crítica

'La tabernera del puerto': Zarzuela grande en Les Arts

29/10/2019 - 

VALÈNCIA. Quiero resaltar una vez más el milagro que supone tener en València un teatro para las artes escénicas que es un sueño, donde pueden ofrecerse con garantías de calidad diversos tipos de espectáculos, y que para sí lo quisieran la mayoría de las ciudades del mundo. En lo que respecta al género lírico, si a eso unimos la magnífica Orquesta de la Comunidad Valenciana, y el del soberbio Coro de la Generalitat Valenciana, tenemos los tres pilares fundamentales donde sustentar cualquier evento. Esta realidad, que es fruto del trabajo desde el inicio de los promotores del Palau de Les Arts, es muy positiva sin duda, y Dios nos la conserve por muchos años.

Sin embargo, -mal menor-, es también arma de doble filo, pues cualquier espectáculo se ve inevitablemente abrazado por esa dulce circunstancia, corriéndose el riesgo de evidenciar cualquier desequilibrio entre la calidad de lo estable, y lo circunstancial. Y eso, que ya pasó con Las bodas de Figaro, obra con la que el Palau de Les Arts abrió la temporada lírica hace un mes, es lo que ha sucedido ahora con más evidencia con La tabernera del puerto, que se estrenó el domingo, representación que tampoco pasará a la historia, dicho sea de paso. Y sin embargo, igual que con la obra de Mozart, esta tabernera también ha gustado, a juzgar por los vítores y aplausos con que el público, que llenaba la sala principal, premió a los intérpretes al final de la sesión zarzuelera.

Los aplausos

Los aplausos deben entenderse dirigidos también, -esto lo digo yo-, al hecho en sí de la programación de una zarzuela al año, como viene haciéndose desde el inicio, pues qué duda cabe que la cosa gusta. Y además, ¿dónde si no en los grandes coliseos del arte lírico español habría que rendir permanente homenaje a nuestro género por excelencia? Esto de los homenajes ya se sabe que suelen practicarse con mucha frecuencia post mortem, y la verdad es que por desgracia, es el caso. Ya no existe producción de zarzuela desde mitad del siglo pasado. Pero el arte de Barbieri, Bretón, Chapí, Guerrero, Serrano, Moreno Torroba y tántos otros, está todavía vivo porque pertenece a la esencia de la música española; y también porque se sigue programando. Esto es importante y conveniente.

Los aplausos también los entiendo extendidos a la oportuna elección del título traído este año. Si alguien quiere documentarse sobre La tabernera del puerto y su autor Pablo Sorozábal, y saber que se estrenó en 1936 y todo eso, deberá buscar en las últimas páginas de la enciclopedia correspondiente, pues este autor es precisamente de los últimos de la historia de la zarzuela, paradójicamente, uno de los momentos de mayor esplendor por la calidad de las obras. La tabernera del puerto es la primera de sus zarzuelas grandes, y una de las más importantes del compositor donostiarra, en la que condensa la riqueza de sus recursos, en la búsqueda de una música con sabor popular, como él decía. La partitura es de calidad, de cuidadoso tratamiento armónico y orquestal, y donde se advierte su formación en el entorno de la música sinfónica. Su música es seria y por momentos profunda. Con melodías bellísimas, Sorozábal se muestra muy habilidoso en el logro de la descripción de los ambientes y la situación escénica. Además, tuvo la suerte enorme de contar con el libro de los tan acertados siempre Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw.

Los intérpretes

Es difícil disponer siempre de un cast al nivel de la orquesta, y del coro, ambas agrupaciones de excepcional calidad. Tener de esos cuerpos estables de esa altura es muy bueno, pero si no hay equilibrio, ‘es lo que tiene’. En Les Arts, el espectador experimenta esa excitante y agradable sensación de contar con la seguridad, y al propio tiempo de expectativa al respecto del equilibrio deseado. No hubo equilibrio, pero a pesar de ello, pudimos presenciar una tabernera interesante, porque se presentó con dignidad y se resolvió con solvencia y profesionalidad. La orquesta fue llevada con acierto por Guillermo García-Calvo, quien sabrá sacarle más partido a ciertos momentos, y al propio tiempo regulará decibelios para no rivalizar con los cantantes.

El barítono Ángel Ódena interpretó sin complejos al malvado Juan de Eguía. Su voz es poderosa y está bien colocada, sobre todo en los graves. Eso hace que proyecte bien, aún escasa de brillo por momentos. Sabrá sin duda redondearla más evitando instantes abiertos, y procurará una más concreta y estilizada línea de canto. Marina Monzó, con preciosa y afinada voz de soprano ligera, fue una Marola poco creíble desde el punto de vista teatral, presentada más como princesa Disney que como hostelera norteña. Su voz es segura, cristalina y de bello timbre, y dada su juventud, seguro tendrá tiempo de mejorar su dicción, en los momentos cantados, pero también en los hablados. ¡Cuánto se agradece la subtitulación!

Antonio Gandía puso su bella y timbrada voz de tenor lírico de fácil agudo para el papel de Leandro, demostrando tener un gusto exquisito para el arte canoro. También por su juventud tendrá ocasión de mejorar sus graves, su volumen, y su libertad en la proyección. Teatralmente requiere un acercamiento mayor al personaje, no como Rubén Amoretti, que sí mostró buenas maneras dramáticas, construyendo un Simpson, creíble. Su dicción y sus graves son lo mejor de un bajo con mejor impostación que brillo en su voz. Corto papel cantado, como corta su voz, la de la soprano Ruth González en el papel del enamorado Abel, pero suficiente para demostrar un gusto especial por el canto, y una implicación escénica soberbia.

El resto de actores, cumplieron adecuadamente, con la excepción de Pep Molina y Vicky Peña en los papeles cómicos de Chinchorro y Antigua respectivamente. Ellos no es que cumplieran: es que llenaron la escena dando una lección de buen hacer en teatro. Teatro es estar, decir, expresar, y llegar. Y eso es lo que hicieron genial, de la mano de Carlos Martos, lo cual es muy importante, especialmente en la zarzuela, donde el texto y la acción tienen una relación tan especial.
Algo puede mejorarse, eliminando las proyecciones de la tormenta durante el intermedio desenfadado del tercer acto; haciendo pasar al primer plano escénico lo que sucede detrás de los clientes de la taberna en el segundo acto; e incluso hinchando la vela del navío durante su navegación. Lo que no puede mejorarse, sin embargo, es el efecto escénico del coro, -otra vez el coro-, acompañando con sus gestos la escena y romanza de Marola en la taberna; eso fue un puntazo. La producción del Teatro de la Zarzuela de Madrid traída por Mario Gas es convencional, lúgubre, estática, y falta de imaginación. Con ingredientes como contrabando, alcohol, cocaína, amor, envidias, playa, tormenta, mar y la poli, podría montarse fácil una de zodiacs en el chiringuito costero, sin necesidad de caer en el mal gusto.

¿Olvidar la zarzuela? No puede ser. Por eso, hay que aplaudir sin dudar a un Palau de Les Arts que una vez más ha cumplido con su misión histórica, y ha hecho felices a tantos aficionados.  

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