Palau de Les Arts Reina Sofía, 23 de mayo de 2021 Ópera. CAVALLERIA RUSTICANA Música, Pietro Mascagni Libreto, Giovanni Targioni-Tozzetti y Guido Menasci Santuzza, Sonia Ganassi. Turiddu, Jorge de León Alfio, Misha Kiria. Mamma Lucia, María Luisa Corbacho. Lola, Amber Fasquelle Ópera. I PAGLIACCI Música, Ruggiero Leoncavallo Libreto, Ruggiero Leoncavallo Canio, Jorge de León. Nedda, Ruth Iniesta Tonio, Misha Kiria. Silvio, Mattia Olivieri. Peppe, Joel Williams Dirección musical, Jordi Bernàcer Dirección de escena, Giancarlo del Monaco Orquestra de la Comunitat Valenciana Cor de la Generalitat Valenciana
VALÈNCIA. Ayer se vivió una tarde de ópera a lo grande en el coliseo del Jardín del Turia, porque después de tanto tiempo, volvía a interpretarse la tradicional ópera verista italiana de los albores del siglo XX, y nada menos que con dos de sus obras cumbre, Cavalleria rusticana e I pagliacci. Matrimonio de lujo y de conveniencia, ambas son óperas de muchos quilates, y mucha exigencia, y se ofrecieron en espectáculo de muy interesante nivel interpretativo, con el que se cierra la temporada operística.
La expectación en el Palau de les Arts era grande, ya que con independencia del esperado repertorio, volvía a cantar, como protagonista de ambas óperas, el tenor Jorge de León, que siempre levanta pasiones. ¡Y vaya si lo hizo! El canario es un artista ya consumado, y conocido por sus cualidades vocales más cercanas a la cantidad que a la delicadeza. Y precisamente por ello es perfecto para vocalizar la severa música que trae el verismo para los sentimientos más desgarrados. Pocos artistas pisan hoy el escenario de un teatro de ópera con tanta gallardía, ofreciendo agudos tan espectaculares, limpios, brillantes, y poderosos como hace De León con su Turiddu y su Canio. Si busca sensaciones, no se lo pierda.
Jorge de León demostró ayer ser un tenor de fuerza gracias más a su volumen, a su permanente impostación, y a su gran squillo bruto casi hiriente, que a su color y a su timbre, que lo sitúan en su condición de origen spinto. Con todo, ayer su portentosa voz, casi abierta por momentos, le permitió abordar con gran éxito ambos papeles, repletos de las frases más duras y de las más abyectas imprecaciones. Su voz, sin remilgos, es de verdad, de fácil emisión, y se proyectó por la sala como un limpio estruendo, para el disfrute de los aficionados.
Fue un Turiddu poderoso, de vocalidad generosa y timbre homogéneo desde el inicio, mostrando su voz brillante, intensa y bien timbrada en el mismo prólogo interno de la siciliana. Cantó un “Viva il vino spumeggiante!” de manera exuberante y segura. Y luego fue un Canio arrollador, poniendo un acento de especial dolor y dramatismo en su “vesti la giubba” extraordinariamente bien recitado, y acometiendo con el corazón envenenado su brutal e incisivo “No, pagliaccio non son”, para la llegada de la emoción en tropel a las butacas.
Pero el tenor no fue el único que levantó pasiones ayer en el Reina Sofía. El Coro de la casa también lo hizo. Y es que ayer fue uno de esos días de éxito absoluto para el Cor de la Generalitat Valenciana. Dispuesto en los palcos laterales del primer piso, a ambos lados de la orquesta, por precaución por la pandemia, y a pesar de las mascarillas, demostró ser un conjunto más que sólido en todas sus muy arriesgadas y comprometidas intervenciones.
Doble mérito recae sobre el conjunto coral que dirige Francesc Perales, ya que la ubicación asignada deshace el acostumbrado nexo de relación con la orquesta y su director, y con la propia escena. Y con ello, intervenir de forma tan certera y precisa desde lo alto, solo habla de la enorme profesionalidad del conjunto, envidia de tantos teatros. Ayer, ese coro que al parecer alguien quiere despellejar, se mostró fulminante, equilibrado, y acaparador de grandes recursos como el volumen, el color, el brío, la valentía, y la precisión, demostrando una clase excepcional, que lo cualifican como uno de los mejores conjuntos corales de la esfera operística internacional.
La pasión se encendió, no solo por la belleza y contundencia de sus interpretaciones, sino por una circunstancia sobrevenida ajena a su voluntad: la ubicación de las voces. A ambos lados de la orquesta, su canto llegó al público envolviéndolo en una sonoridad a modo del actual 3D/360, produciéndose en la sala una sensación de extraordinaria belleza sonora en los momentos de su fusión con la orquesta y solistas. Inolvidable por sobrecogedor fue el “Regina Coeli” de la Cavalleria, de extraordinaria factura, graduando para un climax de máximo disfrute para el oído. Con esto no contaba Mascagni. Y no se lo pierda tampoco.
También fue ayer ocasión para el lucimiento de la orquesta de la casa, que sonó magnífica, contundente, y llena de brillo, y precisión. Y algo que ver con ello tuvo sin duda el joven y competente director alcoyano Jordi Bernàcer, quien supo traducir sin miedo dos partituras complicadas, trayendo con seguridad los adecuados acentos dramáticos a los momentos de especial belleza y majestuosidad sonora. Tiempo habrá para progresar en los rubatos y en los contrastes, que quedaron por desarrollar. Elegante el intermezzo de Cavalleria, y excelso el de I pagiliacci.
