Hablamos de volúmenes, estructura, armonía, altura o aristas. Quien no conociese el contexto en el que se desarrolla la conversación podría pensar que disertamos sobre un edificio o incluso una escultura. Pero aquí el resultado se come, lo que no le resta ni un ápice de mérito. Solo hay que asomarse al escaparate para ver de lo que es capaz Laura Félix, una joven arquitecta que empezó haciendo tartas junto a su hermana como entretenimiento hace seis años sin sospechar que aquello se convertiría en su vida y también en su pasión. Hace un año abrió un pequeño obrador y un coqueto salón con tres mesas junto al mercado de Abastos que le sirve también de escaparate para esas obras de arte hechas de azúcar, huevo, harina y levadura con las que deja boquiabierto al personal.
"Wala! es una expresión que utilizaba mi hermana de pequeña cuando le gustaba mucho algo. Cuando empezamos a ver que esto iba en serio, decidimos ponerle ese nombre a la marca", afirma. Wala es el proyecto de Laura y Roseta Félix. Una estudiaba Arquitectura, la otra Óptica. A las dos les gustaba la cocina. Roseta terminó por dedicarse profesionalmente a la hostelería (hoy está al frente de los fogones de Fraula junto a Daniel Malavia), Laura trabajó en un despacho de arquitectos, pero la coyuntura económica de entonces no era propicia y aquellas primeras tartas que ambas elaboraban solo para los amigos derivaron en algo más serio. Roseta cocinaba y Laura modelaba las figuras. Dice entre risas que las primeras que hizo (unos monos) le salieron fatal, pero uno no puedo evitar dudarlo viendo las virguerías que hace con el azúcar. "El proyecto fue creciendo solo. De repente, de solo hacer tartas apara amigos, un día empezaron a llamarme desconocidos y decidimos lanzarnos a la piscina", añade.