VALENCIA.—Seguro que han oído hablar del recurso de guión conocido como ‘Tensión Sexual No Resuelta’ (o ‘TSNR’). En multitud de series y películas hemos visto a personajes opuestos que se pasan el día discutiendo, hasta que un día las chispas estallan transformadas en un tórrido revolcón. Los espectadores conocemos desde tiempos inmemoriales ese tira y afloja que esconde en realidad una fuerte atracción. Fueron aquellas películas de Howard Hawks, como La fiera de mi niña o Luna Nueva, los casos iniciales más populares. ¿Se llevan a matar? Está claro: acabarán juntos.
En el cine el recurso se ajusta a la perfección a la duración de hora y media. La tensión sexual se resuelve en el clímax, y justo después se acaba la película, con los personajes juntos o por separado. Véase cualquier comedia romántica al uso. Al trasladar la ‘TSNR’ al formato serie, la mecánica se complica. Tanto que para los guionistas se convierte en una auténtica pesadilla.
Lea Plaza al completo en su dispositivo iOS o Android con nuestra app
Luz de luna, la comedia dramática emitida por la ABC entre 1985 y 1989, tuvo bastante culpa del entuerto. En la serie, al resolver la trama sentimental, les cayó el sambenito de ser los responsables, a partir de entonces, de la llamada «maldición de Luz de Luna».
Protagonizada por un jovencísimo Bruce Willis como David Addison y por la popular actriz de cine Cybill Shepherd como Maddie Hayes, la serie giraba alrededor de una agencia de detectives donde resolvían diferentes casos mientras discutían sin parar, con una velocidad e ingenio en los diálogos dignos del mejor Aaron Sorkin. Hayes y Addison eran jefa y empleado, algo que se vendió en aquella época como un avance en cuanto a igualdad de género por exhibir a una mujer más poderosa que su compañero masculino.
Maddie era una detective elegante, metódica, racional y bastante mandona. La Ángela Merkel en versión Hollywood. Y él era un desastre, le gustaba la improvisación pero, pese a todo, resultaba encantador. En el paralelismo sería el Mariano Rajoy, si no fuera tan sumiso y si dejamos fuera también lo de encantador, ustedes ya me entienden. Hayes y Addison eran dos titanes, King Kong contra Godzilla. Sólo podían arreglar sus diferencias de dos maneras: montando una crisis diplomática o unificando ambos países. Los espectadores, ante semejante volcán en erupción, esperamos ansiosos durante tres temporadas el «y comieron perdices» que tan bien conocemos gracias a nuestra cultura audiovisual inevitable.
Se abrió el champán y se acabó la espuma
Hasta que ocurrió. Fue en el final de la tercera temporada. El público sacó el champán de la nevera para celebrarlo, pasó una noche inolvidable, y el asunto se quedó ahí hasta que comenzó la siguiente temporada, momento en el que los problemas se multiplicaron. En primer lugar, los diálogos afilados perdieron chispa, y a la TSNR se le había terminado la espuma. En consecuencia los espectadores en décimas de segundo perdieron el interés y las audiencias se desplomaron.
Pero no fue el único problema. Los dos protagonistas, que se llevaban a matar detrás de cámara, ya no podían dedicarse en cuerpo y alma a la serie como antes. Willis se había vuelto tan popular que tenía la agenda repleta de compromisos para el cine como La Jungla de Cristal; y Shepherd había tenido gemelos, con la complicación que eso conlleva.
Con la intención de alargar la gallina de los huevos de oro, los guionistas abrieron las tramas. La simpática señorita Topisto, secretaria de la agencia, adquirió más peso junto con el nuevo detective llamado Herb Viola, interpretado por Curtis Armstrong. El nuevo dúo heredaba de esta forma la nueva ‘Tensión Sexual No Resuelta’ de la serie, y sobre todo, liberaba a los protagonistas de parte de la carga de trabajo en pantalla, ya que antes tenían que estar presentes en todas las escenas.
El experimento no funcionó. La serie cerró sus puertas tras la quinta temporada y, desde entonces, los guionistas le tienen pavor al clímax de las relaciones sentimentales en las series de televisión. Conclusión: cuando resuelves una ‘TSNR’, ojo, porque te quedas sin explosivos. A no ser, como hemos aprendido después gracias a otros títulos como Bones o Castle, que uno mantenga la lucha encarnizada entre la pareja al estilo La guerra de los Rose aunque hayan consumado su relación.
Ruptura de la cuarta pared
Creada por Glenn Gordon Caron, productor a su vez de Remington Steele, la serie dejó una profunda huella entre los espectadores de medio mundo. En cuanto sonaba aquella sintonía de Al Jarreau, Luz de Luna, con la bella Maddie y el pícaro David, nos provocaba automáticamente una sonrisa.
No hay que olvidar otros elementos innovadores que la convirtieron en pieza única. Antes de Frank Underwood, David y Maddie se adelantaron al temible político de Netflix al romper constantemente la cuarta pared y dirigirse directamente a la audiencia. No sólo reflexionaban con los espectadores sobre las peculiaridades de la trama, sino que hacían metarreferencias sobre la propia serie, sus guionistas, incluso la propia cadena ABC.
Fue un elemento tan singular que precisamente se utilizó para cerrar la serie para siempre. En el último capítulo entró en escena un ejecutivo de la ABC para anunciarles que la serie había sido cancelada, mientras veíamos de fondo cómo recogían el decorado.
En la Comunitat Valenciana esta escena cobra doble sentido. Ahora la veríamos con una mirada todavía más melancólica, al ser la versión idealizada, aunque igual de triste, del cierre de la antigua televisión valenciana. La televisión pública valenciana pronto volverá y resolveremos así nuestra particular ‘Tensión No Resuelta’ con la ciudadanía. Quién sabe si también algún día regrese a nuestras pantallas la clásica Luz de Luna convertida en remake. Todo es posible.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 27 de Plaza