el legado del escritor, en peligro

La agitada vida de los restos de Blasco Ibáñez reserva un capítulo para Ribó

23/12/2018 - 

VALÈNCIA. El alcalde de València, Joan Ribó, sabe que tiene una semana para solventar un entuerto que se remonta a 1928 y que aún hoy, 90 años después, sigue sin resolverse. En estos siete días debe pacificar las relaciones del Ayuntamiento con la Fundación Blasco Ibáñez para evitar que el legado del escritor acabe en la Biblioteca Nacional o el Archivo Nacional, solucionar el conflicto burocrático que ha impedido a estas alturas del año habilitar un espacio en el cementerio de València para exhibir el sarcófago de Benlliure dedicado al novelista y favorecer e impulsar las negociaciones para que los restos de Blasco Ibáñez descansen en el panteón familiar. Un tour de force que afronta con su inveterado optimismo. “Se resolverá y se resolverá bien”, aseguraba este lunes, poco después de inaugurar el Parque Central. “Estoy seguro de que se solucionará”, repetía 24 horas después en el salón de Cristal del Ayuntamiento.

Desde que murió el 28 de enero de 1928 en la localidad francesa de Menton, los restos del novelista valenciano han padecido un agitado ir y venir que ha incluido traslados internacionales, recepciones multitudinarias, y muchos conflictos tanto burocráticos como familiares. Su imagen, yaciente en su lecho de muerte, conmocionó a la sociedad española de los años 20 hasta el punto de ser portada a nivel nacional de diarios tan influyentes como ABC. Precisamente en este diario, en su tercera, escribía un conmovedor obituario el pintor bilbaíno Álvaro Alcalá Galiano. “Decir que con él perdemos a un gran novelista no es bastante. En realidad, hemos perdido a un español representativo, cuya obra literaria ha hecho llegar el nombre de España, en una aureola de admiración, hasta las más lejanas regiones de la tierra”. Ocho años después Alcalá Galiano, de origen nobiliario, quien tan elogiosas palabras vertió sobre el republicano Blasco Ibáñez, sería fusilado por el bando republicano en Paracuellos del Jarama.

Pese a su corta alcaldía, apenas nueve meses que fueron de octubre de 1931 a junio de 1932, fue otro alcalde de València, Vicente Alfaro, quien logró que los restos de Blasco Ibáñez regresaran a España desde Francia. La llegada del féretro del novelista constituyó un acontecimiento de primer orden que congregó a decenas de miles de valencianos, puede que centenares, se habla de 300.000 personas, en una manifestación de dolor público incomparable. Así lo atestigua el archivo de la Diputación de València, disponible en la red. Aquel 29 de octubre de 1933, cuando el cuerpo de Blasco Ibáñez llegó a València no fue Alfaro quien presidió el acto, sino el nuevo alcalde, Vicente Lambies Grancha, junto al entonces presidente de la República Española, Niceto Alcalá Zamora, el presidente del Gobierno, Manuel Azaña, y el presidente de la Generalitat de Catalunya, Francesc Macià, entre otras autoridades. Alfaro, el ideólogo y promotor de toda aquella ceremonia, que recorrió las calles de València, probablemente ni acudió. Entre los que sí que estuvieron presentes se hallaba un adolescente, 17 años recién cumplidos, llamado José Luis León Roca. Con apenas dos libros de él leídos, Cañas y Barro y Flor de mayo, asistió a la comitiva y aquello le impresionó tanto que acabó convirtiéndose, con el tiempo, en el estudioso de cabecera del escritor durante décadas.

Tras exhibir durante unos días el féretro con los restos de Blasco Ibáñez en la Lonja de València, el Ayuntamiento de València inició los trabajos para realizar un mausoleo a la altura de la relevancia del escritor, político y periodista, una estrella internacional admirada en Hollywood. Como primera medida se depositó el féretro en el Cementerio de València, exhibiéndolo en el hall. Para diseñar el mausoleo se acudió a otra figura destacada de la València del siglo XX, el arquitecto Javier Goerlich, a quien le correspondió crear un panteón que debía estar coronado por el sarcófago de Benlliure. De todo aquel proyecto no se hizo más que el sarcófago, el cual ha estado los últimos años viajando del Museo de Bellas Artes de València al Centre del Carme. En la actualidad se exhibe en el Museo de Bellas Artes, en un patio interior, protegido por un cristal. Como si fuera una maldición, todo lo relacionado con el eterno descanso del escritor ha tenido una vida convulsa.

Del mausoleo no quedan más que planos y maquetas. En 1938, ante el cariz que estaba adquiriendo la Guerra Civil y conscientes de que los restos del novelista corrían peligro tal y como estaban exhibidos, la familia decidió enterrar el féretro en el nicho en el que se encuentra actualmente, con una discreta lápida en la que sólo se puede leer el nombre y las fechas de nacimiento y muerte. Podría ser cualquiera. A esta lápida se le añadiría posteriormente una cita del escritor. Años más tarde, en pleno franquismo, y ya con la figura de Blasco aceptada a regañadientes por la dictadura, la familia sufragaría de su propio capital un panteón, que es el que se encuentra próximo al nicho del escritor. 

