Más allá del creador se encuentra el hombre, comprometido con su tiempo. València ahora lo recupera aunque es incapaz de garantizar la salvaguarda del legado de este ciudadano de ascendencia austrohúngara
VALÈNCIA.- Construyó la València del siglo XX miles de veces, tantas como la imaginó. La tuvo en su cabeza. La vio antes de que estuviera hecha, de que se abrieran los primeros fosos, se levantaran los primeros pilares, se edificaran los primeros inmuebles que le dieron rostro tras la Exposición Regional de 1909. Ahora la ciudad se reencuentra con el arquitecto que marcó su fisonomía durante buena parte del siglo XX; un reconocimiento contradictorio, ya que su legado aún está amenazado por la piqueta, como demuestra que el cine Metropol siga en peligro de demolición.
El Ayuntamiento de València acoge, hasta el 2 de enero, una exposición que se aproxima a Javier Goerlich y su obra desvelando aspectos poco conocidos de ella. Planos, dibujos y hasta una gran maqueta de la ciudad con sus principales construcciones se exhiben en los bajos del edificio consistorial dentro de una muestra que permite acercarse, aunque sea someramente, a una obra que bien se podría calificar como inabarcable. Cuando se le pregunta al arquitecto Tito Llopis para que haga una selección de sus mejores construcciones, sus proyectos de referencia, él, que los conoce bien, se adelanta y advierte: «Seguro que nos dejamos algo». Goerlich no es un listado; Goerlich es un todo.
Junto al historiador David Sánchez, Llopis ha creado esta exposición sobre el arquitecto, cinco salas que suponen un paseo por el urbanismo del siglo XX, concentrado en la figura de un creador que importó a España ideas centroeuropeas, un adelantado a su tiempo que para seducir a los promotores dibujaba sus planos en tres dimensiones, haciendo que cualquiera pudiera ver lo que imaginaba; dicho de otro modo, inventó el AutoCAD antes de que se pensara.
El circuito diseñado por Llopis y Sánchez se acerca a las grandes obras que definen al arquitecto, pero también a las más pequeñas o aparentemente modestas, como por ejemplo los panteones que ideó por encargo de particulares o de carácter público, como el que creó para Blasco Ibáñez y que nunca se hizo. Los dibujos que se exhiben dejan ver cómo se iban perfilando lenta y progresivamente los proyectos que tanto le apasionaban. Los primeros esbozos de la ampliación del Paseo de la Alameda; su propuesta de un palacio de la ópera al estilo parisino o de un palacio de exposiciones gigantesco, ambos para el mismo solar entre la Puerta del Mar y la plaza América; sus versiones para un edificio... Algunos de esos dibujos al final fueron realidad. Otros solo existieron en su imaginación. La València que pudo ser, como una fantasía.
Mientras recorre la exposición, Llopis descubre a un grupo de visitantes a los que acompaña un guía al que no conoce, sin vinculación con la muestra. Atraído por sus comentarios, Llopis se le aproxima y, entre sala y sala, aprovecha para felicitarle por sus explicaciones. «Te estaba oyendo y decías cosas con mucho criterio», le comenta. Tras despedirle, el arquitecto se queda contemplando desde la distancia cómo continúa la visita guiada, reflexionando quizá sobre el hecho de que Goerlich empieza a pertenecer a todos los amantes de la cultura en València, y no solo a los especialistas.
1.- Austrohúngaro
En el principio estuvo el apellido. Los orígenes de Goerlich, de procedencia nobiliaria familiar, son unas raíces que tuvieron derivaciones insospechadas. El cineasta valenciano Luis García Berlanga (Plácido, El verdugo) empleaba a modo de guiño supersticioso la palabra austrohúngaro en todas sus películas, desde que apareció en su primer largometraje. Ha dado nombre incluso a una editorial. Lo que no es tan conocido es el origen de la filia de Berlanga. ¿Por qué austrohúngaro? ¿Por qué no bohemio?
