EL CABECICUBO

La deprimente trayectoria de dos estadounidenses que se pelearon por un pie amputado

En la década pasada dos estadounidenses se disputaron la custodia de un pie amputado. Uno, porque era su pierna, otro, porque lo había comprado en una subasta de trastos viejos donde el primero la olvidó. Un documental, ‘Finders Keepers’ cuenta la historia completa, del origen a su hilarante y deprimente desenlace

13/02/2016 - 

VALENCIA. Mucho critica parte de la juventud actual, que ha crecido en el confort y con una oferta cultural nunca vista en España ni en el mundo, la canción de Alaska y Pegamoides que decía “Quiero ser un bote de colón para salir en televisión”; una letra que adelantaba con un excepcional sentido profético el sentido de la existencia en el siglo XXI: salir en televisión. Si no eres famoso, si no sales en la tele, como trató de explicar el director de cine italiano Matteo Garrone en ‘Reality’, no existes. 

Del espíritu del siglo da buena cuenta el documental ‘Finders Keepers’ de Bryan Carberry y J. Clay Tweel en 2015. Se trata de un análisis de una de las noticias virales más llamativas de la década pasada, que hubo dos muy importantes, la del Hombre árbol, que murió recientemente,  y la que nos ocupa hoy, que pasaremos a explicar. 

En 2004 John Wood tuvo un accidente de avión en el que murió su padre. Tenían un avión en casa, cosas de ricos. En el impacto, perdió la pierna. Pero en el hospital, dijo que la quería conservar, que era suya. Y, no se sabe siguiendo qué criterios –misterios de la Sanidad privada americana- se la dieron en una bolsa de plástico. John la metió en el congelador de la cocina. 

Como se conoce que luego no le cabían los guisantes, le llevó la pierna a una amiga que trabajaba en un supermercado para que la escondiera en uno de sus grandes refrigeradores. El encargado les pilló y entonces John llegó a la conclusión de que lo mejor era momificar la pierna. La subió a un árbol y durante seis meses dejó que la diera el sol, que se tostara. La cosa negra con pelos que se le quedó, la introdujo en una barbacoa que tenía por casa y se olvidó. No en vano, John estaba atravesando por esas fechas una de sus mayores crisis de adicción a la cocaína y al alcohol de toda su vida. 

Luego se mudó de ciudad y se olvidó de que tenía el pie metido dentro de una barbacoa entre sus cosas, las cuales fueron todas a parar a un almacén. Pagó el alquiler del local durante el primer mes, luego lo hizo su madre, se conoce que sus vicios fueron a más, y la santa varona, harta, dejó de abonar el importe. El dueño del local subastó sus cosas y Shannon, el otro protagonista, un vendedor de segunda mano, pujó por la parrilla y se la llevó. 

Así estuvo todo en orden hasta que este comprador abrió la tapa de la barbacoa y se encontró con que dentro había un pie humano. Muy cabal, llamó a la policía, que se llevó eso de ahí a un sitio más apropiado, una funeraria, después de averiguar que era la pierna de John, que la había descuidado ahí, entre sus trastos viejos. Sin embargo, como los medios pusieron gran atención en ésta, tan simpática historia, a Shannon el protagonismo le supo a poco si al final se quedaba sin pierna, porque volvía a manos de John.  

Así que empezó por todos los medios a darle celebridad al pie. Se hizo llamar desde entonces “Hombre pie”, imprimió camisetas, hizo gorras y abrió una web. Todo sobre el pie que se había encontrado. Quería pasar a la historia como la leyenda del tío que se encontró un pie. A tope. Y anunció que pronto podría exhibirlo en el garaje de su casa por 3 dólares el vistazo. Pero antes tenía que recuperarlo, puesto que la policía se la había devuelto a su antiguo propietario biológico, como decimos. 

Pero había algo que Shannon esgrimía como si fuesen las Tablas de la Ley de Moises: el ticket. El puto ticket. Tenía el recibo de la compra y según las sacrosantas leyes que fundaron la nación americana y la nueva civilización ante eso no podía oponerse nada en este mundo. Esa pierna amputada era suya. Había pagado por ella. Era un trato. Un acuerdo comercial.

John y Shannon

Antes de continuar con los cauces que siguieron las disputas por la propiedad de la extremidad momificada, el documental se molesta en mostrarnos las vidas de los dos protagonistas. John era un niño rico, con pista de patinaje y circuito de karts en casa. Nunca pudo ser como su padre de perfecto, dice su familia, le expulsaron del ejército por drogadicto y así se quedó, antes y después de perder la pierna. 

Lo de Shannon era más crudo. Sufrió palizas desde niño y su único sueño, inspirado por los LPs de chistes que escuchaba de niño, era ser famoso y salir en televisión haciendo reír a los demás. Se dedicaba a la venta de mercancías variopintas de segunda mano tras arruinarse y empezar de cero varias veces. Ese pie que apareció un día entre la montaña de trastos que había comprado era la señal: era su oportunidad. 

Y la manera de aprovecharla fue ponerse a insultar en los medios a John por no enviarle de vuelta la pierna que iba a hacerle rico. Dijo que su padre se estrelló en el avión por inútil. Todo lo más hiriente posible, mientras el bueno de John, en una etapa de cocainomanía negra, sin un diente, salía en los medios a replicar como buenamente podía que no iba a volver a desprenderse de su pie. 

No adelantaremos más. Tienen momentos de vergüenza ajena a tutiplén en todo el metraje, que como siempre decimos es la salsilla de televisión moderna, aunque venga en cofre de documental. El interés en este caso reside en la constatación de que los hermanos Coen podrían haber intentado escribir esta historia y lo mismo no les habría quedado tan escalofriante. 

Porque a través de un suceso estrambótico, la pérdida del propio pie amputado, el reportaje sabe mostrar una América realmente podrida, como el pie socarrado en cuestión. Pobreza y ambición, hombres machistas triunfadores que vuelven locos a sus hijos. Pobres niños ricos irresponsables y drogadictos. Programas de televisión lanzándose como moscas a la mierda sin ningún tipo de escrúpulo. Y muchos, muchos sueños rotos. Con menos se han escrito culebrones legendarios y películas premiadas en Cannes y Venecia. Chapeau por tanto ‘Finders Keepers’.