Excelente fue la implicación de la totalidad de los cantantes, quienes fueron capaces de transmitir también las pasiones del verismo. Para Cavalleria rusticana se contó con una Santuzza encarnada por Sonia Ganassi, mezzo de voz bien timbrada y segura, falta de cuerpo y graves. De estrecho recorrido, y gran musicalidad, deberá asegurar la afinación en algunos finales de frase.
Mamma Lucia fue María Luisa Corbacho, quien mostró en su modesto papel que su voz hecha, engolada y gritona, no corre, y es tendente al vibrato. Lola fue Amber Fasquelle. Mejorará pronto la emission de su voz para un más fácil recorrido esta joven mezzo del Centro de Perfeccionamiento de la casa, antes llamado Plácido Domingo, a quien el mundo recuerda como uno de los mejores Turiddu y Canio de la historia de la humanidad.
El barítono Misha Kiria hizo doblete mostrando personalidad y oficio, siendo Alfio en Cavalleria, y Tonio en la ópera de Leoncavallo. Tiene decidida presencia escénica, y su voz es homogénea, equilibrada, de buen cuerpo con centro poderoso, bella, brillante, y está bien colocada. Bien haría en mejorar el canto fraseado para lucir sus bellos armónicos. Tan interesante por arrebatador fue el dramatismo puesto en el “infami loro, ad essi non perdono” de Cavalleria, como insulso y vulgar su interpretación del prólogo de I pagliacci.
Ruth Iniesta se mostró como una soprano de buenas cualidades y recursos técnicos en el papel femenino de I pagliacci. Tiene buen volumen, bello timbre y gran musicalidad. Sacó pecho en los momentos decisivos, haciendo una Nedda muy completa en lo vocal, y atractiva sobre las tablas. Ojo al Silvio de Mattia Olivieri, joven barítono italiano de gran recorrido que demostró que con un papel secundario se puede, -y se debe ¿por qué no?- aprovechar para dar una lección de canto. Su técnica se apoya en la línea del legato y frases musicales. Y su herramienta es la de una voz equilibrada, robusta, bella y brillante. Magnífico fue el dúo con la soprano aragonesa “decidi il mio destin”, lleno de sutilezas e intenciones por ambas partes. Peppe estuvo bien defendido por Joel Williams, más en lo actoral que en lo canoro, a falta de reforzar cuerpo, resonadores, y prosperar en la limpieza sonora de su instrumento.
El verismo italiano tiene en I Pagliacci y Cavalleria rusticana dos pequeñas joyas imprescindibles y destacables por su temática, y su música. Por su formato de breve duración, y por otras cosas en común, han sido muchos años interpretadas en una misma función en teatros de todo el mundo, aunque cada vez sucede menos. En común tienen la esencia del drama verista porque así lo quisieron sus autores; y las diferencia su música, porque también así lo quisieron Mascagni y Leoncavallo. Por ello, porque son comadres, y porque son tan distintas, es por lo que se llevan bien.
Traídas en una doble producción del madrileño Teatro Real con ideas escénicas de Giancarlo del Mónaco llegan a Les Arts a modo de verismo fusión, interpretando el comienzo de una justo antes de empezar la otra, y exponiendo la otra, sin solución de continuidad después de la una, poniendo a Turiddu muerto de la una en el comienzo de la otra. Si la cosa pudiera tener su rebuscado apoyo en lo dramático, en lo musical roza la badomía. Basta, para verlo, escuchar el prólogo de I pagliacci y seguirlo de la sutil y excelsa introducción de la obra de Mascagni.
Del Mónaco, en guiño equivocado, en vano al intentar unirlas. Ni ellas quieren, ni se puede. Cavalleria rusticana no necesita prólogo; y no lo necesita porque ya lo tiene. I pagliacci no necesita más muertos que los propios…Y el verismo tampoco necesita prólogo, porque ya lo tiene en la propia historia de la ópera. La idea del italiano no aporta nada más que confusión, y supone una ligereza, que más allá de molestar a los aficionados más puristas, no tiene, por suerte, mayor trascendencia.
Tampoco es coherente el regista en la pretendida unión de las obras, por cuanto que desde el punto de vista de la situación, -bien podría haberlo pensado-, Cavalleria es ideada de forma estática en una simbólica cantera de rocas fuera del ambiente original que disipa cualquier tensión dramática, mientras que en I pagliacci recurre por el contrario a las realista fuentes escénicas con traslación cinematográfica y colorística a los años 50 del siglo pasado.
Ya dijo Verdi, antecesor del verismo, que el regista debe trabajar al servicio de la obra, y no al servicio de su vanidad. Innovemos, pero aportemos. Pero bien está lo que bien acaba. La música de ayer es de las eternas. Bien satisfecho con todo ello quedó Javier Clemente, quien disfrutó de lo lindo, como la mayoría del público, que rompió en aplausos varias ocasiones durante las representaciones, y festejó el brillante final.
Y es que por algo son I pagliacci y Cavalleria rusticana obras maestras que perdurarán siempre. La música del verismo es de sobrecogedora belleza porque consigue exaltar los sentimientos y las pasiones… y vuelve cada vez a preguntarnos si el teatro y la vida son la misma cosa.