La respuesta se halla precisamente en la familia de Javier Goerlich Lleó. Su padre, Franz Gõrlich, era cónsul honorario del Imperio Austrohúngaro. Cuando Berlanga conoció ese detalle, le hizo tanta gracia que decidió incluirlo en su primera película. Y después ya vino el resto. Así lo relata su sobrino Andrés Goerlich, abogado y presidente de la fundación que desde hace años pelea por restituir su nombre y salvar su obra.
2.- El ciudadano
La figura de Javier Goerlich es abordada en su faceta profesional, pero también como ciudadano comprometido con su ciudad. Además de recoger sus textos e ideas, se refleja su vinculación a diferentes entidades cívicas vinculadas especialmente al mundo de la cultura.
«No queríamos solo resaltar su faceta como arquitecto; también queríamos que se viera su compromiso. Era un ciudadano más implicado que cualquiera que se conozca ahora —asegura Llopis—. Estaba comprometido con su ciudad a niveles increíbles que no tienen hoy parangón; ni yo ni nadie que conozca le llega a la altura de las rodillas a este buen señor», asevera.
Para reflejarlo se han aproximado a los orígenes familiares, ofreciendo una perspectiva nueva sobre él, yendo a las mismas raíces geográficas de su familia y haciendo hincapié en la influencia que tuvo sobre él su esposa Trinidad Miquel Domingo. Procedente de una zona de habla alemana y religión católica, Goerlich también fue un elegante y exquisito coleccionista de arte. Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos decidió junto a su esposa donar su colección personal al museo, ya que no tenían hijos. Las 129 piezas hicieron que la colección del museo se enriqueciese con pinturas como La Madonna del pintor italiano Paolo de San Leocadio; obras de la escuela flamenca de los siglos XVI y XVII; obras de artistas de la escuela valenciana de los siglos XIX-XX; la familia Benlliure; pinturas de Sorolla, Ignacio Pinazo, Emilio Sala...
3.- El artista
Goerlich es uno de los profesionales de la arquitectura que más influencia ha tenido en la ciudad de València. David Sánchez y Tito Llopis llevan casi una década poniendo en valor sus edificaciones. Pero si lo ha sido, es por su marcada personalidad. En la exposición se puede comprobar cómo, al igual que cualquier otro artista, tuvo una serie de temas recurrentes.
Uno de ellos es la ampliación de la avenida del Oeste que está presente en prácticamente todos los momentos de su vida profesional. Una ampliación de inspiración europea. Siguiendo la estela de los cambios introducidos por Haussman en París, los prohombres de València idearon que la avenida fuera una gran arteria que atravesara de costado a costado la ciudad antigua. El intento se quedó en apenas unos centenares de metros, y va desde San Agustín hasta la plaza de Brujas, topándose con los palacios de Eixarchs. «Bueno, podemos lamentar que no se hiciera o alegrarnos de que se haya salvado ese patrimonio», sonríe Llopis.
4.- El vanguardista
El estilo Goerlich impregna la nueva València y se puede ver en trabajos como la ampliación de la Alameda, el paseo ajardinado de algo más de un kilómetro de largo entre los puentes del Real y de Aragón que añadió al original. Eso ocurrió en 1932 y ahora, casi cien años después, el Ayuntamiento de València estudia cómo dignificarlo y plantea crear aparcamientos subterráneos para liberar el espacio de vehículos privados. Convertido en escenario habitual de concentraciones, carreras populares y actividades festivas, el paseo tiene hoy dos caras: una festiva, en la que la ciudadanía se apropia de él, y otra laboral en la que es una vía para el tránsito de vehículos. Curiosamente, ambas caras estaban dibujadas en los primeros bocetos de Goerlich que se pueden contemplar en la exposición del Ayuntamiento. Él ya lo había visto.