Por un conflicto familiar este panteón sigue vacío y, hasta la fecha, ningún alcalde o alcaldesa ha conseguido que se acerquen posturas para que el novelista descanse en él. Por si fuera poco, cuando se instaló el panteón estaba solo, aislado, lo que le daba una cierta preminencia. Pese a las peticiones de los descendientes de Blasco, los diferentes ayuntamientos autorizaron la construcción de más panteones y ahora se encuentra rodeado de otros mausoleos, con lo que pasa desapercibido.

Cada 28 enero, con motivo del aniversario, de la muerte, se celebran actos de homenaje al escritor junto a su tumba. Este año comenzaron a mediodía con la colocación de una corona de laurel en un acto al que acudieron diferentes autoridades. En ellos suele tener un protagonismo destacado el Ayuntamiento de València. Ha sido posiblemente el alcalde de València quien más ha hecho por mantener vivo el recuerdo del político y escritor valenciano, hasta el punto de aludir a él siempre que puede. “Mira”, comentaba este lunes señalando la nave del Parque Central que se dedicará a la Universidad Popular; “eso también se lo debemos a él”, añadía. Un afecto que desde la Fundación Blasco Ibáñez reconocen y aprecian. A diferencia de instituciones como la Diputación de València, desde donde se llegó a decirles a los miembros de la Fundación que “Blasco está amortizado”, el alcalde Ribó ha hecho cuanto ha podido en su mano por poner en valor al autor de La Barraca.

Ejemplo de ello se cita el nombramiento de Emilio Sales como director de la Casa Museo Blasco Ibáñez. Su elección fue muy celebrada en el entorno de la Fundación por considerarlo una “muy buena” decisión, ya que suponía situar al frente de la institución a un especialista reconocido y con ideas nuevas. Sin embargo, la ausencia de un presupuesto holgado y la escasa colaboración de otras instituciones, ha hecho de la Casa Museo poco menos que un oasis en un desierto árido. El propio Sales, durante la presentación de la reedición de Flor de mayo, reclamó al resto de Administraciones valencianas “el mismo grado de compromiso” que el mostrado por el Ayuntamiento de València. “Esto sería el mejor homenaje que le podríamos hacer”, reivindicó entonces.

Dentro de esa voluntad de ensalzar a Blasco, el alcalde promovió el traslado del sarcófago de Benlliure al Cementerio de València. Su intención era que se exhibiera en la entrada del mismo, en un espacio habilitado para ello. Ribó, dicen, es conocedor de que ha habido una primera aproximación entre los descendientes que facilitaría el traslado de los restos de Blasco del nicho al panteón. En ese contexto, la exhibición del sarcófago contribuiría a potenciar al escritor como un icono cultural de la ciudad, del mismo modo que otras ciudades europeas, como por ejemplo Dublín que hace gala de la huella de James Joyce. Pero un conflicto burocrático de competencias entre las Concejalías de Cultura y Cementerios ha hecho que no se haya concretado quien debe abonar el presupuesto de una obra que, aseguran, tendría un coste inferior a 1.000 euros. Y el sarcófago sigue exhibido en el Museo de Bellas Artes de València, fuera de contexto.

A esto se une el conflicto por el depósito del legado. En 2012 la Fundación, tras desestimar las ofertas de instituciones estadounidenses, aceptó una propuesta de una entidad madrileña para depositar allí el legado. Un acuerdo provisional, que vence este año según la Fundación, evitó esa marcha. En estos seis años no se han concretado ninguna de sus peticiones, algunas tan “básicas” como la digitalización de los fondos. La ausencia de fondos económicos y el escaso apoyo presupuestario por parte de la Generalitat y la Diputación son, aseguran, lastres demasiados grandes como para soslayarlos. Ante la ausencia de compromisos firmes por parte de las instituciones valencianas, los miembros de la Fundación, pensando en el futuro, “en que la figura de Blasco no se olvide”, apuestan por irse de València.

Ribó tiene siete días, fiestas mediante, para salvar estos tres frentes abiertos. Esta semana se le ha visto tranquilo y, aunque desde principios de ella es consciente de que la amenaza del adiós pende sobre el legado de la Fundación, todavía no ha movido ficha. Frente a su tranquilidad, en el entorno de la Fundación cunde el desánimo. No han recibido respuesta. Y en esas condiciones tienen la decisión tomada. “Con el fin de 2018 se desvanece una esperanza”, aseguran. Los patronos de la Fundación argumentan “hartazgo y cansancio” ante lo que consideran que es una falta de voluntad “real” para poner en valor al autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis. “Como ya ocurre con su íntimo amigo Joaquín Sorolla, en el futuro lamentaremos la pérdida de su legado y clamaremos por su regreso”, vaticinan.

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