Berlín, en Venecia… No ha habido un gran festival sin presencia de cine español. Podemos hablar de que nuestra industria vive un momento muy singular, donde algo habremos hecho bien. A mí me ha costado muchos años, muchos años, sacar una historia sobre desahucios adelante.
Y una de las cosas que demuestra lo extraordinario de este año es que la política de cuotas funciona. Necesitábamos historias de mujeres. Ha habido mucha controversia con las cuotas y con incentivar estos proyectos, pero la evidencia demuestra que funcionan. Estamos todos maravillados de que por fin estén aquí, eso es algo también a celebrar.