Otro buen ejemplo de su carácter adelantado a su tiempo es el proyecto que desarrolló junto a Camilo Grau para una zona próxima a la avenida de Castilla, hoy avenida del Cid. En él incluían edificaciones abiertas agrupadas en forma de supermanzanas (sí, supermanzanas, ese es el nombre con el que se las designa en los planos que se conservan en el archivo del Ayuntamiento de València), y se destinaba una importante cantidad de suelo para zonas verdes y equipamientos diversos, en la línea del urbanismo actual. Su propuesta llegó demasiado pronto y no fue entendida. Hoy seguiría siendo válida. «Tenía una formación clásica, pero estaba abierto a todas las épocas», explica Sánchez.
5.- El hombre
Javier Goerlich era una persona amable y muy elegante. Así lo recuerda Andrés Goerlich. Cada 30 de noviembre, coincidiendo con su cumpleaños, Javier Goerlich visitaba a su sobrino-nieto para hacerle un regalo por su santo. «Todos los años mi tía Trini y él fallaban el premio del Círculo de Bellas Artes de Pintura. Antes de ir a la entrega del premio pasaban por mi casa para visitarnos a mi padre y a mí, para hacernos un regalo y estar con nosotros». En su memoria, su tío está asociado a esas meriendas gratas, en las que compartían regalos y alegría, en una suerte de anticipo de la Navidad. En cierto modo, era un rey mago.
Su carácter serio y riguroso no le hacía ser hostil a las debilidades humanas, sobre todo al chocolate. Así, cuando quedaban los sábados a comer en casa de alguno de sus familiares, Andrés Goerlich recuerda como su tío-abuelo, ladino, encargaba a su chófer que se llevara «al petardo» a la pastelería Cebrián Mezquita, en Pascual y Genís, donde hacían unas sardinas de chocolate «bárbaras». «Y así, con la mierda de la sardina de chocolate me tenían dos horas mareado y ellos podían tener su tertulia».
Los últimos años de su vida, ya enfermo, el recuerdo es el de un hombre «ya mayor», que consultaba con sus sobrinos sus achaques. La relación familiar era fluida. El arquitecto invitaba a la familia a su casa, no solo para actos familiares, sino también para ofrecerles su balcón a la plaza del Ayuntamiento como mirador privilegiado de actos públicos, como una visita de Franco a la ciudad. Donde estaba su casa, ahora hay despachos.
Aunque quizás la imagen que mejor simbolice cómo era su tío, Andrés Goerlich la encuentra precisamente en esos 30 de noviembre que iba a verle. Como quiera que el piso de sus padres, ubicado en Gran Vía Marqués del Turia, estaba en una zona con unas buenas vistas, a Javier Goerlich le gustaba asomarse a mirar un rato la ciudad. Esa imagen, la de su enjuto y elegante tío abuelo contemplando València desde las alturas, es el contrapunto a las decenas de imágenes que pueblan la exposición. Ahí encontraba lo que siempre buscó: otra perspectiva de la ciudad.
6.- Su legado
La exposición coincide con un momento de peligro de su obra, y en concreto el cine Metropol. La Fundación Goerlich ya ha superado las 7.000 firmas contra la autorización al derribo que dio el Ayuntamiento de València. Andrés Goerlich espera alcanzar los 12.000 apoyos antes de un año. Su intención es que el consistorio reaccione y articule las medidas necesarias para garantizar que el inmueble no será demolido.
Aquí Sánchez se muestra muy crítico con el Ayuntamiento de València porque, dice, «no está siendo claro» en su defensa del cine. «El problema es que el valor del patrimonio sea un elemento político y no un valor en sí mismo. Y este edificio tiene la historia suficiente para pedir que se mantenga y que se quede como un símbolo. La historia de Carceller, que fue quien estuvo detrás de ese edificio, es terrible [editor de revistas cómicas, fue torturado y ejecutado por la dictadura al acabar la Guerra Civil]. Si se lee cómo detienen a este hombre, lo que le hacen, si se lee por qué hizo el Metropol y para quién... Nadie que lea eso se puede quedar tibio».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 50 de la revista Plaza